martes, 18 de octubre de 2011

Cabezas de Hidra - Capítulo primero (II)


2

Pierre llegó al bachillerato preuniversitario y sus preferencias académicas se decantaron hacia dos opciones aparentemente tan poco relacionadas entre si como eran la Biología y las Bellas Artes. Sabía, sin embargo, que iba a ser una ardua tarea luchar contra la voluntad de su padre, quien al contrario de lo que cabía esperar no deseaba que su hijo cursase estudios de Derecho pero sí de Historia. Pierre no estaba muy seguro, dado que ese era un tema del que rara vez se hablaba en casa, pero todo parecía indicar que el abuelo había obligado a su padre a continuar la tradición familiar y a convertirse en abogado, por lo que éste no quería de ninguna manera que su hijo ejerciese de lo mismo. De lo que su padre no parecía darse cuenta era que a él tampoco le atraía en absoluto la Historia, por lo que se repetía el hecho del padre imponiendo su criterio, ciego totalmente a los legítimos intereses del hijo.

Pierre continuó sus estudios siguiendo la acostumbrada rutina diaria sin saber a ciencia cierta que camino tomaría cuando, dos años después, tuviese que escoger una carrera. Y un buen día, sin aviso previo, que es como pasan estas cosas, ocurrió el desastre. Hacía tiempo que Pierre se había fijado en una chica llamada Sylvie, y era víctima de una obsesión enfermiza. Durante las clases, soñaba despierto sin poder apartar la mirada de su compañera quien, incluso cuando ésta se ausentaba, ocupaba su pensamiento. Para Pierre, el rostro de su amada resplandecía como una flor de fragantes, frescos y luminosos pétalos que hubiese desplegado su belleza ante el. Sin embargo, él era incapaz de superar su miedo y se mantenía alejado de cualquier contacto personal con ella. Pues bien, esa desgraciada tarde, Pierre asistió por casualidad a una conversación a la que nunca hubiese tenido que prestar atención.

- Pero, ¿no has visto como babea cuando te mira? -preguntó una voz desconocida tras la esquina del pasillo, a dos pasos de Pierre.
- Sí -respondió de inmediato la voz de Sylvie, jactándose socarronamente y provocando que Pierre se detuviese justo antes de torcer la esquina -, parece un cordero degollado.
- A lo mejor -dijo la otra voz- se cree que te gusta.
- ¿Quién? -le interrumpió Sylvie-, ¿ese gordito patoso?.

Las dos amigas rieron con ganas. Más que las palabras, crueles de por sí, lo que hirió profundamente el ánimo de Pierre fue el desprecio que se desprendía de ellas. Un mazazo invisible le golpeó el pecho. Se sintió humillado. Había hecho lo imposible para no poner de manifiesto sus sentimientos hacia Sylvie y ahora todo parecía indicar que no había conseguido ocultarlos. Se sentía sentimentalmente desnudo ante sus compañeros. Todos, al parecer, habían notado el amor que albergaba hacia Sylvie. Había bajado la guardia y el enemigo había aprovechado para penetrar en su fortaleza.
Tras un largo rato apoyado en la pared, Pierre, dolido, dio media vuelta y regresó por donde había venido sin recordar ni hacia donde se dirigía pocos minutos antes. En ese momento, lleno de una ira irreflexiva a la par que contenida, decidió eliminar a Sylvie de su cerebro.


Los meses transcurrieron y mientras, muy de tanto en tanto, Pierre salía con algunos compañeros de clase a cenar y tomar copas. Pero, para más inri, al grupo con el que se reunía con mayor asiduidad también pertenecía Sylvie. Ella, evidentemente, nada sabía de la secreta asistencia de su en un tiempo enamorado a la conversación que años atrás había mantenido en los pasillos de la escuela. Mientras, Pierre, esmerado en reconstruir a marchas forzadas su máscara de falsa insensibilidad, ponía especial ahínco en no inmutarse ante la presencia de su compañera. En las cenas, fingía que ignoraba su proximidad. La tarea, no obstante, era demasiado dura para llevarla a cabo sobrio por lo que Pierre comenzó a beber en exceso y a espaciar paulatinamente las salidas a cenar con sus amigos.

Un buen día, sin embargo, decidió que aquella situación ni debía ni podía continuar. Hacía ya tiempo que una idea le rondaba la cabeza. Pierre había intimado con un par de compañeros de su clase que no despertaban demasiadas simpatías entre el resto de los alumnos. La causa era una mal disimulada xenofobia generalizada, pues uno era de origen marroquí y el otro, aunque norteamericano, tenía raíces hispanas. Así, cuando Pierre les propuso alquilar un apartamento entre los tres para, en un futuro próximo, independizarse, Omar y Jimmy aceptaron sin dudar.

3

Finalizado el segundo curso preuniversitario, los tres amigos se habían hecho inseparables. Acostumbrados a vivir al margen de los grupos de amigos establecidos en la escuela, los tres formaban un núcleo afectivo del que se excluía cualquier relación externa. Pierre ya no tenía a su alrededor un muro que pudiese proteger sus sentimientos, simplemente los había anulado por completo. Emocionalmente ya no sentía nada, por lo que nadie podía hacerle daño. A causa de ello, además, no temía por el fracaso de sus relaciones sentimentales ya que había desterrado de su interior el interés por iniciar o participar de alguna. Tal actitud provocó en Pierre una mayor seguridad en sí mismo.

Después del verano, al iniciarse el nuevo curso, Pierre eligió, al igual que sus amigos, no matricularse en facultad alguna, cosa que enojó enormemente a sus padres y aceleró su definitivo traslado con Omar y Jimmy a un pequeño apartamento. Así pues, abandonó definitivamente el domicilio familiar en Versailles y se estableció emancipado, dispuesto a dedicarse a la pintura, al menos de momento. Su madre se enfadó tanto que dejó de hablarle y su padre, quien en un principio se mostró muy disgustado, no tardó en aceptar que, en el fondo, se sentía orgulloso de la decisión de Pierre. Él mismo, cuando había gozado de juventud y ocasión, no había tenido las entrañas suficientes para hacer algo parecido.

Pero el apartamento de los jóvenes, ubicado en la tranquila Rue de Louvois de París, iba a tener, finalmente, cuatro inquilinos. A Pierre, Jimmy y Omar se les iba a unir un primo de éste último, Amir, quien al enterarse de la emancipación de su pariente, no tardó en confirmar su traslado a la capital procedente de Marsella. En el correcto devenir de la relación entre Pierre y sus compañeros de piso, la procedencia burguesa y acomodada de éste no suponía ningún obstáculo -más que nada, porque el padre de Pierre era quien pagaba los gastos- pero, sin lugar a dudas, marcaba la diferencia con los diversos orígenes de los integrantes del apartamento.

1 comentario:

Lai dijo...

7. Farragosa manera de explicar interrelaciones padre e hijo. No sé si me queda clara la disyuntiva o simplemente tengo dolor de cabeza.
La tragicomedia de los primeros amores, más tragedia cuando eres joven que comedia cuando los recuerdas de adulto. A veces, las mujeres son tan crueles como nosotros para mantener su status de grupo. Mazazo-olvido cerebral-insensibilidad fabricada-alcohol-salida tangencial-recomposición personal-, son peroraciones que me suenan.
Tener entrañas, dar el paso y hacer cuanto quieres cuando papá burgués paga.