En nuestro segundo día decidimos visitar Malá Strana y subir a su Castillo, un enorme edificio aunque sin especial encanto arquitectónico. La subida a la cima de la colina desde el Puente de Carlos es preciosa, pero el intenso calor, la humedad y el abrasador sol que esa mañana caía sobre la ciudad me provocó tal angustia que casi ni hice fotos y me perdí ver el Niño Jesús de Praga, una talla española del siglo XVI que se encuentra en la Iglesia de Santa María de la Victoria. Por supuesto, tampoco se me ocurrió visitar la colina de Petrin y su torre eiffeliana. La verdad es que lo pasé bastante mal –pensaba que me había dado un golpe de calor– y no me encontré mejor hasta que entré en la impresionante Catedral de San Vito. Antes de abandonar el recinto del Castillo pasamos por el Callejón de Oro, unas casas que se construyeron a finales del siglo XVI para dar cobijo a los guardias del castillo y que un siglo más tarde se ocuparon por orfebres –de ahí el nombre por el que es conocido el lugar– hasta que en el siglo XIX se instalaron en ellas mendigos y delincuentes que a principios del siglo XX fueron desalojados. Después de la Segunda Guerra Mundial las viviendas se pintaron y convirtieron en tiendecitas de souvenirs y en exposiciones para mostrar cómo era la vida en el lugar. Lo cierto es que la masificación turística y el aspecto de cartón piedra de la zona no me llamaron para nada la atención. Pese a ello –aunque Franz Kafka trabajó en una de esas casas un par de años– me pareció mucho más interesante visitar la que ocupó el historiador Josef Kazda, que escondió de los nazis numerosas copias de films de la cinematografía checa. Y tras pasar por el monumento a los soldados checos caídos en la Segunda Guerra Mundial llegó el momento de buscar un lugar a la sombra en el barrio judío Josefov para disfrutar de una buena cerveza fresca.
Parte 2
No hay comentarios:
Publicar un comentario