domingo, 17 de julio de 2016

Vidas ejemplares (o no): Landru, el Barba Azul de Gambais


A finales del siglo XVII, el francés Charles Perrault adaptó una narración popular de origen bretón y la tituló Barba Azul. La historia explicaba cómo un hombre muy rico con barba azul era evitado por las mujeres a causa de ese extraño rasgo de su fisonomía. Al final, una joven accedía a casarse con él –más por avaricia que por amor– y acababa descubriendo que su marido ocultaba en una estancia de su mansión los cadáveres de sus anteriores esposas. La barba del parisino Henri Désiré Landru no era azul, pero más de doscientos años después conseguiría con sus actos que la sociedad le conociese por el sobrenombre de Barba Azul de Gambais, localidad del departamento Yvelines próxima a Versailles en la que llevó acabo la mayor parte de sus tropelías. 

Hijo de un fogonero de fundición y una modista, nacido en el seno de una familia, modesta, trabajadora y religiosa, Henri destacó desde pequeño por su inteligencia así como por su ambición y la obsesión de abandonar una clase social que detestaba. Con sólo veinte años, vio como sus aspiraciones se truncaban, obligado a casarse con su prima después de dejarla embarazada en un claro ejemplo de la vertiente sexual de los dichos en castellano y catalán respectivamente, "cuanto más primo más me arrimo" y "com més cosins, més endins". Sin embargo, pese a tratarse de un matrimonio impuesto, algo de amor debía sentir Henri por Marie porque en los años siguientes tuvo tres hijos más con ella e intentó trabajar honradamente para ganar el sustento de la familia. Claro que eso fue al principio, porque la obsesión por pertenecer a una clase social con mayor poder económico lo llevó a cometer algunos delitos que acabarían por llevarlo a la cárcel. Contaba ya con cuarenta años cuando Landru –cual Julian Kaye cualquiera– respondió al anuncio en prensa de una viuda que ofrecía su patrimonio a un hombre que la hiciese compañía. Se supone que la mujer buscaba un compañero para el resto de su vida, pero Henri le dio largas mientras iba llevándose su dinero. Lo cierto es que la mujer lo descubrió y lo denunció, pero debido a la falta de pruebas, nuestro amigo se libró de una nueva condena. Lejos de considerarlo un fracaso, el episodio sirvió para que Henri diese con su vocación. 


Con la llegada de la I Guerra Mundial y gracias al enorme número de bajas que se producían en el frente, Henri tuvo la oportunidad de postularse vía anuncios en prensa como hombre maduro y adinerado a la búsqueda de jóvenes viudas a las que consolar. La verdad es que, hoy en día, un tipo con la apariencia de Landru sería considerado cualquier cosa menos atractivo, pero en la Francia de entonces quizás habían otros gustos y quién sabe si a ese enclenque, calvo y barbudo de pobladas cejas se le podía considerar una especie de George Clooney de la época. Total, que el hombre se permitía incluso seleccionar a las que tenían dinero de las que estaban sin blanca. Esas, por suerte para ellas, eran descartadas por nuestro Don Juan psicópata. Así que Landru prometía matrimonio a desconsoladas viudas, les quitaba el dinero y luego las descuartizaba e incineraba. Primero en un piso de Vernouillet, más tarde a las afueras de París y por último en Gambais, dándose la vida padre con la fortuna que amasó y –lo que es más sorprendente– casado aún con su amada Marie, a la que cubría de regalos caros, comportándose como un padre ejemplar ante sus hijos. Claro que, finalizada la guerra, numerosas familias se pusieron a investigar para saber qué había sido de sus hermanos y hermanas desaparecidos y así es como los parientes de Madame Collomb, una de sus víctimas, consiguieron pruebas de que la mujer había sido vista en Gambais con un tal Dupont, pretendido agente del servicio de inteligencia francés que no era otra cosa que una de las identidades falsas que Landru había utilizado para llevar a cabo sus conquistas. 


Detenido por las autoridades y tras encontrar numerosos restos humanos y dientes de oro escondidos en su casa de Gambais, el juicio se prolongó durante dos años en los que sólo se pudieron probar once asesinatos, aunque la policía calculó que las mujeres asesinadas por Henri Désiré pudieron ser varios centenares. El 30 de noviembre de 1921 –un miércoles, por cierto, fecha en la que La Vanguardia publicó la noticia con frases como “El procesado guardaba hasta los más intimos recuerdos de sus víctimas”, fue condenado a muerte y guillotinado –cómo no– en Versailles casi tres meses más tarde.

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