La mañana del domingo comenzó en un paseo a pie desde el hotel –en la zona de la Stazione Termini– hasta la Piazza di Spagna. Podéis ver instantáneas de la estatua dedicada a Juan Pablo II en la Piazza del Cinquecento, la Fontana dell'Acqua Felice de Giovanni Fontana, una imagen de la Chiesa di Santa Susanna y la Fontana delle Api de Bernini, al inicio de la Via Venetto. Le siguen unas fotografías que no quiero presentaros sin antes quejarme amargamente.
Se supone que, cuando uno visita ciudades que no son la suya, además de buscar experiencias vitales y sensoriales es de lo más natural que pretenda llevarse en forma de fotografía los iconos visuales que durante su vida ha reconocido en películas o publicaciones. La unión de esa instantánea con el recuerdo de la estancia proyectan posteriormente en nuestra mente la constatación de que uno realmente ha estado allí, en esos lugares que tiempo atrás eran solo una ilusión. Pues bien, opino que la tasa turística –cuatro euros por persona y noche– que tuve que pagar al dejar mi hotel debería haber sido reducida sensiblemente en contraprestación por la desagradable sorpresa que me llevé al llegar a los pies de la Trinità dei Monti y encontrármela cubierta por andamiajes y un gran cartel publicitario.
Aun así, mientras que con la Fontana di Trevi me pasó lo mismo y me negué a tomar fotografías, esta vez no pude evitar hacerlo: la llamada cinéfila era demasiado fuerte. Por lo que, además de las vistas de la plaza, os acompaño un par de imágenes esponsorizadas por FIAT de la escalinata en la que Audrey se comió un helado junto a Gregory. Una decepción, amiguitos.
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