Y ya por la tarde, acompañado por los acostumbrados cortadito y copa de ron añejo, he disfrutado de Mapa de los sonidos de Tokyo, la última cinta de la realizadora catalana Isabel Coixet. La película –a la que me enfrentaba atraído por su ambientación en Japón pero escéptico ante la temática- me ha gustado mucho piltrafillas, y la recomiendo a todos los amantes del cine y la fotografía. Mapa de los sonidos de Tokyo es –como su propio título indica- un compendio de sonidos, apartado en el que Coixet ha puesto especial cuidado, pero es sobre todo una sucesión de imágenes de impresionante belleza por cuenta del genial Jean-Claude Larrieu, habitual director de fotografía en las obras de la realizadora. Así pues, visualmente la película es una pequeña joya y dado que mis temores –me la imaginaba aburrida y pretenciosa en cuanto al argumento- no se han cumplido en lo más mínimo, os puedo decir que la sesión de cine ha salido redonda.
El argumento comienza con el suicidio de Midori, la hija de un poderoso empresario, quien tenía una relación sentimental con David, un catalán que regenta una vinoteca en Tokyo. El señor Nagara –padre de Midori- le echa la culpa a David de la muerte de su hija y trastornado deja en manos de su secretario –enamorado de Midori- la contratación de un asesino para que acabe con la vida del español. Lo que nos cuenta esta cinta es la historia triste de dos seres que en un determinado momento de sus vidas se encuentran. De uno de ellos, David, sabemos lo que le pasa. Sin embargo, de Ryu, la solitaria joven que trabaja en el mercado del pescado de Tokyo y a su vez tiene una doble vida como asesina a sueldo nada conocemos, no se nos explica la razón por la que lleva esa existencia apagada. Es quizás ese el único pero que le pondría a Mapa de los sonidos de Tokyo. También he echado de menos –por ponerle un segundo pero a la película- algo más de imágenes tipo postal de Tokyo, pero claro, quizás no se trataba de hacer un reportaje pagado por el departamento de turismo de la capital nipona. Lenta en su desarrollo y de ritmo pausado –sin que ello sea una calificación negativa, sino todo lo contrario, es una cinta muy asiática en ese sentido- nos retrata la relación entre la enigmática y callada Ryu y el atormentado y desconcertado –quizás desubicado- David.
Además, la película está trufada de pequeñas informaciones sobre la sociedad nipona que sin afán aparente de docencia dan las claves suficientes para que los que se sientan interesados puedan buscar información, cosas como ¿qué son los mochi a los que Ryu es adicta?, ¿qué tipo de hotel es ese en el que las habitaciones tienen esos diseños tan raros?, ¿por qué en el metro hay vagones sólo para mujeres?, ¿qué es un pachinko?, ¿es un rasgo de buena educación hacer ruido al sorber los fideos de ramen? Por otra parte, y obviando la conciudadanía, he encontrado diversos puntos en común con Coixet, el gusto por Japón, la fotografía, el wasabi, cierta música –la escena de David cantando en el karaoke el Enjoy the silence es preciosa- y en el apartamento del ingeniero de sonido –aunque no se hasta que punto no es una casualidad- hay un vinilo de Night Ranger, banda de los 80 que me encantaba y aún escucho en ocasiones. Ah y me he reencontrado con esas botellas de medio litro de cerveza Asahi que tanto servicio me hicieron en mi segunda visita a ese país, allá por 1993. Por último y sin buscarlo, al ver esta película ha regresado a mi el recuerdo amable de mis profesores de japonés, el escritor Tazawa Ko –un tipo natural de Kobe que acabó dominando el catalán muchísimo mejor que yo mismo- y Nakamura Toshiko, una mujer voluntariosa que sin embargo no colmó las expectativas de los que aquel año fuimos sus alumnos. A ambos un saludo, estén donde estén. Total amiguitos, una cinta recomendable al 100% que ha sido una agradable sorpresa.
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