Como uno ya gastó sus dineros celebrando en Milán las bodas de plata, esta Semana Santa me he quedado en casita, paseando por el barrio de Gràcia o directamente tocándome los huevos en casa –donde las bebidas alcohólicas salen mejor de precio que en los bares– atiborrándome de música. Pero como también es saludable que a uno le dé el sol en la cara y el aire puro en los pulmones, hoy ha sido el día escogido para hacer una pequeña escapadita matutina.
Y así, mi señora y este que os escribe hemos pasado la mañana en Miravet –previo desayuno en Falset–, una pintoresca localidad de la Ribera d’Ebre en la que aún no había estado y que como monumento destacable posee un castillo de origen andalusí que los templarios transformaron y ampliaron convirtiéndolo en un castillo convento que es uno de los más importantes del país. Por cierto, aunque puede subirse en coche, uno es un pecador en busca del perdón y ha hecho el camino a pie. Y creedme, con un sol de justicia y a poco más de las doce del mediodía, el gesto ha supuesto una penitencia pascual de lo más indicada. Creo que me he ganado la redención.
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