domingo, 25 de marzo de 2012

This must be the place


Para terminar la cita con el cine por hoy os quiero hablar de This must be the place, una coproducción independiente franco-italo-irlandesa dirigida por el napolitano Paolo Sorrentino que cuenta en su papel principal con el norteamericano Sean Penn. Amiguitos, ciertamente esta película no sigue la tónica general que caracteriza a la mayoría de producciones que os recomiendo. Sin embargo, de tanto en tanto, me gusta sorprenderos con pequeñas y delicadas muestras de séptimo arte que me hayan impresionado agradablemente. Y la verdad es que sólo comenzar la cinta, con esa música de fondo, los paisajes de la costa de Dublín y los ojos de la preciosa Eve Hewson –una de las hijas de Bono, el vocalista de U2- uno ya intuye que este drama con pinceladas de humor va a ser interesante. This must be the place nos explica la historia de Cheyenne, un rockero físicamente perjudicado -de andares lentos y conversación pausada, que mantiene su peinado/despeinado crepado pero invierte en bolsa-, que vive retirado en su mansión de las afueras de Dublín con su esposa tras veinte alejado de los escenarios y que, después de fallecer su padre sin que haya podido llegar a tiempo de reconciliarse con él, descubre que fue recluido en Auschwitz y que Aloise Lange, el oficial de las SS que le torturó, está escondido en los Estados Unidos. A partir de entonces, Cheyenne decide buscar al criminal nazi emprendiendo un viaje a través del país a bordo de una enorme Dodge RAM.




Piltrafillas, aunque al parecer Penn ya fue preguntado por ello en Cannes y lo negó, la verdad es que se hace evidente la influencia –en este caso parece que poco casual- de la figura de Ozzy Osbourne en la creación de multitud de aspectos del personaje de Cheyenne –lo que incluye la voz en algunos momentos-, aunque en cuanto a imagen se asemeje mucho más a Steve Stevens. Los heavies sabréis de quien os hablo. Y aunque el desarrollo de la película es lento, también os diré que el guión es interesante, la fotografía es muy bonita y las interpretaciones de Hewson, McDormand, Fouere y el resto del reparto son creíbles. Sin embargo, es precisamente el papel de Penn –a priori el más agradecido de la cinta, supuesta carne de Oscar- el que chirría un poco al haberme recordado en todo momento al mad man, haciéndome ser consciente de que –mientras aquel se comporta tal y como es ante las cámaras- aquí Penn estaba interpretando. Eso es un lastre a la hora de identificarse con el personaje y creerse la película, al menos en su primera parte. No obstante, si os quedáis con el vacío, la culpabilidad y la tristeza del personaje –y también su fino humor-, os olvidáis a quien se parece y disfrutáis de la actuación de Penn y la belleza de la historia en general –llena de imágenes preciosas-, sin duda os daréis cuenta de que estáis ante una cinta de lo más recomendable. Y es que, como ya he dicho en otras ocasiones, no sólo de acción, sangre y sexo viven los piltrafillas.

1 comentario:

Lai dijo...

Pse!
Pse!
Algún día voy y... la veo...
Ya le contaré...