miércoles, 12 de octubre de 2011

Cabezas de Hidra – Capítulo primero (I)


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Pierre, durante su infancia, siempre había sido un niño despierto e inteligente, aunque poco dado a permanecer quieto y en silencio. Poseedor de una fértil imaginación, pocas veces conseguía concentrarse en algo que no tuviese relación con el dibujo o la pintura, disciplinas en las que destacaba ya desde su época de párvulo. En esa temprana edad, en su libreta de aprendizaje de lectura y escritura, las hojas de pauta milimetrada estaban llenas de casas, cocodrilos y diversos dibujos que substituían a las acostumbradas ma-me-mi-mo-mu y sílabas similares. El pequeño Pierre, no obstante, había aprendido rápido a leer. En casa, leyendo los titulares de Le Monde, a fuerza de preguntar a su padre el sonido y significado de cada desconocida agrupación de letras que identificaba, había conseguido un nivel aceptable de comprensión de textos. Pero el niño fue creciendo, y con él la preocupación de su padre, un respetable abogado, en relación al comportamiento de su hijo en clase. Pierre, se quejaban los profesores, rara vez estaba atento. No sabían ya que estratagema emplear. Le habían expulsado del aula repetidas veces ya que sus juegos y comentarios, además, distraían al resto de los alumnos. Habían empleado, incluso, el castigo físico, aunque evidentemente nunca dieron cuenta de ello a su padre. Pero no parecía existir remedio alguno para su actitud. A la hora de comer, su comportamiento no mejoraba, lo que propició que se le incluyese en el turno de comedor de los muchachos mayores. Se esperaba con ello que Pierre se sintiese cohibido por los estudiantes de mayor edad y se portase de una manera más comedida. No fue así. La medida, por el contrario, obtuvo un resultado análogo al pretendido. Pierre se las ingenió para detectar a los miembros más díscolos del turno y se sentó con ellos. Enseguida se convirtió en una especie de mascota que divertía con sus ocurrencias al resto de la mesa. Por si ello fuera poco, los jueves se servía pollo hervido a los alumnos de menor edad. En cambio, en el segundo turno, ese mismo día el plato constaba de carne con tomate. Pierre odiaba el pollo hervido mientras que, huelga decirlo, estaba encantado con la carne. Visto el poco éxito, o mejor dicho, el estrepitoso fracaso de la medida de intimidación, Pierre fue devuelto con gran desilusión por su parte al primer turno de comedor. Eso sí, le separaron del resto de sus compañeros y le acomodaron en la mesa del profesor Mustagne, quien no tardó en pensar que el castigado había sido él.

Los cursos se sucedieron y Pierre, aunque no variaba su comportamiento ni un ápice, iba aprobando sin dificultad todas las asignaturas. Cuando comenzó la segunda etapa de escolaridad, cambió de escuela. La integración en el nuevo grupo de alumnos no fue difícil, pero sí complicada. Su inteligencia, acompañada por una memoria fotográfica prodigiosa y por una gran capacidad para desarrollar exposiciones orales, le convertían, a los ojos de la parte de sus compañeros más dedicada a la diversión que al estudio, en lo que peyorativamente se denomina "un empollón". Por otro lado, su carácter extrovertido, la extraña virtud de aparecer siempre en medio de todos los líos y su actitud en clase, hacían de él una especie de payaso que caía simpático pero no era tomado en serio por sus compañeros más aplicados. De esa manera, el segundo ciclo lectivo de Pierre transcurrió entre dos aguas. Cierto es, sin embargo, que tales características en su personalidad, aun negándole el sentimiento de plena pertenencia a un grupo determinado, propiciaron que sus relaciones interpersonales no se viesen limitadas y abarcasen la totalidad del espectro del alumnado de su edad.

En lo que se refiere a las chicas, los problemas aparecían únicamente cuando Pierre sentía atracción física por alguna, atracción que, por supuesto, nunca se veía correspondida. Su deficiencia visual, pues era miope desde hacía años, y un leve exceso de peso, hacían de él un individuo desgarbado y poco atractivo. Por ello, y a causa de una larga retahíla de desengaños, la mayoría provocados por la total indiferencia hacia su persona por parte de las chicas en las que se fijaba, fue forjándose en Pierre una capa externa cuyo fin era protegerle del resto de los mortales. Era la única manera que había encontrado para superar o ignorar sus fantasmas; fingir que lo que los demás pensasen sobre él le tenía sin cuidado. Paulatinamente se tornó frío e indiferente y acabó creyendo que mostrar sus sentimientos era un claro signo de debilidad, una ventana en el centro de su invisible coraza, abierta a un potencial enemigo que podría penetrar en su fortaleza y aniquilar su frágil estructura. No obstante, Pierre logró no mostrar demasiadas señales externas de tal transformación íntima.



Dotado de una cultura general bastante aceptable, Pierre era un enamorado de lo que él mismo denominaba "saberes inútiles", de esos que se explican en reuniones familiares o en fiestas entre amigos y que, en el mejor de los casos, provocaban perplejidad por unos instantes. Uno de los dilemas que con más frecuencia planteaba Pierre, su preferido sin duda, era el que llamaba Morse-Beethoven. Se trataba de una suerte de "¿Que fue primero, la gallina o el huevo ?" algo enrevesado y que consistía en poner de manifiesto la siguiente coincidencia : El señor Morse, en el código telegráfico desarrollado por el mismo, le asignaba a la letra uve lo que gráficamente se representa por tres puntos y una raya. Por otra parte, el fragmento más conocido de la quinta sinfonía de Beethoven comienza por tres notas cortas y una larga, es decir, tres puntos y una raya. La coincidencia estriba en que, en simbología romana, la uve representa precisamente el número cinco, que es el que proporciona el ordinal de la citada sinfonía.
Tal relato, que Pierre se encargaba además de teatralizar, conseguía que, exceptuando a unos pocos impresionados por la historia, siempre hubiese alguien que invariablemente exclamaba "¿Y qué?". A Pierre eso no le importaba. De hecho, solo con sentir que había sido el centro de atención durante unos minutos, se daba satisfecho. Además, ésta y otras paradojas de las que contaba tenían fácil respuesta solamente con consultar una enciclopedia.

1 comentario:

Lai dijo...

6. Pierre, me encanta este personaje… su poder: su imaginación. Invencible, inasequible al desaliento personal de pequeño… Denostado por unos y otros… Siempre envuelto en líos… Acorazado contra el mundo… Solitario, frio en apariencia… Falto de atención que a la sazon intenta buscar con pretendida intelectualidad…
Lo dicho, me gusta.