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Los violadores del amanecer
Y no podía finalizar este último día de vacaciones sin presentaros una pieza de coleccionista, un exponente de la exploitation hispana más casposa. Me refiero a Los violadores del amanecer, película escrita, dirigida y poducida por Ignacio F. Iquino –el autor de La caliente niña Julietta, un hito del cine erótico español del que ya os he dado cuenta en el pasado- que cuenta en su elenco con intérpretes que con el tiempo se convertirían en figuras del teatro catalán como Carme Contreras, Joan Borrás o Ricard Reguant, por citar algunos. El argumento nos presenta las correrías –nunca mejor dicho- de una banda de delincuentes juveniles –cuatro chicos y una chica embarazada- que se dedican a violar mujeres entre atraco y atraco. La cinta se inicia con una joven vistiéndose después de ducharse. La cámara nos muestra su cuerpo mientras ella se pone la ropa interior y nosotros ya vemos que la película no va a escatimar en lo que a desnudos femeninos se refiere. Entonces, con la aparición del Rafia, el Cañas, el Rubiales y el Quinto en su flamante –y seguramente robado- Chrysler 180 acechando a María en un enorme y desierto descampado del extrarradio de Barcelona antes de secuestrarla, entramos en el desarrollo de esta especialísima película de 1978. Los violadores del amanecer es una sucesión de desnudos –los de las chicas violadas, los de las mujeres en el hotel que atraca la banda, el de la Lagarta- y de escenas violentas. A su favor, la película tiene la ínfima calidad como actores de los desconocidos que hacen de delincuentes protagonistas, lo que sumado a interpretaciones como la de Mireia Ros –que destaca sobre el resto- le hacen creer a uno que realmente se encuentra ante violaciones reales y provocan un deseo Charles Bronson style de ajusticiar a esos degenerados sin escatimarles dolor. Eso y escenas como la arenga en off en la que con imágenes de víctimas mortales se explica que mujeres, jóvenes e incluso menores pueden ser atacadas por vecinos, amigos e incluso familiares –asegurando que “todo hombre puede ser el temido violador”- hacen de esta cinta algo especialmente tendencioso.
Violenta, desagradable -esa escena con dos de los miembros de la banda huyendo de la Guardia Civil con la joven desnuda a la que han violado repetidamente sangrando por la entrepierna-, así como ese resultado entre cutrerrealista y low cost, hacen de la película de Iquino un producto que bordea la vergüenza ajena. Y es que el guión es inverosímil, con violadores diciendo “qué rica está” y víctimas gritando “soltadme, granujas”. También cae en la contradicción al –en teoria- tratarse de una película denuncia que hace suyo el lema “contra violación, castración” pero que por otra parte se recrea en las violaciones y vejaciones que esos enajenados –a los que el realizador retrata como lerdos, violentos, obsesionados por el sexo a los que ni el incesto les es extraño- cometen contra sus pobres víctimas. Mención aparte merece el personaje de la Lagarta, embarazada, puta, que se beneficia al Rafia pero también a su hermano cuando lo desea y es chuleada por su propio padre. Vamos, una familia estructurada y respetable de finales de los 70. Lo del policía condescendiente con ánimo de salvador de almas descarriadas o la escena del Rafia echando en cara a su padre que este no le ha dado una educación sexual adecuada ya es para vomitar. Pero contra todo pronóstico –quizás por lo casposamente extrema que es- Los violadores del amanecer se ha convertido en film de culto, una mezcla de película clasificada S y cine de quinquis, retrato negruzco de una época que no está tan lejana para algunos de nosotros y que me transporta a la segunda etapa de la E.G.B., los años del Renault 12, el SEAT 1430, los navajeros... en fin amiguitos, una obra que debe afrontarse como una cinta de excesos y excusas. Excesos porque la imagen de bandas de atracadores que violan a mujeres a plena luz del día no es del todo real y excusas porque es obvio que el realizador ha querido disfrazar de moralina, lucha de clases o ineficacia policial lo que en esencia no es más que la puesta en imágenes de una simple película softcore con pretensiones. Si a eso le añadimos la historia de Dana, que queda embarazada y a la que su madre no deja abortar, algo que comportará horribles consecuencias, os podéis hacer una idea de lo que este mejunje de estilos supone para un friki como yo. Recomendada.
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