Y con Jason Statham también de protagonista, mi segunda reseña del día va para Wild card, un remake de la película Heat que en los años 80 protagonizó Burt Reynolds basada en la novela de William Goldman, a su vez guionista en ambas adaptaciones cinematográficas. Pese a algunos cambios –en esta, Nick Wild es de origen británico y su sueño es ir a Córcega en lugar de a Venecia– la historia que nos cuenta en imágenes el realizador Simon West es la misma que en su día nos contaron Dick Richards y Jerry Jameson, la de un guardaespaldas de Las Vegas con tendencia al alcoholismo y la ludopatía que arriesgará su vida cuando el hijo de un mafioso deje malherida a una amiga suya.
Amiguitos, a Statham –quien, por cierto, también es cosecha del 67– le conocí por primera vez en Revolver y ya me encantó. Gracias a Guy Ritchie y Luc Besson, se estaba haciendo un nombre en el cine de acción y finalmente –nada que objetar– se ha encasillado en papeles de corte similar. Además, le vea en el papel que le vea, siempre me parece el mismo personaje. ¿Significa eso que es un mal actor?, pues si buen actor es el que tiene numerosos registros interpretativos, Jason ni se acerca. Ahora bien, si el buen actor es aquel que hace creíbles los personajes que interpreta, entonces Statham no lo hace tan mal. Así pues, desde ese punto de vista no podemos decir que esta Wild card sea una mala película. Ahora bien, tampoco es para tirar cohetes. Se trata de un capricho de Jason que se hizo con sus derechos y se pasó años buscando convencer a un director para llevar de nuevo la historia a la pantalla. Con el propio William Goldman involucrado, al final fue Simon West –realizador de la segunda entrega de Los mercenarios– el que se hizo cargo. No hay demasiada acción a lo grande, con explosiones o persecuciones, pero de tanto en tanto Wild card nos regala unas escenas de lucha cuerpo a cuerpo perfectamente coreografiadas, tan violentas como inverosímiles. Entre pelea y pelea, una historia que suena a ya vista, sin demasiada complejidad y fotografiada con gusto. En resumen, un entretenimiento palomitero sabatino aceptable y poco más. ¿Lo mejor? la escena en los sótanos del Golden Nugget con Stanley Tucci como el inquietante Baby.
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