Amiguitos, aquellos pocos que me seguís de manera esporádica podéis llegar a pensar que –además de un amante de la sensualidad y el arte visual- soy todo un cinéfilo cazurro, un obsesionado por el gore, la acción, los argumentos casposos, los disparos, los culos y las tetas, amén de un enamorado de las bizarradas japonesas. Sin embargo, los fieles del lugar –un grupo selecto de seguidores aún más reducido si cabe- sabéis que, de tanto en tanto, también sé disfrutar de pequeñas –o grandes- muestras de poesía cinematográfica. Y en mi opinión ese es el caso de esta Todos están muertos, debut en el ámbito del largometraje de Beatriz Sanchís, directora y autora del guión. Co-producción de España, Alemania y México, Todos están muertos nos cuenta la historia de Pancho, el hijo adolescente de Lupe, una estrella del rock electrónico de los 80 que lleva quince años sin salir de casa.
Ambientada a mediados de los 90 y con una estupenda fotografía de Álvaro Gutiérrez, la historia da comienzo cuando Paquita –madre de Lupe, enferma y harta del comportamiento de su hija, desentendida de Pancho, un joven apocado y necesitado de cariño materno- convoca la Noche de los Muertos del 96 a su hijo Diego, vocalista de Groenlandia, el grupo con el que alcanzó la fama junto a su hermana antes de fallecer. Al día siguiente, Diego se presenta en casa de Paquita para sorpresa de Lupe -la única que puede verle- y será testigo y detonante del cambio que su aparición provocará en la vida de su hermana agorafóbica y el resto de la familia. La verdad piltrafillas es que no he entrado en la película de inmediato. Al principio cuesta un poco, aunque la fotografía de Gutiérrez y mi intuición me decían que tenía que aguantar ante la pantalla –algo que ni mi mujer ni mi hija han hecho-, pero al rato descubres que estás ante una preciosa historia de amor, perdón y transición a la madurez entre surreal y costumbrista jalonada de pinceladas de humor. En resumen, una de esas cintas que amas o detestas y que –pese a no ser obras redondas- son de lo más recomendable y frescas para cuando se quiere pasar un rato entretenido con historias humanas sin disparos o explosiones, que de eso ya viene cargada la realidad.
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