sábado, 3 de marzo de 2012

Cabezas de Hidra – Capítulo decimotercero (I)




1

"Dancing with tears in my eyes, weeping for the memory of a life gone by". Octave apagó la radio del Taxi y Midge Ure enmudeció. Hace algunas semanas ya, cuando se disponía a regresar a casa con Felisse, su mujer, decidió hacer un último servicio. Pero esa carrera iba a marcarle para el resto de su vida. Por desgracia, la pareja que dejó subir al vehículo y que en un principio le había parecido de lo más normal y tranquilizadora, acabó atracándole a punta de navaja y dejándole atado a una farola cercana a Porte-Dauphine en paños menores.
Octave pasó tanto miedo aquella noche, pues durante unos minutos tuvo la certeza, errónea como luego pudo comprobar, de que le iban a matar, que posteriormente ha necesitado de sesiones de terapia para poder superar su trauma. Sin embargo, y como más tarde se pondría de manifiesto, dichas sesiones no conseguirían desterrar de su cerebro aquel amargo trance.

Su esposa, Felisse, una mujer risueña, de pómulos redondos tersos y sonrosados, que regentaba una pollería de su propiedad en el mercado del barrio, puso especial empeño en ayudarle a vencer, o al menos sobrellevar, sus miedos. Pero nada de lo que hacía parecía servir.
Un día, con la voluntad de distraerle y hacer que riera un poco ya que, según los médicos, esa era una de las mejores formas de relajar a Octave y alejarle de sus problemas psicológicos, le regaló un disfraz de pollo que ella misma había confeccionado. La tela del traje era de color amarillo limón y había sido cosida retal a retal, de manera que parecía formar plumas. Las piernas eran unos vulgares leotardos anaranjados y la cabeza quedaba oculta por completo bajo una máscara que constaba de un puntiagudo pico de papier-maché, y se tocaba por una enorme cresta carmesí hecha de algodón almidonado.



Cuando Octave se colocó el disfraz por vez primera y comenzó a menear los brazos, ahora convertidos en alas, parecía un enorme pollo mutante. El matrimonio rió con ganas y Felisse dejó escapar un par de lágrimas de felicidad. Pero, desde ese día, la vida de Octave experimentó un cambio radical, y no precisamente a mejor.

Dejó de asistir al psicólogo y, aunque solo dejaba subir a su vehículo a gente anciana o a madres jóvenes con hijos pequeños, volvió a conducir el taxi. Todo el mundo creía reconocer en sus actos un avance en el proceso de curación, sin embargo, la realidad era bien diferente. El tiempo que Octave no dedicaba al trabajo lo pasaba embutido en su disfraz, piando en el tejado de su edificio, haciendo compañía a unas incrédulas y excitadas palomas.

Los meses pasaron y Felisse, quien al principio aceptaba aquel comportamiento como la parte negativa y secundaria a una aparente mejoría en el estado anímico de Octave, comenzó a sentirse hastiada y desanimada. Cada vez que, despachando en su parada del mercado, debía cortarle el gaznate a un pollo, sentía como si estuviese despedazando a un congénere de su marido. Comenzaba a pensar que quien estaba perdiendo la chaveta era ella.

Una tarde, la pareja discutió. Octave había ido a buscar una vez más a su amado traje y no lo había encontrado.

- Felisse -llamó él desde la habitación-, ¿ como es que el disfraz no está en el armario ?
Ella, sentada ante el televisor, no respondió y una súbita sudoración nerviosa comenzó a humedecerle las manos.

- ¿ Me has oído ? -repitió él a la vez que aparecía en el comedor y se plantaba ante su esposa-. ¿ Y mi disfraz ?, ¿ que está tendido ?.
Felisse, temblando, se echó a llorar sin poder mirarle a los ojos.

- No, no está tendido -dijo al fin-, lo que pasa es que no quiero que te lo pongas más.
- ¿ Que estás diciendo ?
- ¿ Que qué digo ? -Felisse se le encaró-. Digo que estoy harta de ese maldito traje de pollo, harta de ser el hazmerreír de las vecinas, de las clientas y de las compañeras del mercado.

Felisse tomó aire.
- Siempre he intentado ayudarte -prosiguió-, he estado a tu lado cuando me necesitabas o cuando creía que me necesitabas, pero tu solo piensas en ti mismo. ¿ Y yo qué ?, ¿ a mi quien me ayuda ?. Siempre estoy sola, solo hago que dar, dar y dar, y no recibo nada a cambio. ¿ Tienes la menor idea de cuanto hace que no hacemos el amor ?

Octave, sobrepuesto a la sorpresa inicial, comenzó a enojarse. No podía entender como su mujer se mostraba tan ciega y, en su opinión, egoísta.
- Ese, como tu le llamas, maldito traje -le contestó levantando la voz y clavándole el índice en el esternón- ha conseguido que, sin necesidad de medicación, remitiese mi grave problema. Me ha devuelto la confianza en mi mismo, y eso, para mi, es mucho más importante que ninguna otra consideración. Te estaba muy agradecido porque la idea, no puede negarse, fue tuya.
Pero ahora veo que estaba equivocado pensando que me querías ayudar. Así es que la señora está enfadada porque no folla, ¡ pues vete a la mierda !.

Felisse escuchó las últimas palabras de su esposo y salió corriendo de la sala de estar.
- Ahora verás quien se va a la mierda -masculló.
- ¿ A donde vas ? -gritó Octave-, ven aquí inmediatamente.
Cuando apareció de nuevo en el comedor, su cara hervía de ira.
- Aquí tienes tu jodido disfraz de pollo -dijo con la cara descompuesta-, ¿ o quizás debería decir de gallina ?.

- Pero, ¿ que has hecho ?, ¿ te has vuelto loca ?
Felisse acababa de tirarle a los pies los restos del traje hecho trizas.
- ¿ Loca ? -repuso con sarcasmo manifiesto mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas enrojecidas-, en esta casa no es a mi a quien le corresponde tal apelativo, ¿ no crees ?.

Entonces Octave sintió como si, de pronto, la vida se detuviese. Todo cuanto le rodeaba comenzó a moverse a cámara lenta. Podía ver a su esposa, se reía de él, pero no podía oírla. Entonces vio la ventana. Siempre había estado allí, pero ahora, de alguna manera, cobraba una especial entidad. Era como si le hablase y le dijese "eh, Octave, estoy aquí". Se acercó a ella y la abrió de par en par. El aire fresco le golpeó la cara. Luego, se giró y agarró a Felisse fuertemente por las axilas, la arrastró hasta la abertura y la empujó al vacío. Tres pisos más abajo, unos viandantes se arremolinaron alrededor del cuerpo despachurrado. Poco después, Octave fue detenido y puesto a disposición judicial antes de ingresar en un centro psiquiátrico.

3 comentarios:

Lai dijo...

36. [¿] “…Hace algunas noches ya, cuando se disponía a regresar a casa con Felisse, su mujer, decidió hacer un último servicio. Pero esa carrera iba a marcarle para el resto de su vida…”
“…Octave pasó tanto miedo aquella noche, pues durante unos minutos tuvo la certeza, errónea como luego pudo comprobar, de que le iban a matar, que posteriormente necesitó de bastantes sesiones de terapia para poder superar su trauma. Sin embargo, y como más tarde se puso de manifiesto, dichas sesiones no consiguieron desterrar de su cerebro aquel amargo trance…”
Vamo a ver: Si hace algunas noches, serán como 3, 4,5 ó 9 a lo sumo, entonces, ¿Cómo lleva ya bastantes sesiones?
[C] Todo esto parece una simple “pollada”, pero no sé me suena….

King Piltrafilla dijo...

Pues tiene toda a razón. Cambiaré algunas noches por algunas semanas, y retocaré el texto para que encaje.
Gracias caballero. El día en que me den el Nobel de literatura le mentaré emocionado ja ja ja.

Lai dijo...

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