Esta vez, Pablo llegó al bosque al anochecer. No tuvo que esperar mucho tiempo hasta recibir la señal de la base.
Sabía que llegaría este momento, por lo que no se inmutó al escuchar las nuevas instrucciones.
-Te quedan 24 horas de estancia en este planeta. Sabemos que lo has intentado, has hecho un buen trabajo de investigación sobre el odio, pero tu implicación en los últimos acontecimientos pone en peligro tus emociones. Si continúas aquí acabarás contaminándote y no podrás regresar nunca más a nuestro planeta. Sabes que no admitiríamos a nadie que pudiese transmitir odio a nuestros descendientes. Sin embargo, queremos recompesar tu esfuerzo por haber dedicado todo este tiempo a la investigación para hallar la manera de eliminar el odio y garantizar una galáxia mas armoniosa. Tu recompensa es la libertad de elegir.
Puedes quedarte y seguir siendo un humano -y por tanto mortal- hasta el final de tus días, o regresar al lugar dónde los tuyos y la inmortalidad te esperan . Dentro de 24 horas aquí, en este mismo lugar, habrá una nave esperándote.
Pablo regresó a su casa. Menos de dos días para decidir. Era verdad que en este planeta el odio campaba a sus anchas, era una plaga difícil de erradicar con demasiados aliados, la avaricia, el orgullo y el ansia de poder entre ellos. Pero también había conocido cosas que no existían en su planeta, muy valiosas, que incluso lograban hacer olvidar el odio momentáneamente. Pablo –por ejemplo- había descubierto el placer de la música y el placer del sexo. Estas dos sensaciones no podía llevárselas, pues en su estado alienígena no podían percibirse, solamente un cuerpo humano con sus cinco sentidos podía disfrutarlas.
Al llegar a su hogar encontró encima de la mesa un gran sobre con la palabra URGENTE impresa. Dentro había unas instrucciones de Helga. Debía ir a recoger a un tal Daniel al aeropuerto. Venía de Lima, vía Madrid, se especificaba la hora, la compañía y el número de vuelo. También se adjuntaba una descripción detallada y una fotografia del individuo. Una vez localizado, tenia que llevarlo hasta la gran mansión. Miró el reloj, tenía que salir ya.
Pablo llegó justo en el momento en que desembarcaban los pasajeros del vuelo que esperaba. No fue difícil localizar entre todos ellos al tal Daniel. Pablo se presentó como asesor de la compañia que le ofrecia el trabajo. El joven parecía desorientado y, por más que preguntó de qué se trataba todo aquello, no obtuvo más respueta que un aséptico "tienes que acompañarme. No te preocupes, has tenido suerte en ser elegido, es un buen trabajo".
A la mansión llegaron en taxi. Allí los esperaba Helga, recién llegada de Londres. Se presentó como la persona encargada de hacerle la entrevista previa a la selección definitiva. Acompañó a Daniel a una gran habitación y le comunicó que enseguida lo llamarían para hablarle del trabajo.
Luego cerró la puerta y se dirigió a Pablo, invitándole a salir al jardín.
-Grácias, pero tu contrato con nuestra empresa ha terminado. Regresa con los tuyos, es la única alternativa que tienes para salvarte.
-Pero tú... ¿quien eres realmente?
-Soy una androide, SUXEN9, programada por los altos mandos de nuestro planeta para ser el contacto de todos los que sois enviados para la misión .
Te dieron un cuerpo humano y yo te ayudé a adaptarte y humanizarte. Fui primero Luisa para ti, quien -una vez acabado su trabajo-, tuvo que desaparecer para convertirse en Helga y llevarte hasta uno de los centros donde se conjura el odio.
A diferencia de vosotros, yo no tengo fecha de caducidad en este planeta. A ti te queda poco tiempo y debes regresar. Como ves, ya han enviado a un substituto, tal y como llevan haciendo durante siglos.
-¿Daniel?
-Efectivamente, él continuará la misión. Ahora debes marcharte, la nave te está esperando.
Mientras, Daniel empezaba a impacientarse. Llevaba casi dos horas esperando en aquella fría y vacía sala. Un enorme cuadro de color cyan con una diminuta estrella violeta en el centro ocupaba una de las paredes. En la de enfrente, una gran ventana que daba a un inacabable campo de unas extrañas flores amarillas. En la otra pared una gran puerta de ébano, tallada con siluetas de unos extraños seres mitad caimanes mitad humanos. Y junto a la otra pared, un sofá de color rojo en el que se sentó. Tenía la sensación de estar dentro de un cuadro de Piet Mondrian. Y esa música, esa extraña sinfonía clásica que salía de algún piano que alguien parecia tocar no muy lejos de allí, tampoco ayudaba a tranquilizarlo.
Helga, de pie en el centro de la habitación contigua miraba fijamente a través de la claraboya que ocupaba prácticamente todo el techo, cómo la pequeña nave violeta se iba alejando cada vez más en el cielo de la noche.
Cuando hubo desaparecido por completo, volvió a su silla y a través del interfono indicó que ya podían traer a Daniel para la entrevista.
-Bien Daniel, nuestra compañía es BIRKENFELD AG, una firma dedicada al transporte internacional con sede en Viena. Quizás había oído hablar ya de nosotros.
Hay historias que no tienen fin.
© @GuarrillaUrbana
Lee aquí el siguiente y último capítulo.
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