jueves, 22 de marzo de 2012

Cabezas de Hidra – Capítulo decimoquinto (I)


 
1

A finales de semana, una vez celebrado el sepelio de Gerard, Loli reparó en el paquetito que éste le había entregado en Tárrega y que aun conservaba en el bolso. No había vuelto a pensar en él. Lo cogió y estuvo acariciándolo largo rato, como si de esa manera pudiese captar algún rastro de la energía vital de su amigo fallecido. En un primer momento pensó en enviárselo a Anna, pero luego se le ocurrió que tal cosa no haría más que apenarla. Así que, viendo que en el envoltorio aparecía la palabra Mutua, supuso que se trataba de algo relacionado con el trabajo de Gerard.
Esa misma mañana, camino de su despacho, se pasó por las oficinas en las que Gerard había trabajado los últimos años. Recordaba su ubicación aproximada, en pleno Paseo de Gracia de Barcelona, pero necesitó de algunos minutos extra para encontrar su localización exacta.

Central Foods, S.A. - Mutualidad de Previsión. La placa, junto a otras de diversa índole, anunciaba también el horario de atención. Faltaba una hora para que las oficinas abriesen al público, por lo que Loli le dejó el paquete al portero del inmueble, quien aseguró a la joven que lo entregaría tan pronto como viese a alguno de los empleados de la Mutua.

Cuando Ferran saludó a Isidoro como cada mañana, éste le entregó el pequeño paquete. En un pliegue del envoltorio, Loli había introducido una nota con una pequeña explicación referente al por qué de su tenencia de aquel material.

Sentado ya ante el ordenador, Ferran paseó su mirada por la mesa repleta de documentación, facturas y listados. A su propio trabajo se le había sumado el de su compañero. Lo primero que tenía que hacer era comprobar cuantas compensaciones llevaba Gerard entre manos, cuantos procesos seguían pendientes y cuanto había dejado a medias su amigo. Después de leer la nota de Loli, abrió el paquete que le había dado el portero y, sin vaciar el contenido, echó un vistazo a su interior. Había dos disquetes y documentación variada.
- Más madera -pensó, y dejó para otro momento la tarea de averiguar qué significaba todo aquello. Si no seguía un orden no se quitaría de encima nunca todo el trabajo que le había caído. Ya le llegaría el turno a ese paquete.

El lunes siguiente, Anna se personó en las oficinas de la Mutua para ayudar a Ferran en la clasificación de efectos o notas personales que Gerard pudiese guardar en los cajones de su escritorio. Ferran, aunque poseía una copia de la llave, no había querido abrirlos hasta no estar en presencia de Anna.
Poco a poco fueron sacando cosas. Un número atrasado de la revista Metal Hammer, disquetes, clips, un recipiente para lápices con forma de cráneo, fotocopias de un manual de programación, una pelota de tenis, folios con apuntes y notas diversas. Cuando entre éstas últimas apareció una con los nombres de Elena y Tomás junto a un número de teléfono y la palabra "liquidado" escrita en tinta roja, Anna sintió una punzada en el estómago.
- No tengo ni idea de lo que significa -dijo Ferran, que había advertido el interés que aquel trozo de papel amarillo parecía haber despertado en Anna.
La nota, junto con el resto de documentos que desecharon por considerarlos sin importancia, acabó en la papelera.

- No sabes cuanto lo siento -dijo Ferran visiblemente afectado. Anna esbozó una sonrisa de aceptación y abandonó las oficinas con paso lento.
Ferran se dejó caer ante su mesa, suspiró, y se dispuso a continuar con su trabajo. Por suerte para él, las dos auxiliares administrativas que la Mutua había contratado con encomiable celeridad, atendían el teléfono y las consultas presenciales. De esta manera, podía dedicarse a poner al día los temas pendientes. Sin embargo, aun tardó varios días en reparar de nuevo en el paquete que tiempo atrás le había entregado Isidoro.
- Bueno, veamos que es esto -dijo para sí.



2

Vació el contenido sobre la mesa. Encontró exactamente tres disquetes, y no dos como le había parecido el primer día que los vio, además de un pliego de documentos. Se trataba de facturas en blanco de diversos facultativos y centros médicos. No constaba en ellas ni importe ni descripción alguna de los servicios efectuados. También había fotocopias de cartas, al parecer entre una correduría de seguros de Lloret de Mar y alguien llamado Alejandro. No obstante, fue un folio de color azul celeste, escrito a máquina, lo que llamó su atención. Ferran lo leyó con atención.

"Yo, Elena Cáceres Roig, con el DNI 32.599.011, cónyuge de Ángel Valdeiglesias Lapeña, declaro que mi marido, siguiendo las instrucciones del señor Alejandro Romero, presidente de Central Foods S.A., ha falsificado en repetidas ocasiones facturas médicas con emisores ficticios para, a través de un familiar nuestro que desconocía tal fraude, presentarlas a compensación por la mutua de los empleados de la compañía. Adjunto diseños y facsímiles de las facturas, copias de cartas entre el señor Romero y mi marido en las que se demuestra su connivencia en lo referente a este tema, extractos de cobros y resguardos de traspasos entre cuentas de la correduría, de la que mi marido es Administrador, y pequeñas empresas del grupo Central Foods.
El señor Gerard, a quien entrego estas pruebas, conoce mi paradero y mediante estas líneas le autorizo a comunicarlo a las autoridades en el caso de que éstas lo consideren de extrema necesidad. De no ser así, manifiesto mi voluntad de permanecer, a partir de ahora y por motivos familiares, en el anonimato.".

Al pie de la carta se añadía el nombre de un empleado de Fast Pizza.

Ferran no salía de su asombro. Cuando fue capaz de digerir y comprender de qué iba todo aquello, le vino a la memoria la nota que junto a Anna había encontrado en un cajón del escritorio de Gerard. La recordaba perfectamente. Los nombres de Elena y Tomás aparecían en ella. Podía ser una casualidad, pero Elena era también el nombre de la persona que firmaba aquella carta. Sin embargo, el tal Tomás no aparecía por ninguna parte. Ferran encendió el ordenador de su difunto compañero. Buscó en el directorio telefónico y repasó las fichas que allí constaban.

- Bingo -exclamó al rato en voz alta.
Únicamente aparecía un Tomás. La probabilidad de que fuese el mismo que el de la nota era, en realidad, bajísima. No obstante, Ferran no disponía de otra hipótesis de trabajo, por lo que hizo caso a su intuición. E hizo bien.

Consiguió contactar con Tomás, un amigo íntimo de Gerard al parecer. Le comentó que podía existir un documento relacionado con él y que estaba dispuesto a leérselo por si le sonaba de algo. Al principio, su interlocutor no cayó en la cuenta. Pero, poco a poco, mientras Ferran avanzaba en la lectura del escrito de Elena, Tomás fue recordando la historia. Pero Tomás no conocía de nada a aquel tal Ferran y, debido a lo complicado y peliagudo del tema, no quiso seguir comentándolo con él y pidió hablar con Gerard.
- Pero, ¿ es que no lo sabes ? -preguntó Ferran, que se acababa de quedar helado.
- ¿ El qué ? -contestó Tomás desconcertado.
- Gerard murió en Septiembre -dejó pasar unos segundos para que Tomás pudiese asimilar la mala noticia-, por eso te llamo yo. Ahora estoy revisando sus cosas y me he encontrado con ésto.

Tomás, apesadumbrado, le explicó a Ferran lo que ya le había contado a su amigo después de aquella tarde con Elena en la correduría de Lloret de Mar. No sabía nada más.
Ferran le agradeció su colaboración y se despidió de él. Cuando colgó el teléfono, el corazón le latía con fuerza. Era algo descabellado, pero cabía la posibilidad de que la muerte de su amigo pudiese tener relación con el fraude que había descubierto. Pero eso era tanto como decir que su propio presidente era culpable, o al menos inductor, de un asesinato, además del delito económico ya de por sí execrable.

Pasó el resto del día en el archivo y localizó el expediente del empleado que, según el escrito inculpatorio de Elena, había servido de eslabón entre Alejandro Romero y Ángel Valdeiglesias.
Un gran número de las copias de las facturas ya compensadas que se almacenaban en la carpeta del mutualista se correspondía en su diseño con los originales en blanco que se incluían en la documentación recibida de manos de Elena. Ferran no podía estar más nervioso. Por lo que parecía, la estafa se venía produciendo desde hacía años.

Subió las escaleras desde el archivo con las facturas, el expediente del mutualista y la confesión de Elena. Sin detenerse siquiera a esperar respuesta, llamó a la puerta del despacho del gerente y entró como una exhalación.

Poco después, éste convocaba una asamblea extraordinaria con carácter de urgencia.

La primera decisión que la asamblea tomó al día siguiente fue la de expulsar al empleado de Fast Pizza culpable del fraude. Éste, en virtud de un rápido acuerdo bipartito, decidió solicitar voluntariamente la baja en la empresa a cambio de no hacer público el asunto y de no devolver los importes cobrados. Cualquier cosa antes que un escándalo.

Pero el nombre del verdadero instigador del delito pesaba demasiado en Fast Pizza y nadie se atrevió a implicarlo. Así pues, se dio carpetazo a la estafa. Sin embargo, Ferran, quien se indignó sobremanera con sus jefes, solo les había entregado documentación en papel. Los disquetes y una copia de la carta de Elena, los había guardado. Evidentemente, él no podía ya hacer nada. Además, visto lo ocurrido, si efectuaba algún movimiento por su cuenta, su lugar de trabajo corría un serio peligro.
Pero Anna no tenía nada que perder, y era una buena manera de hacer justicia a Gerard, quien en las últimas semanas de su vida había realizado una excelente labor de investigación.

Ferran preparó entonces un paquetito y telefoneó a una empresa de mensajería. En menos de una hora, la viuda de su compañero tendría en su poder las pruebas de la corrupción del empresario Alejandro Romero, presidente del imperio Central Foods.

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