MORS ITA SICUT VITA
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Por la tarde, los cuatro amigos se desplazaron hasta Versailles. Si en un principio habían pensado en visitar Fontainebleau, al final se decantaron por una segunda opción, algo que a Pierre no le hizo ninguna gracia. No tenía ni ganas ni necesidad de pasar, aunque fuesen pocas horas, tan cerca del domicilio familiar. No obstante, no le quedó otro remedio que respetar la voluntad de la mayoría. Tras el viaje en ferrocarril y el corto paseo desde la estación, guardaron cola ante el palacio. Mientras aguardaban sobre la explanada de adoquines que daba acceso al monumental recinto, dieron cuenta de unas latas de coca-cola. Amir estaba gratamente sorprendido. Conocía el palacio por haberlo visto en fotos, pero ahora, así, en vivo, le parecía mil veces más impresionante y majestuoso. Pierre, en cambio, no estaba tan excitado. Ya había estado allí con anterioridad. Su gusto por el arte en general y la proximidad con su domicilio le habían llevado en otras ocasiones a disfrutar de la elegante arquitectura del edificio principal y de los bellos pabellones que jalonaban los imponentes jardines. Para Amir, sin embargo, era la primera vez y estaba embelesado.
Omar y Jimmy, aunque menos impresionados, también expresaban su interés con comentarios cargados de admiración. Pero Pierre, obsesionado, cómo no, por lo que estaba viviendo esos días, estaba ajeno por completo a las palabras de sus amigos.
Una vez pudieron acceder al palacio propiamente dicho, Pierre aun seguía aturdido. No obstante, los minutos que había dedicado a la introspección mientras hacía cola le habían hecho recobrar algo de sosiego. Caminando por los pasillos del primer piso, observó el exterior a través de las cristaleras de los enormes ventanales. Estaba lloviznando y el agua, al caer, dibujaba círculos en la superficie de los estanques y las fuentes. El olor de la hierba mojada, que se filtraba a través de una ventana abierta, impregnó sus pulmones de humedad. La visión de la ligera neblina que flotaba entre los rosales del jardín cubrió su corazón torturado de una especie de bálsamo relajante y le hizo olvidar por un rato sus preocupaciones.
No había comentado nada a los demás, pero esa mañana, al recoger la correspondencia del buzón, había caído en sus manos una carta de un tal Jacques Yseult en la que éste le comunicaba las recientes muertes de sus padres y su hermana. Pierre se había quedado solo, y no sabía si sentir pena o alegría. La relación con sus progenitores no había sido precisamente modélica, pero no dejaban de ser sus padres. En cuanto a Jeanette, su fallecimiento le provocaba la misma sensación ambigua. Resolvió sepultar sus conclusiones bajo una capa de indiferencia e intentó no pensar más en ello, al menos por una temporada. De hecho, todavía le quedaban sus amigos.
El grito de un funcionario malcarado le devolvió a la realidad.
- ¡No flash!
- Vale, vale -Omar le contestó sin mirar, aunque la advertencia había caído en saco roto pues ya le había tomado la correspondiente foto a la impresionante Sala de los Espejos, con flash evidentemente.
- ¿ No has visto que hay letreros por todas partes prohibiendo el uso de flash ? -le preguntó Pierre imitando la voz del empleado.
- ¿ Y como se espera que salgan bien las fotos de interior sin utilizar flash ? -contestó Omar-. Además, nadie hace ni caso.
Mientras Omar finalizaba su queja, un nuevo grito atravesó la sala.
- ¡No flash!
Jimmy ni tan siquiera contestó. Le dio a la palanca para avanzar una posición en el carrete de su cámara y, sonriendo socarronamente, guiñó un ojo a sus amigos.
Cuando cesó de llover, el grupo se dedicó, hasta bien entrada la tarde, a recorrer los húmedos y silenciosos jardines del palacio. En un momento dado, mientras los cuatro hablaban entre ellos envueltos en la bruma, Amir hizo un comentario inoportuno.
- Oye Pierre, podríamos ir a tu casa al salir de aquí.
- No es mi casa -respondió Pierre con rapidez, dándose cuenta entonces de que, después de lo ocurrido con su familia, no era una respuesta correcta.
Omar, que evidentemente no sabía nada de las desgraciadas muertes, intercedió en favor de Pierre. Respetaba su decisión de la noche anterior, cuando entre todos habían decidido visitar Versailles con la condición expresa de Pierre de no pisar el domicilio de sus padres. Tanto Amir como Jimmy habían encontrado la negativa de lo más extraño, pero Omar sabía que, desde que Pierre había optado por independizarse, no había vuelto a ver a su familia. Al parecer los detestaba, aunque siempre había rehuido hablar en profundidad del tema, pero si decía que no quería ir a su casa, no se iba y punto.
- No hay ninguna necesidad de ir a casa de nadie, ¿ estamos ? -dijo con autoridad.
- Tampoco hace falta que os enfadéis. Me hacía ilusión conocer por dentro una mansión de ricos, eso es todo.
Jimmy intervino.
- Además, no creo que a los jefitos de Pierre les gustase que un mestizo como yo pisase su chante burguesa. Seguro que, superada la primera impresión, se empeñarían, por compromiso, en invitarnos a langosta y caviar, y yo prefiero un frankfurt.
- Pues ahora mismo -dijo Amir cambiando de tema-, yo me muero por comer pollo.
Pierre, serenado, tomó la palabra.
- Venid -dijo-, yo sé donde hay un Kentucky.
Entonces rodeó con su brazo los hombros de Amir.
- Y no te preocupes. Quizá en alguna ocasión te dejaré visitar la mansión de mi familia.
- ¿ Y podré mear en un retrete burgués ?
Los cuatro amigos rompieron a reír y aceleraron el paso. Tenían verdadero apetito.
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