martes, 5 de junio de 2012

Cabezas de Hidra – Capítulo decimonoveno (IV)


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Pierre despertó sobresaltado. Se había quedado traspuesto y acababa de tener una pesadilla de la que, sin embargo, no recordaba el contenido. Aun así, ésta le había provocado una pequeña taquicardia. Cuando su corazón recobró el ritmo habitual, la vio. Estaba delante de él, quieta, en silencio, sentada en una silla y envuelta en la penumbra del comedor débilmente iluminado por la luz que desprendía la pantalla del televisor. Era Lilith, y le estaba observando.

- ¿ Te has quedado dormido mirando la tele ? -le preguntó.
- Sí. Te estaba esperando y, bueno, parece que me he dormido.
- ¿ No te dije que no vinieses, que ya te llamaría yo ?
Pierre contestó con aplomo.
- Pero me debes demasiadas respuestas y no quiero esperar más.
Lilith, entonces, se levantó de la silla y salió de entre las sombras para dar la luz y sentarse en el suelo delante de Pierre. Estaba bellísima.
- Está bien -dijo-, si así lo quieres, así será.
De esta manera, Pierre pudo escuchar, al fin, el relato de Lilith.

- La primera vez que te vi, advertí en tu persona lo que creí que era una falta total de sentimientos. Eso me atrajo. Alguien parecido a mi, pensé. Sin embargo, más tarde descubrí que la impresión que me habías causado en un principio no era del todo correcta. Sí que tenías sentimientos, lo que pasa es que te esforzabas por mantenerlos ocultos. Tu indiferencia, pues, era pura fachada.
A partir de ese instante, mi curiosidad inicial se transformó en una profunda lástima. Imaginé que gozabas de una personalidad más bien débil y decidí cortar nuestra efímera relación, ya que supuse que ésta no iba a reportarte más que problemas, provocándote una insoslayable dependencia anímica. Creí que me obedecerías y me olvidarías, pero una vez más me equivoqué.

Pierre asistía en silencio al monólogo de Lilith. Ésta dejó transcurrir unos segundos antes de proseguir.
- Pero eso no era lo que querías oír, ¿ no ?.
- En parte -contestó él confundido.
- Está bien -dijo ella-, voy a contarte lo que ansías saber. Quien soy yo.
Lilith aspiró profundamente y a Pierre le atacó una repentina sensación de miedo. ¿ Le convenía realmente llegar hasta el fondo del asunto ?. Pero Lilith, prosiguiendo con su relato, no le dio tiempo a decidirse.

- ¿ Estás familiarizado con la doctrina cátara ? -le preguntó-, ¿ con el principio del dualismo ?.
- No, no mucho. He oído hablar de los hechos del Montsegur y esas cosas, pero nada más.

- Pues lo que voy a contarte tiene mucho en común. Verás, los seres intemporales no dejamos de preguntarnos si el género humano llegará alguna vez a identificarnos y a conocer nuestras pautas de conducta. La respuesta, no obstante, es siempre la misma. Ni os imagináis en que especie de laberinto estáis metidos. Hace algunos siglos, la doctrina cátara se acercó un poco a la verdad absoluta por lo que, para que me entiendas, me basaré someramente en sus teorías.
Pierre tragó saliva. ¿ Qué había querido decir con lo de seres intemporales ?

- Vuestro mundo -continuó Lilith- es únicamente el tablero en el que el dios del Bien juega eternamente una partida contra el del Mal. La naturaleza del primero de ellos parece que no ofrece ninguna duda, la mayoría de los humanos parecéis convenir en que es pura, bondadosa y perfecta en su infinitud. El segundo, sin embargo, a quien habéis llamado Satán, Luzbel y demás nombres oscuros, es el que provoca una mayor controversia y discordia entre vosotros.
Para unos se trata de una criatura entregada a la maldad como signo de rebelión contra el dios del Bien, una especie de siervo enemistado con su señor. Para otros, en realidad se trata de otro dios completamente distinto al primero.
- Entiendo -fue lo único que se ocurrió decir a Pierre para mostrarle a Lilith que seguía sus palabras con atención.



- Pues bien, digamos que el dios bueno -prosiguió ella- creó el espíritu perfecto, lo invisible y puro. El dios malo, por su parte, creó lo visible, lo imperfecto, la materia en la que reside el pecado. Y vosotros, los hombres, no sois más que una creación de éste último, Lucifer. La historia fue la siguiente. Satán fabricó unos cuerpos con barro y, después de acechar en las sombras, consiguió sustraer del lugar al que llamáis Cielo algunos espíritus, a los que encerró en esos envoltorios toscos y sucios. Luego dotó a esas criaturas del deseo carnal y las envió a la Tierra para que la poblasen. Cada vez que un niño llegaba al mundo, el Maligno introducía en su interior el alma de un ángel caído, es decir, de uno de esos espíritus robados del Cielo. Pero un buen día, el dios bueno tuvo conocimiento de esas artimañas y, como no podía dejar de sentir una piedad infinita hacia sus ángeles cautivos en la Tierra, decidió enviarles la Palabra, la liberación, por medio de un mensajero. De todos sus ángeles, solo uno aceptó la misión de descender entre los hombres adoptando, solo en apariencia, un aspecto humano. A ese ángel, como habrás imaginado, los hombres le llamaron Jesús. Éste se dedicó a difundir la enseñanza de que, para convertirse en espíritu puro, el hombre debía despojarse de la carne, de lo real y tangible, del fango que recubría su alma. Y, bueno, de sobras es conocido como acabó todo aquello.
- Le mataron -dijo Pierre.
- Así es. No obstante, al final de los tiempos, cuando el último descendiente de la creación satánica se haya desprendido de su envoltorio, la imperfección se habrá desvanecido y el Cielo volverá a estar poblado de espíritus en armonía. Mientras tanto, la mayoría de los hombres siguen empeñados en vivir de espaldas a la Palabra, por lo que el camino será largo.
Tenéis que saber que consumís vuestras vidas ciegos a la realidad infinita de la que formáis parte. Haciendo un paralelismo más que acertado, no sois más que peones en una singular partida de ajedrez entre dioses. Y lo peor es que existen peones de sobra para que la partida se perpetúe eternamente. Y hay algo que me produce risa y lástima a un mismo tiempo. Algunos de vosotros, vulgares peones como ya he dicho, os empeñáis en buscar la razón de vuestra existencia y no os dais cuenta de que ésta es simple y cruel. Nacéis para morir. Sois como las cabezas de la Hidra. Cada una va a lo suyo, sin preocuparse lo más mínimo por las otras. Si una muere, en su lugar aparecen dos más. Solo os afecta el sufrimiento propio o el de los seres próximos. Y así sigue vuestra vida sin que os deis cuenta de que todas las cabezas pertenecéis a un mismo cuerpo, la inmensa Hidra que es la Humanidad.

- Pero entonces, tú.. -acertó a añadir un más que aturdido Pierre.
- Yo -le interrumpió Lilith-, no hago más que acelerar el proceso eliminando a los peores hijos del Maligno, aunque sea utilizando métodos más inspirados en su esencia que en la del dios de Bondad. En esta guerra entre dioses, yo soy lo que tú llamarías un mercenario.

Pierre, incapaz de articular palabra, vio como su angustia, su curiosidad, su rabia incluso, se tornaban en auténtico pavor. Quizás no debería creer una sola palabra de lo que había oído. Lilith estaba completamente loca. Le convenía más pensar eso que aceptar el hecho de que había follado con un ser que se movía a sus anchas entre Dios y el Diablo.
- Pero ahora se han acabado las palabras -le dijo ella interrumpiendo sus elucubraciones.
Se levantó, le cogió de la mano y le invitó a acompañarla. Mejor dicho, le obligó a acompañarla.

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