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Pero eso había ocurrido hacía años, y en la actualidad Shinichiro trabajaba en su escritorio ubicado en la planta duodécima del edificio central de una de las compañías de la corporación Sumitomo. Un día de verano, un mensajero acababa de hacerle llegar una nota de Zatoichi. Su mentor requería su presencia, por lo que Shinichiro decidió no hacerle esperar y dejar lo que estaba haciendo. Marcó un número de teléfono y luego bajó en el ascensor hasta la planta baja del edificio de oficinas. Salió a la calle y encendió un cigarrillo, dispuesto a esperar junto a la puerta. El día era frío y seco y, extrañamente, el índice de contaminación llevaba un par de semanas manteniéndose bajo, algo absolutamente inusual para Tokyo en esa época del año. Exactamente ocho minutos más tarde, una limusina se detuvo ante él.
Cuando Shinichiro llegó a la mansión de Zatoichi, una construcción sita en las afueras de Yokohama y con unas preciosas vistas sobre la bahía, un criado le condujo hasta una especie de sala de reuniones. La habitación era totalmente negra. Las baldosas relucientes del suelo, los plafones marmóreos de las paredes, la pintura que recubría el falso techo jalonado de fluorescentes violáceos, todo era negro. En las esquinas del fondo permanecían de pie, manteniéndose en un discreto segundo plano pero totalmente avizor, dos jóvenes armados. En el centro de la sala había una larga mesa, negra también, con trece asientos a su alrededor y, en su cabecera, estaba el poderoso y temido Zatoichi. El hampón había envejecido, quizás con mayor rapidez de lo que cabría esperar en un hombre corriente en el mismo período de tiempo, y su semblante ya no era el de un hombre justo y responsable, como antaño, sino el de un cruel y despiadado asesino. Sin embargo, Shinichiro admiraba a aquel hombre que estaba involucrado en una gran cantidad de delitos pero que, a su vez, había cuidado de él. No había sido un padre, pero se le había parecido. Zatoichi se dirigió a Shinichiro con la ternura de un abuelo.
- Muchacho -le dijo-, años atrás te hice un favor del que no me arrepiento en absoluto. Te costeé los estudios y te di la oportunidad de entrar en la Universidad. He de decir que no me has defraudado, al contrario, estoy muy orgulloso de tu evolución. Pero el mismo día en que te prometí que devolvería el honor a nuestra llorada Natsuko, te anuncié que algún día podría necesitar de ti. Pues bien. He cubierto todas tus necesidades desde hace años, he intentado que fueses feliz y nunca te he pedido nada a cambio. Hasta este momento. Ha llegado el día en que vas a tener la oportunidad y el honor de corresponderme.
Shinichiro asintió con respeto. Hacía años que, de tanto en tanto, consideraba esa posibilidad.. Favor con favor se paga, había pensado en ocasiones, y más aun si el benefactor era Zatoichi.
- Lo único que, de momento, debes saber -prosiguió el anciano- es que, el verano que viene, un día que aun debe concretarse, deberás emprender un largo viaje hacia Europa. Ahora acércate, hijo.
Zatoichi le despidió con un fuerte beso en la mejilla, y Shinichiro tuvo la sensación de que no iba a tener muchas oportunidades de volver a ver a su tutor.
- Ahora ya puedes regresar a tu oficina. Kokujiro te llevará.
7
Aquel día de verano había llegado y Shinichiro aguardaba impaciente en su habitación del hotel Keio Plaza. En un momento dado, por los altavoces del hilo musical, el joven escuchó una melodía, una tonada que le devolvió a la infancia junto a su tía por unos minutos.
No podía precisar con seguridad el número exacto de ocasiones en las que había escuchado aquel disco, el viejo "Natsumero Kyoen". Una producción de Columbia Records de 1970. La música de aquel vinilo había formado parte de la banda sonora de su vida con Natsuko. Shinichiro tarareó para sí.
-Midori no kaze ni o kureke ga yashashi ku yureta koi no yoru...
Llegado a este punto, no pudo evitar las lágrimas. Se levantó del sofá y se dirigió a la ventana. Cuando se enjuagó el rastro de aquella lágrima, cayó en la cuenta de lo caprichoso que era el azar. Había pasado un año justo desde la última visita a Zatoichi, trescientos sesenta y cinco días, con sus correspondientes trescientas sesenta y cinco noches. Y precisamente ése era el título de la canción que sonaba, "365 noches", la primera de la cara B del disco que aún poseía y que debía descansar en estos momentos entre los de Pink Floyd y Metallica.
Shinichiro acababa de encender un Marlboro cuando oyó que llamaban a su puerta. Se le aceleró el ritmo cardíaco. Apagó nerviosamente el pitillo y mesó sus largos cabellos negros. Entonces aspiró profundamente el aire fresco de la habitación y se encaminó hacia la puerta. Hizo pasar al visitante, quien se identificó como un emisario de Zatoichi y, tras observar desconfiado a un extremo y al otro del pasillo, entró en la habitación, se sentó a los pies de la cama y miró a Shinichiro con cierto desdén.
- Te traigo un mensaje, chico -dijo despacio, mientras por la comisura de sus labios escapaban pequeñas gotitas de saliva-. Siéntate y escucha con atención
3 comentarios:
29. Llámame la atención: trece sillas.
Llámame más aun si cabe la atención: un mafioso japonés besa a un inferior. No me cuadra. Por favor, páseme documentación y sáqueme de esta ignorancia mohosa mía.
Llámame la atención: …precisamente ése era el título de la canción que sonaba, "365 noches", la primera de la cara B del disco que aún poseía y que debía descansar en estos momentos entre los de Pink Floyd y Metallica. ¿No será más bien un retazo autobiográfico? Fijo que posee el susodicho disco “japo”.
-¡Huy! ¡Qué acojone y qué nervios! ¿en qué desencadenará todo esto? ¡Por Dios y la Virgen santa!
Es que más que un inferior, como usted dice, es un nieto adoptivo.
En cuanto al disco... por supuesto que lo tengo,¿lo dudaba?
En cuanto al disco... por supuesto que lo tengo,¿lo dudaba?
-juash! juash juash! >:-]
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