lunes, 31 de enero de 2011
William Lazos
Comienzo el lunes con el trabajo de William Lazos, un pintor canadiense nacido en El Cairo hace cuarenta y siete años que ha pasado casi toda su vida en Toronto, ciudad en la que lleva más de veinte años realizando exposiciones. Sus obras también han viajado hasta Londres o Nueva York. Impresionante.
domingo, 30 de enero de 2011
Wim Heldens
Me despido con un descubrimiento reciente, un artista al que hace unas semanas tenía reservado un espacio –aunque la piltrafilla Klimtbalan se me adelantó al darle cabida en su casa-, este pintor neerlandés llamado Wim Heldens con el que diré adiós al último domingo del mes, el temido Enero de la cuesta que –mucho me temo- se va a prolongar uno o varios meses más.
Down Terrace
Y la última recomendación de esta breve sesión doble poco habitual –tanto por la reducida muestra de películas como por la ausencia de productos bizarros-es una cinta tipicamente inglesa en lo que respecta a la interpretación de los personajes y la ambientación de la trama, aunque abordada de manera muy original. Se trata de Down Terrace, la historia de una familia con oscuros negocios. Recién salidos de la cárcel tras ser absueltos después de cuatro meses detenidos, Bill y su hijo Karl regresan a casa dispuestos a no dejarse ver demasiado por la ciudad durante un tiempo. Así, de esta manera, se nos muestra la cotidianeidad del patriarca, antiguo experimentador con las drogas, estudioso de la cultura tibetana, el autocontrol y esas mandangas, un nostálgico que abruma a su hijo con discursitos moralizantes de filosofía sixties. Luego está Karl, el hijo, un tipo aparentemente normal pero con tendencia a la histeria a la mínima ocasión, un treintañero que respeta y detesta a su padre por igual. También está Maggie, la madre, el pegamento que une a la familia, el cojín que amortigua los choques de carácter, la mujer encerrada en un hogar de clase media baja –aunque sin un pelo de tonta- que defiende y oculta al exterior lo que ocurre tras sus paredes. Por último tenemos a Garvey –el pobre lerdo con sobrepeso- y a Eric, dos peones de la organización a la que pertenecen todos. Sin embargo, no todo va bien. Al parecer existe un topo entre ellos y cuando aparece la novia de Karl –a la que hace seis meses que no ve- y está embarazada, Bill, paranoico y celoso de la seguridad de la familia, no oculta su malestar.
Amiguitos, la crítica ha dicho de Down Terrace que se trata de una mezcla entre Ken Loach y los hermanos Coen. La verdad es que pese a ser un voraz consumidor de cine no me considero un entendido por lo que no os puedo decir si estoy o no de acuerdo con esa afirmación aunque es cierto que un aroma a Coen sí que advierto. Sin embargo os diré que me ha parecido una cinta muy original, con un guión extraordinario y unas interpretaciones magistrales que nos hacen creer que no estamos viendo una película sino la vida de una familia normal, ordinaria y corriente. Por supuesto no es una película de gángters al uso, ya que está ambientada en el mundo del hampa de una ciudad costera británica pero no hay casi violencia, y cuando esta estalla en realidad no guarda relación estricta con el crimen. Se trata del retrato humano de unas gentes al margen de su trabajo –algo que se refleja en muchas películas-, aunque lo que ocurre esta vez es que el trabajo de la familia es delinquir. Definitivamente tampoco es –como la de la entrada anterior- una cinta de las que os acostumbro a hablar, pero está llena de escenas geniales, como la de Bill y su abogado sentados en la salita de casa tocando blues con sendas guitarras acústicas o cuando un tarado ex combatiente en Bosnia se ofrece a la familia como asesino y Bill le pregunta si ya está en internet. Sorprendente, interesante, inteligente y recomendable.
Amiguitos, la crítica ha dicho de Down Terrace que se trata de una mezcla entre Ken Loach y los hermanos Coen. La verdad es que pese a ser un voraz consumidor de cine no me considero un entendido por lo que no os puedo decir si estoy o no de acuerdo con esa afirmación aunque es cierto que un aroma a Coen sí que advierto. Sin embargo os diré que me ha parecido una cinta muy original, con un guión extraordinario y unas interpretaciones magistrales que nos hacen creer que no estamos viendo una película sino la vida de una familia normal, ordinaria y corriente. Por supuesto no es una película de gángters al uso, ya que está ambientada en el mundo del hampa de una ciudad costera británica pero no hay casi violencia, y cuando esta estalla en realidad no guarda relación estricta con el crimen. Se trata del retrato humano de unas gentes al margen de su trabajo –algo que se refleja en muchas películas-, aunque lo que ocurre esta vez es que el trabajo de la familia es delinquir. Definitivamente tampoco es –como la de la entrada anterior- una cinta de las que os acostumbro a hablar, pero está llena de escenas geniales, como la de Bill y su abogado sentados en la salita de casa tocando blues con sendas guitarras acústicas o cuando un tarado ex combatiente en Bosnia se ofrece a la familia como asesino y Bill le pregunta si ya está en internet. Sorprendente, interesante, inteligente y recomendable.
Lourdes
Mi primera recomendación de esta semana va a ser para la película Lourdes, una cinta de Jessica Hausner que ha recibido algunos galardones internacionales y nos explica la llegada de Christine, una resignada enferma de esclerosis postrada en una silla de ruedas, a esta localidad de los Pirineos franceses, en una excursión que en realidad no sabe muy bien por qué hace ya que –como ella misma dice en un momento de la película- hubiese preferido visitar Roma. Amiguitos, os contaré algo. Un día, Jesús, la Virgen María y el Espíritu Santo estaban en una nube planificando sus vacaciones de verano cuando Jesús dijo “Podríamos ir a Belén”. Pero los otros dos contestaron “no, a Belén no, que ya hemos ido mucho”. Luego la Virgen María propuso “¿Y si vamos a Jerusalén?”, a lo que Jesús dijo “no, ahí no, que también hemos estado varias veces”. Entonces el Espíritu Santo dijo “¿Y si vamos a Lourdes?”, a lo que la Virgen María respondió contenta “sí, sí, genial, ahí no he estado nunca”. Este chiste, pronunciado por un sacerdote de la expedición de peregrinos es el contrapunto escéptico a la marea de creyentes que –con el anhelo de curar sus enfermedades- conforman las excursiones montadas en gran número para visitar este enclave en el que la tradición nos cuenta que Bernadette Subirous fue testigo de diversas apariciones marianas a mediados del siglo XIX.
Piltrafillas, en Lourdes asistimos al retrato de un fenómeno que aúna turismo y devoción, fe y souvenirs, negocio y caridad, una Disneylandia del milagro que se convierte en símbolo de esperanza o el último recurso de los desesperados al que también asisten voluntarios laicos entre los que se cuentan los que tienen un sincero deseo de ayudar al prójimo, los que no han sabido decidirse entre eso o un fin de semana esquiando y los que utilizan la ocasión para expiar sus propios pecados. Con todo, la realizadora evita pronunciarse –al menos no lo hace claramente, aunque se advierte cierta tendencia- y se limita a mostrar las dos caras de la moneda, la de la mercantilización de la desgracia humana y la de la profunda confianza en la voluntad divina en el marco de un grupo humano que denota un –comprensible- egoísmo a la hora de asistir a la sanación del prójimo en lugar de la propia. La película es leeeenta, leeeenta, leeeenta hasta la exasperación, pero ello no hace más que ayudar a que nos identifiquemos con la aburrida, hastiada y escéptica Christine –a remarcar la interpretación de Sylvie Testud en su papel de enferma pasmada ante los acontecimientos- en su extraordinaria excursión de fin de semana. La cuidada fotografía, la ambientación y las interpretaciones –también me ha gustado mucho Elina Lowensohn como Cécile- redondean en mi opinión una cinta que pese a la total carencia de acción y la casi ausencia de diálogos me ha parecido muy interesante. No es del tipo de las que os acostumbro a hablar ¿eh?
Piltrafillas, en Lourdes asistimos al retrato de un fenómeno que aúna turismo y devoción, fe y souvenirs, negocio y caridad, una Disneylandia del milagro que se convierte en símbolo de esperanza o el último recurso de los desesperados al que también asisten voluntarios laicos entre los que se cuentan los que tienen un sincero deseo de ayudar al prójimo, los que no han sabido decidirse entre eso o un fin de semana esquiando y los que utilizan la ocasión para expiar sus propios pecados. Con todo, la realizadora evita pronunciarse –al menos no lo hace claramente, aunque se advierte cierta tendencia- y se limita a mostrar las dos caras de la moneda, la de la mercantilización de la desgracia humana y la de la profunda confianza en la voluntad divina en el marco de un grupo humano que denota un –comprensible- egoísmo a la hora de asistir a la sanación del prójimo en lugar de la propia. La película es leeeenta, leeeenta, leeeenta hasta la exasperación, pero ello no hace más que ayudar a que nos identifiquemos con la aburrida, hastiada y escéptica Christine –a remarcar la interpretación de Sylvie Testud en su papel de enferma pasmada ante los acontecimientos- en su extraordinaria excursión de fin de semana. La cuidada fotografía, la ambientación y las interpretaciones –también me ha gustado mucho Elina Lowensohn como Cécile- redondean en mi opinión una cinta que pese a la total carencia de acción y la casi ausencia de diálogos me ha parecido muy interesante. No es del tipo de las que os acostumbro a hablar ¿eh?
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