lunes, 16 de abril de 2012

Cabezas de Hidra – Capítulo decimoséptimo (I)


1

Alejandro estaba sentado frente a su escritorio, con la espalda erguida y un rictus de preocupación en la cara. Tenía los ojos clavados en el teléfono. Minutos antes había ordenado que no le molestasen. Podía oír las risas lejanas de las chicas en el jardín, divirtiéndose y contoneando sus cuerpos mojados y semidesnudos bajo un sol implacable y bajo la atenta mirada de los guardianes. Entonces, el timbre del teléfono le sobresaltó. Alejandro dejó que aquel sonido punzante e intermitente se repitiera varias veces. Finalmente descolgó el auricular. Esperaba esa llamada. Semanas atrás, uno de sus colaboradores había conseguido hacerse con los servicios de un auxiliar administrativo que trabajaba en las oficinas centrales en Madrid de la Brigada Judicial.

El auxiliar estaba ahora al otro lado de la línea. Su voz llegó hasta Alejandro clara y diáfana cuando le anunció que un elevado número de efectivos del Cuerpo Superior de Policía se dirigía en esos momentos hacia su morada, en las afueras de Sant Blai de Mar. Por las explicaciones del contacto, que llegaban demasiado tarde, Alejandro supo que tenían pruebas para inculparle de multitud de delitos, incluso de aquella tontería de la Mutua de Fast Pizza. Se mantuvo en silencio mientras escuchaba el monólogo apurado del administrativo. Nada podía hacerse para remediar lo que era ya irremediable, no existía tiempo.

Antes de finalizar la comunicación, el eventual colaborador de Alejandro le dio el nombre del traidor en el equipo, el culpable del caos en el que paulatinamente había caído su organización. Cuando Alejandro colgó el aparato con ademán pausado, no dejó entrever sentimiento alguno. La procesión, sin embargo, iba por dentro. Salió del despacho con las manos en los bolsillos y atravesó el salón. Uno de sus hombres miraba la MTV.
- Tú -le interrumpió-, ¿ y Federico ?
- Hace como media hora que le vi salir al jardín, jefe.

Alejandro abrió la puerta de la casa y el sol le deslumbró por unos segundos. Llevaba demasiado rato sumido en la penumbra. Desde el porche podía divisar los árboles que rodeaban la casa, las flores que adornaban los laterales de la fachada principal, y a sus leales empleados, que vigilaban sin descanso sufriendo del calor estival. Respiró hondo. A la luz del día, Alejandro parecía haber envejecido diez años.

Volvió la cabeza. En el extremo contrario del jardín, tras la piscina en la que retozaban sus imponentes chicas, en un recodo, estaba Federico, su lugarteniente. Su hombre de confianza repasaba, bajo una enorme sombrilla de vivos colores, los listados y gráficos que hacía aparecer en su ordenador portátil. Alejandro, serio, fue hacia él. De camino, no obstante, se detuvo para sentarse al borde de la piscina. Eva se le acercó nadando con elegancia y, apoyándose en la orilla sin salir del agua, estiró el cuerpo para besar a su jefe y amante. Alejandro le devolvió el beso mientras, con su mano izquierda, le acariciaba los pechos mojados y fríos.


2

Pero remontémonos al pasado por un momento. En la provincia de Navarra, un grupo étnico poco conocido, los Agotes, sufrió durante siglos el desprecio, la incomprensión y la marginación del resto de los pobladores del Valle de Baztán. Dicho lugar se encuentra situado al norte de la provincia, encerrado entre los Pirineos y los picos de Lohiluz, Ansá y Alcorrox, y ve regadas sus tierras por el Bidasoa.
Uno de los pueblos de la zona es Arizkun, en donde los indianos que retornaron de hacer las américas gustaron de edificar un gran número de palacetes. En otros lugares, tales como Urdax y Zugarramundi, las moradas que despiertan un mayor interés poco tienen que ver con dichos palacetes. Se trata de las cuevas que encierran todo tipo de leyendas dedicadas al ocultismo.
Precisamente fue en Zugarramundi en donde la Santa Inquisición detuvo a más de trescientas personas acusadas de brujería, de las cuales dieciocho fueron ajusticiadas en la hoguera.

Pues bien, emplazados en ese valle vivían los Agotes. En la literatura y en la tradición oral de la zona se recogen multitud de detalles sobre los caracteres diferenciales que, al parecer, definían a esas gentes a las que les estaba prohibido mezclarse con la población normal en bailes y demás reuniones sociales. De esta manera, los Agotes se veían abocados al ostracismo más radical. Se les trataba como a verdaderos apestados. En algunas iglesias, incluso, existían pilas de agua bendita dedicadas exclusivamente al uso de este colectivo, diferenciadas claramente de las destinadas al resto de feligreses. Lo inexplicable es que se conoce que, aunque pudiese ser una incongruencia o contradicción, los Agotes se caracterizaban por ser devotos católicos. En cuanto al ámbito laboral, se les permitió casi con exclusividad dedicarse al oficio de labrar la madera, ya que se creía que éste era el único material que no transmitía la supuesta enfermedad. Y es que sus vecinos consideraban que estas gentes sufrían algún tipo de trastorno contagioso. La razón, aunque estúpida, tenía su explicación. Los Agotes, de tez generalmente pálida, pelo rubio y ojos verdes o azulados, eran, evidentemente, extraños a los ojos de la mayoría de los habitantes del valle, morenos y toscos.

Hubo incluso quien creyó encontrar una relación inequívoca de identidad entre los Agotes y los enfermos aquejados de cretinismo. Hay que decir que posteriores exámenes médicos y antropológicos han echado por tierra esa teoría. Parece concluyente que ese pueblo no ofrece señal alguna de lo que se denomina enfermedad de raza aunque constituyen, eso es innegable, un grupo étnico que en temporadas pasadas sufrió de un salvaje apartamiento social.

Sin embargo, la identidad de los Agotes con los cretinos, aunque errónea, no carecía de cierta base. Los pacientes de dicha enfermedad, relacionada con un defecto en la glándula tiroidea, acostumbran a ser endémicos de zonas próximas a grandes macizos montañosos, lo que podía darse ciertamente entre los Agotes. En tal caso, no obstante, no sería por su condición, sino por su lugar de residencia.

Por otra parte, los cretinos, generalmente, son personas física e intelectualmente degeneradas, que acusan rasgos infantiles y envejecen pronto. Y, mientras que en los llamados cretinos completos los órganos genitales son rudimentarios, en los semicretinos se da el caso contrario, es decir, que dichos órganos pueden adquirir un desarrollo desproporcionado.
Esta característica física provocaba en algunas señoras de rancio abolengo un añadido interés morboso hacia aquellos a los que, por otra parte, marginaban socialmente.

En definitiva, que sin un origen claro, aunque diversas fuentes los identifican como descendientes de visigodos arrianos, musulmanes o judíos, lo cierto es que el pueblo Agote tuvo que esperar hasta el año 1818 para ver como una ley prohibía que se les aplicasen nombres especiales, se les injuriase, y les reconociesen igualdad de derechos ante sus conciudadanos. Pero una cosa era la ley y otra muy diferente la superstición de los lugareños, por lo que poca cosa cambió en el valle en el comportamiento de sus habitantes respecto a los miembros de esta singular y, en parte misteriosa, etnia.

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