jueves, 24 de septiembre de 2009

Déjame entrar







Dejadme que os recomiende ahora encarecidamente una película que me ha parecido preciosa y bella como pocas he visto recientemente. Se trata de Déjame entrar, la cinta sueca basada en una novela de 2004, que ha obtenido un montón de premios internacionales. Déjame entrar comienza con imágenes de Oskar un niño solitario y marginado cuya principal ocupación es juguetear con un cuchillo ensimismado en su mundo interior mientras imagina dar su merecido a los bravucones del colegio que le atosigan sometiéndole a un bullying implacable. Por otro lado, al edificio –típico ejemplo de arquitectura escandinava, muy presente en toda la película- llega una niña de su edad que oculta un secreto. Por un lado, sólo llegar, su padre tapa las ventanas del apartamento con cartones. Más tarde nos enteramos –apenas un detalle sin importancia- que con la mayor naturalidad del mundo sale a cazar transeúntes para sacarles la sangre. Alergia a la luz, necesidad de sangre... blanco y en botella piltrafillas. Lo que parece claro es que en esta historia de ritmo pausado –apático diría yo, como el ambiente que impregna la barriada en la que transcurre la acción- que no se hace lento para nada, no confundamos, la historia no tiene pinta de acabar bien, al menos para todo el mundo, y se hace imperioso estar muy atentos para averiguar quien saldrá vencedor –si es que habrá alguno- en este relato cruento, triste y bello a la vez.




Amiguitos, para mi ha sido un descubrimiento positivo, el de una cinta –al parecer la novela es algo más compleja e introduce elementos que no se tocan en pantalla- caracterizada por una fotografía impresionante gracias a la cual casi se puede sentir el frío –físico y emocional- y una música que emociona sobremanera. Déjame entrar es, en lo básico, una película de vampiros. Sin embargo, no se trata de una película de género al uso. En mi opinión es una terrorífica historia de amor entre dos seres inadaptados –el genial chaval protagonista perfecto en su papel y la pobre Eli, por quien es imposible no sentir compasión- al mundo en el que viven y el retrato crítico de una sociedad pretendidamente perfecta con graves problemas latentes de depresión, alcoholismo y violencia. Amiguitos, quizás es que estoy de baja forma, pero el final es poético a más no poder, el triunfo del amor sin condiciones y la señal de que aquel pobre hombre que –con más pena que gloria- salía resignado cada noche a buscar el alimento de Eli no era quien parecía ser al principio sino quien algunos ya sospechábamos desde la mitad del film (he estado a punto de desvelarlo, pero os dejo que lo descubráis). Recomendada a gritos. Hacedme caso piltrafillas, convertíos en Oskar vosotros también.

1 comentario:

günner dijo...

Lo dicho, OBRA MAESTRA.
en cuanto acabe el libro, la veo otra vez!