El último día, Dublín nos iba a regalar una jornada en la que milagrosamente no veríamos el agua –al menos esa era la previsión del tiempo– por lo que fuimos algo más relajados a la hora de visitar diversos lugares en los que no habíamos estado aún. Nuestra primera parada fue en la Christ Church, nombre popular de la Cathedral of the Most Holy Trinity, más antigua que la de St. Patrick y en la que –además del precioso conjunto en si– destaca su cripta y dos “inquilinos” especiales que en tiempos quedaron atrapados en uno de los tubos del órgano y ya no salieron.
Nuestro siguiente destino fue la St. Patrick’s Cathedral, que más parece un museo que un lugar de culto por la cantidad de estatuas y conjuntos artísticos que atesora. De ahí regresamos a la zona de Grafton Street para hacer unas compras, al Trinity College para visitar su impresionante biblioteca –lo cierto es que yo no entré, por muy enorme que sea no me compensaban verla los 14 eurazos de la entrada– y de ahí a Temple Bar para comer (estupendas las alitas de pollo picantes del Elephant & Castle).
Por la tarde recorrimos O’Connell Street en dirección al Garden of Remembrance, que estaba cerrado, pero que me permitió encontrarme con una obra de Julian Opie que no me esperaba. Y de ahí, más vueltas por Grafton –donde nos comimos unos donuts de chocolate y crema de cacahuete estupendos mientras disfrutamos de una entretenida actuación musical– antes de volver al hotel a descansar un poco.
Por la noche regresamos al Temple Bar para cenar y terminar en The Auld Dubliner donde me puse a gusto de pintas de Guiness, cantando a grito pelado canciones como With or without you de U2 o Sweet Caroline de Neil Diamond junto a simpáticos desconocidos. Menos mal que excepto mi mujer y mi hija, allí no me conocía nadie. Fue una divertida y alcohólica despedida de Dublín. Y ya está amiguitos, al día siguiente nos dirigimos temprano al aeropuerto poniendo el punto final a unas minivacaciones de Semana Santa estupendas.
Día 2
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