Sobre las cinco de la madrugada, cuando ya se encontraba de regreso, en el Boulevard Massena se cruzó con dos jóvenes que, llevadas por la sorpresa y la curiosidad, se fijaron en él. Al principio, Gustave no reparó en ellas. Pero cuando lo hizo y se dio cuenta de que era el objeto de sus miradas, desvió sus pasos y se dirigió hacia donde estaban, al otro lado de la calle. Al acercarse, extrajo del forro interior de la chaqueta un ramo de flores de papel.
- Buenas noches, bellas damiselas -exclamó sonriendo-. Me pregunto si serían tan amables de acompañar a su casa a este viejo y cansado clown.
- ¿ Te han echado de una fiesta ? -preguntó la que parecía más decidida y pizpireta.
- Sí, de una de disfraces -repondió Gustave con voz dulce-, pero me temo que he bebido más de lo que mi cuerpo es capaz de absorber en una noche.
Las dos amigas se miraron y, tras unos segundos de deliberación intercambiando susurros que Gustave no pudo oír, aceptaron acompañarle. En realidad, no tenían nada mejor que hacer. Ellas también se disponían a volver a casa después de una larga noche de diversión y, aunque ya era tarde, aquel pobre borracho parecía necesitar un poco de ayuda.
- Está bien -dijo la de la voz cantante-, ¿ vives cerca de aquí ?.
- Oh sí. Si no me equivoco, creo que mi casa está a un par de manzanas -dijo Gustave señalando hacia la esquina con Choisy.
Entonces, el extraño trío echó a andar. Habían dado unos pocos pasos cuando la joven del desparpajo volvió a hablar.
- ¿ Eres un payaso de verdad o solo se trata de un disfraz ?
- Soy un verdadero payaso -respondió Gustave, que aprovechó para apoyarse en el brazo de la chica. Luego, con voz trémula, se dispuso a narrar aquella historia a la que tantas veces evocaba en la soledad de su habitación y que, en contadísimas ocasiones, había compartido con alguien.
- Yo era primer payaso, la estrella principal del cuadro cómico del Cirque Dupont.
- ¿ Y por qué no lo eres ya ?, ¿ te has jubilado ?
Gustave, como si rebobinase una cinta en su cerebro, dejó pasar unos segundos antes de contestar.
- Hace años, cuando era un joven apuesto e impetuoso, me enamoré de Helga, la trapecista. Era una mujer preciosa, pero desgraciadamente solo tenía ojos para su compañero en el número, Rodolfo Aguilar, "el halcón de Lima". Sin embargo, yo no perdía la esperanza. Pensaba que, tarde o temprano, Helga se daría cuenta de que mi amor era más puro y sincero del que nunca podría darle el mujeriego de su compañero. Un día, Rodolfo sufrió un accidente. Cayó desde una altura de seis metros mientras ensayaba una nueva pirueta y, aunque había una red dispuesta bajo el trapecio, se descubrió que algo o alguien había destensado los correajes de un extremo, por lo que "el halcón" rebotó contra el pavimento. Se fracturó tres costillas y un húmero. A punto estuvo de perder la vida. Pero lo más grave es que todo el mundo en el circo me acusó del incidente. Yo no tuve nada que ver, aunque no puedo negar que me alegré, pero nadie creyó en mi inocencia.
Y Helga, quien antes me ignoraba, pasó a odiarme. Así que me di cuenta de que lo mejor era abandonar la compañía Dupont. Cuando dejé el circo me alisté en el ejército. Poco después me destinaron a Argelia, y allí permanecí hasta que nos vimos obligados a abandonar aquel maldito país. En fin, esta ha sido la historia, ¿ que os ha parecido ?.
Las chicas sintieron lástima por aquel hombrecillo que, conforme avanzaba en su narración, era menos capaz de disimular su tristeza.
- ¿ Que fue de Helga ? -preguntó la joven de siempre.
- Acabó casándose con Rodolfo -respondió él con el resentimiento envolviendo sus palabras-, quien, por cierto, la abandonó después de dejarla embarazada.
En ese instante, las jóvenes y Gustave llegaron al portal del edificio donde éste vivía. El clown les dedicó una cómica y exagerada reverencia y les agradecía su compañía y la ayuda que le habían prestado.
- No ha sido nada.
- Nos lo hemos pasado muy bien -añadió la que no había abierto boca hasta el momento.
Entonces, con un rápido movimiento súbito, Gustave atrapó la muñeca de la sorprendida joven y le colocó la fría hoja de un enorme cuchillo junto a la yugular.
- Vaya, vaya -dijo sonriendo con malicia, si tienes lengua y todo. Pues óyeme bien, si no subís las dos conmigo ahora mismo y en completo silencio, te la cortaré.
Aquel ser, aparentemente entrañable y de frágil aspecto, alguien a quien la vida no había tratado con excesiva condescendencia, escondía en su cabeza la mente de un asesino enfermo y despiadado. Aterradas, las dos amigas ascendieron por las escaleras que llevaban al domicilio de Gustave sin poder reprimir los sollozos y los temblores.
4
Una vez dentro del apartamento, en el salón, Gustave ordenó a la que no llevaba sujeta a tumbarse boca abajo sobre la sucia alfombra.
- Por favor, déjenos marchar -suplicó ésta asustada, mientras se arrodillaba con los ojos clavados en el suelo.
- Cállate -le contestó él.
- Pero, ¿ por que nos hace esto ? -dijo ella comenzando a llorar presa del terror y sin ver como, en el mismo momento, la mano firme del payaso hundía el cuchillo en la garganta de su amiga.
Simone pronunció un impreciso sonido gutural y cayó pesadamente sobre la alfombra, con los ojos en blanco y dibujando un arco en el aire con el chorro de sangre que escapaba a borbotones de la hendidura de su cuello.
Marianne, se incorporó gritando al oír el golpe seco de su amiga contra el suelo. Pero no tuvo tiempo de más. Gustave le asestó inmediatamente un fuerte manotazo en la base del cráneo que le hizo perder el sentido. La desdichada despertó minutos después, desnuda, estirada boca arriba y con los brazos y las piernas describiendo una equis, sujeta con grilletes por los tobillos y las muñecas a los barrotes de las esquinas de la cama. Tenía la boca tapada por un grueso trozo de cinta aislante y, con los ojos desorbitados, seguía los movimientos del asesino de Simone que deambulaba nervioso de un lado a otro de la lúgubre habitación. Marianne temía, aunque equivocada, que Gustave iba a abusar sexualmente de ella.
En realidad ese hubiera sido el peor de sus males. No sabía que Gustave, amén de serios problemas psicológicos, padecía de impotencia. El objetivo del clown era otro. Se sentó a los pies de la cama y posó sus ojos en los de su víctima, quien dio un respingo al notar de pronto como los fríos y delgados dedos de su torturador le acariciaban el pubis. El semblante de Gustave era increíblemente cruel y diabólico. Sonriendo maliciosamente, se levantó y mostró a la joven la mano que había mantenido oculta tras él y que, ella podía verla ahora, portaba un afilado cuchillo de matarife. Marianne, que se orinó de puro miedo, comenzó a mover la cabeza espasmódicamente. Gustave tensó los grilletes y se aseguró de que no existía huida posible para la chica. La chica, a punto de desvanecerse, sintió de nuevo aquellos dedos palpando su sexo. Llorando y respirando entrecortadamente, notó con horror como Gustave separaba los labios mojados de su vulva y le introducía el cuchillo, con el filo hacia arriba, en la vagina. La cinta aislante que cubría su boca evitó que el alarido que acompañó a la contracción de su cuerpo pudiese abandonar su garganta. Con el cuchillo hundido hasta el mango, Gustave tiró hacia arriba hasta conseguir que el vientre de Marianne se arquease y acabase por abrirse chorreando una sangre viscosa y caliente. Pero algo salió mal.
- Mierda -exclamó enfadado.
La infortunada, por suerte para ella, había perdido el conocimiento antes de morir, por lo que no había llegado a sufrir lo bastante como para satisfacerle. Contrariado, Gustave decidió que en el futuro tendría que ingeniárselas para que el incidente no se repitiera. Sus víctimas debían padecer un sufrimiento extremo antes de abandonar este mundo infecto.
Sin embargo, cuando se tranquilizó, Gustave aun supo extraer algo positivo de su actuación aquella noche. Nunca con anterioridad había cobrado dos piezas de una vez, y eso iba a ser bueno para él. Ahora debía dedicarse a limpiar la abundante sangre y a descuartizar los cadáveres antes de almacenarlos perfectamente embalados en pequeños paquetes.
Y pensar que, a tenor de sus pedidos, madame Torres estaba convencida de que era vegetariano.
La noche siguiente, después de dedicar un día entero al descanso más absoluto, Gustave inició la limpieza por el comedor. Agarró de una pierna a la joven que yacía sobre la alfombra y la arrastró hasta la cocina. Allí la desvistió y la colocó sobre una larga mesa de mármol. La chica tenía un cuerpo precioso, dotado de una piel suave que ahora se tornaba azul. Gustave acarició sus pechos, su vientre, y la cara interna de sus muslos mientras con la otra mano se manoseaba el pene sin obtener respuesta. El trozo de carne inútil que colgaba entre sus piernas no recibía estímulo alguno. Entonces, lleno de rabia, se dirigió a su habitación y llorando amargamente se dispuso a desatar el cuerpo sin vida de Maríanne.
Cinco horas y pico más tarde, el clown se sentó ante el televisor. Gustave, el loco, el impotente, el asesino caníbal, acababa de trocear y clasificar los diferentes pedazos de dos muchachas cuya única equivocación había sido fiarse de un inofensivo y desvalido payaso que regresaba a casa. Ahora miraría la tele hasta que el sueño le venciese. Estaba rendido, pero tranquilo. Durante algún tiempo no le faltaría el alimento.
4 comentarios:
24. Y al espectro aúna a dos “damiselas” de la noche “cardiacas” de divertimentos y alcohol.
Patética historia del payaso, enamorado como no de la trapecista del circo, creíble por manida, enamorada de otro...
“…por lo que "el halcón" rebotó contra el pavimento. Se fracturó tres costillas y un húmero….” Personalmente creo que él hubiera dicho “el humero” en vez de “un” humero” señor estudioso.
“…El clown les dedicó una cómica y exagerada reverencia y les agradecía su compañía y la ayuda que le habían prestado…” Sería mejor: mientras les agradecía ó agradeciéndoles su compañía, vamos, digo yo.
¡La virgen santa!, ahora es otro puñetero asesino, impotente y caníbal en serie el tal Gustave.
La verdad es que siendo alimento tu crimen, lo cagas y asunto resuelto, bueno, no, que viene el CSI y lo descubre toito too.
Un giro asqueroso, pero ha molado el ratico.
Acepto todos los pulpos que quiera como animales de compañía. Ahora bien, teniendo dos húmeros, considero correcto especificar "un" húmero en lugar de decir "el". Buenas noches, culé.
Ya, pero... quien habla es Gustave, un tipo que creo no tuviese demasiadas luces... luego... deberá hablar de "el" y no de "un", ¿Qué sabe un mindundi de si 1 o 2?, es ahí donde debemos mantener el debate... que ya sé que tenemos 2... por cierto yo bien puestos... sin roturas... a pesar de la edad...
Buenas noches periquin
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