-Ya, pero no tenemos suficiente dinero para ir al
outback australiano.
-Pues nos vamos a Almería, que ya he rodado westerns allí varias
veces.
-Tampoco hay presupuesto para construir esos camiones y vehículos
distópicos molones.
-Es igual, pillamos varios coches de un desguace, alquilamos unos cuantos
Pegaso y Barreiros a los camioneros de algún bar de carretera
y lo tuneamos todo con algunas planchas de metal y barras
antivuelco.
-Vale... pero disimularemos un poco, ¿no?
-Para nada, a la película la titularemos
El exterminador de la carretera.
Piltrafillas, este diálogo ficticio hubiese podido tener lugar
perfectamente entre el realizador
Giuliano Carnimeo –aunque
firmaría la cinta con el nombre más comercial de Jules Harrison– y su
equipo de guión y producción porque esta
El exterminador de la carretera que tuvo el título internacional
menos obvio de Exterminators of the year 3000 es un plagio cutre y
low cost de la exitosa película de
George Miller protagonizada por
Mel Gibson y
Virginia Hey, aquí llevada a la pantalla por la pareja formada por
Robert Iannucci y la española
Alicia Moro en los papeles de
Alien y Trash.
Y si en aquella, Max defendía a los guardianes de una refinería del ataque de los malos, aquí el tal Alien tendrá que ayudar a Trash y a Tommy a llevar provisiones a una sociedad que vive bajo tierra en un mundo devastado post-nuclear en el que escasea el agua. Para ello tendrá que luchar con las hordas de Crazy Bull, el español Fernando Bilbao vestido y maquillado –salvando las distancias, claro está– como un sosias del Wez de Mad Max 2. En fin, amiguitos, esta vez sí, una de esas películas tan malas que acaban siendo buenas. Y es que, si nos olvidamos de su total ausencia de originalidad y de los personajes en los cuales se inspira –pero ¡si incluso hay un choque con una caravana!–, El exterminador de la carretera puede incluso resultar una cinta entretenida de serie B postapocalíptica, aunque el aspecto de baratillo de la producción lastra enormemente el resultado final. Total, nada que no pueda evitarse afrontándola con un buen copazo de ron añejo.
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