miércoles, 28 de diciembre de 2011

Cabezas de Hidra – Capítulo sexto (III)


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Durante los días que se sucedieron, los dos se dedicaron a recorrer juntos la capital. Visitaron Shibuya, un barrio de moda, lleno de grandes almacenes y locales de diversión, y en donde Anna se fotografió junto a la estatua del perro Hachiko, punto de encuentro por antonomasia para los toquiotas. Visitaron los exteriores del Palacio Imperial, por donde pasearon bordeando sus canales. Compraron varios CD en el establecimiento de Tower Records del distrito de Ikebukuro, curiosearon en el World Import Mart del complejo comercial de Sunshine City, se perdieron por las intrincadas callejas que rodean el parque de Toyama, y se atiborraron de bebidas refrescantes adquiridas en los numerosos puestos automáticos de venta a pie de calle. No podían ser más felices, pero durante esos días no tuvieron más contacto físico que los consabidos arrumacos y besos. Anna no hizo nada en ningún momento por, digámoslo así, conocer la habitación de Gerard. Y éste tampoco pidió conocer la suya.

No obstante, y tal como Gerard había proyectado, al finalizar la semana se trasladó a Kyoto, y Anna le acompañó. Sus días en la antigua capital del país siguieron la misma tónica que los pasados en Tokio, y fueron afrontados con una total despreocupación. Sin embargo, la relación sufrió una variación importante. Sorprendiendo a Gerard, Anna insistió en reservar una única habitación en el hotel New Miyako.





El primer día en la ciudad, temprano, visitaron Sanjusangendo y el templo Kiyomizu, al este de la ciudad, desde donde admiraron la preciosa vista que se les ofrecía desde su imponente terraza. Al mediodía pasearon por el recinto del Otani Honbyio, y se adentraron en Gion, el mundialmente conocido barrio de las geisha. Por la tarde entraron en el Kyoto Handicraft Center y luego, ya de regreso al hotel, dieron un paseo hasta el templo Toji. Al anochecer, antes de retirarse, compraron cena en uno de los numerosos y reducidos restaurantes de la planta baja de la estación central del ferrocarril. Mientras aguardaban a que les sirviesen su pedido disfrutaron de sendos vasos de agua fresca. Se llevaron lomo agridulce con guarnición de verdura, gambas a la parrilla, pollo empanado, arroz, ensalada, galletas de coco y pastelitos de frutos secos.

Ya en la habitación, disfrutaron de un baño relajante. La primera en tomarlo fue Anna. Más tarde, cuando Gerard salió del baño envuelto en su albornoz, se encontró con una escena que había imaginado muchas veces, y con varias variaciones, desde aquella primera conversación con Anna en el autobús del aeropuerto. Sobre la moqueta, en el centro de la habitación, había una manta extendida. Encima de ésta, Anna había dispuesto las viandas recién compradas, dos platos, dos vasos y cubiertos que había adquirido en Tokio para la ocasión. En una pequeña jarrita de cerámica dispuesta en el centro, quemaba una vela. No se trataba de un menú extraordinario, pero era bastante completo, había comida en cantidad y les había resultado aceptablemente bien de precio. No obstante, eso no tenía excesiva importancia para la pareja. La cena no era más que un bonito detalle, un prefacio para lo que realmente debía hacerles recordar esa noche como algo especial en sus vidas. Los dos enamorados cenaron despacio, entre sonrisas y frases pronunciadas en voz baja, acompañados por la música de Charles Aznavour, lo más romántico que Gerard pudo encontrar sintonizando los canales del hilo musical. Cuando apuraron el último trago de cerveza Kirin, Anna se levantó. Encendió una nueva vela y comenzó a desnudarse poco a poco, dejando que la parpadeante luz de las candelas arrancase destellos anaranjados de su cuerpo sedoso y dibujase sobre su piel sugerentes sombras.
Gerard, observando como Anna se tumbaba sobre la cama y abría sus piernas apuntando con ellas hacia el techo ofreciéndole su sexo, se incorporó y comenzó a deshacerse torpemente del albornoz. Cuando se desnudó, avanzó hacia ella totalmente excitado, notando la sangre palpitando en su verga erecta, y dispuesto a hundirse en las entrañas de su amada. Pero poco antes de ni tan siquiera intentarlo, un chorro de semen escapó de su pene y fue a estrellarse contra la colcha, a pocos centímetros de los muslos de Anna. De inmediato advirtió con rabia que solo existía un apelativo para designar lo que colgaba entre sus piernas; flaccidez. Anna, entonces, no pudo reprimir la risa, una risa, no obstante, exenta de burla o reproche alguno. Gerard, por el contrario, se sonrojó como nunca antes, tanto que sus mejillas brillaban en la penumbra. Se sentía ridículo a más no poder. Se sentó al borde de la cama, sin poder hablar ni mirar a los ojos de Anna, y dejó que ésta le abrazase y le dedicase palabras de consuelo restando importancia a tan inoportuna disfunción.

- A veces pasa -dijo sin parar de reír.
Pero a Gerard no le hacía ninguna gracia. Se levantó, apagó las velas y se dirigió al baño para lavarse. Cuando volvió a la cama, se acurrucó junto a Anna, pero siguió siendo incapaz de dirigirle la palabra. Le costó dormirse, pero al final la tensión, el cansancio, y las caricias de Anna, pudieron con él. Cuando Anna oyó que roncaba, le besó en la mejilla y se dispuso a dormir. Por primera vez en su vida sentía que se había enamorado de verdad. Era una tontería, pues, conceder demasiada importancia a un episodio que, sin duda, no era más que una manifestación de la ansiedad del momento. Ya existirían más ocasiones para disfrutar del sexo con Gerard. No tenía intención de dejar escapar a aquel hombre que, azorado, dormía junto a ella.

6



Al día siguiente visitaron los templos de Nishi e Higashi-Honganji, en donde admiraron una exposición de crisantemos. Recorrieron Gojo-dori y se dirigieron con paso despreocupado hacia las afueras del oeste de la ciudad. Querían visitar koke-dera, el templo del musgo. Pero, cuando llevaban varias horas caminando y llegaron a la verja que lo rodeaba, descubrieron un letrero que les hizo ver que la visita debía ser concertada con cinco días de antelación. Este control y reducción del número de visitantes era la única solución, al parecer, para preservar aquello que caracterizaba al templo y que corría el riesgo de desaparecer ; el musgo. Lejos de sentirse tristes o enfadados, puesto que el paseo ya había valido la pena, aprovecharon para entrar en el pequeño templo anexo de Suzumushi.

El resto del día lo ocuparon en regresar al hotel dando mil rodeos por las pequeñas callejas de los arrabales de la ciudad, comiendo en puestos ambulantes y orientándose sin echar ni un vistazo al mapa. Cuando, al fin, llegaron a su habitación, tomaron el acostumbrado baño. Al anochecer, se vistieron de nuevo y se encaminaron cruzando la calle hacia los niveles subterráneos del complejo laberinto que constituía los bajos de la estación central del ferrocarril. Pasillos concurridos y animados comunicaban restaurantes, tiendas de moda, de música, y los accesos al Metro. La pareja comió carne canadiense, o al menos eso era lo que decía la carta del menú, acompañada por arroz y ensalada. De postre tomaron helado de alubia roja. Después de cenar, tras un corto paseo por los alrededores para favorecer la digestión, volvieron al hotel. No era excesivamente tarde, pero las caminatas a las que se sometían a diario hacían que la necesidad de descanso nocturno no pudiese postergarse más allá de las nueve o, como mucho, las diez de la noche. Sin embargo, y para especial satisfacción de Gerard, esa noche no vería peligrar su hombría. Antes de rendirse al sueño, la pareja aún fue capaz de hacer el amor frenéticamente.

7

El tercer día, aunque el avance meteorológico había pronosticado la llegada a Japón de una borrasca procedente de Corea, el cielo amaneció despejado y azul. Era el día indicado para visitar el Kinkakuji, cosa que se dedicaron a hacer a primera hora de la mañana. Luego visitaron el templo Ryoanji, en donde admiraron su mundialmente conocido jardín de grava, uno de los máximos exponentes del budismo zen. Más tarde, casi al mediodía, se dirigieron hacia el norte para hacerse una foto con la cumbre del monte Daimonji como telón de fondo, y entrar en el interior del antiguo Palacio Imperial, de cuando Kyoto se llamaba Heian y era la capital del país. Antes de regresar al hotel con una antelación poco habitual, adquirieron algunos regalos para sus familiares y amigos en una nueva visita al Kyoto Handicraft Center.
Dejaron sus compras en la habitación y bajaron al restaurante, en donde comieron una generosa ración de Sukiyaki, tanto que ya no fueron capaces de comer nada más. Luego, antes de descansar de cara al largo viaje de regreso a Barcelona, hicieron el amor bajo una ducha caliente.

Minutos después de las cinco de la madrugada, bajo un cielo negro y, esta vez sí, una intensa y molesta lluvia, la pareja cruzó con paso acelerado los escasos cuarenta metros que separaban la entrada al vestíbulo del hotel de las escaleras de acceso a las vías de la línea de shinkansen. Cuando llegaron, el andén estaba desierto y los quioscos de prensa aún no habían abierto. Gerard y Anna se sentaron en un banco y se abrazaron fuertemente. Las maravillosas vacaciones que habían disfrutado tocaban a su fin.

Después de su regreso a Barcelona, continuaron viéndose con regularidad y, finalmente, tras ocho meses de preparativos, Anna y Gerard contrajeron matrimonio.

2 comentarios:

Lai dijo...

21. Bonita guía tokiota, se nota pelín el que Vd. hubiera visitado la ciudad previamente, bueno al menos eso me hace creer… En cuanto a “Corin” y estos dos viviendo de arrumacos y besos en vez de física cuántica –de contar polvos no vaya a creer- me pone tierno…
Vaya, habitación única… ¡huy, huy, huy!
Seguimos con la guía esta vez de Kioto – no sé porque lo escribe con “y” griega-, corta, no aburre ciertamente…. Me gusta el papeo elegido, soy todo un “fans” del tema “japo-culinario”, además le sienta a mi cuerpo que te inclinas…
Baño por separado: ¿tenía fiebre Vd. o algo por el estilo, quizás enamorado?
Jarrita en el centro quemando una vela: ¡No me j…!
Había resultado bien de precio: ¡Joer con los genes que portamos, en que hemos de fijarnos trasladándolo a papel… me pasa igual!
Prefacio: ¡Pelín fabulesco, “Corín”!
Charles Aznavour: En fin…
"Encendió una nueva vela y comenzó a desnudarse poco a poco, dejando que la parpadeante luz de las candelas arrancase destellos anaranjados de su cuerpo sedoso y dibujase sobre su piel sugerentes sombras.
Gerard, observando como Anna se tumbaba sobre la cama y abría sus piernas apuntando con ellas hacia el techo ofreciéndole su sexo, se incorporó y comenzó a deshacerse torpemente del albornoz. Cuando se desnudó, avanzó hacia ella totalmente excitado, notando la sangre palpitando en su verga erecta, y dispuesto a hundirse en las entrañas de su amada. Pero poco antes de ni tan siquiera intentarlo, un chorro de semen escapó de su pene y fue a estrellarse contra la colcha, a pocos centímetros de los muslos de Anna. De inmediato advirtió con rabia que solo existía un apelativo para designar lo que colgaba entre sus piernas; flaccidez.”
: Pero querido amigo, esto es demasiado para el body… ¿no le parece?... ¡Como se pasa!
“No tenía intención de dejar escapar a aquel hombre que, azorado, dormía junto a ella.”: ¡Pero qué bonito es el amor!
Aunque esto pasa, algo que todo hombre ha sufrido alguna vez… a mi jamás, ¡eh!
¡Que conste en acta…!
“Sin embargo, y para especial satisfacción de Gerard, esa noche no vería peligrar su hombría. Antes de rendirse al sueño, la pareja aún fue capaz de hacer el amor frenéticamente.”: ¡Anda que como le salva el culo al prota…!
“Dejaron sus compras en la habitación y bajaron al restaurante, en donde comieron una generosa ración de Sukiyaki, tanto que ya no fueron capaces de comer nada más. Luego, antes de descansar de cara al largo viaje de regreso a Barcelona, hicieron el amor bajo una ducha caliente.

Minutos después de las cinco de la madrugada, bajo un cielo negro y, esta vez sí, una intensa y molesta lluvia, la pareja cruzó con paso acelerado los escasos cuarenta metros que separaban la entrada al vestíbulo del hotel de las escaleras de acceso a las vías de la línea de shinkansen. Cuando llegaron, el andén estaba desierto y los quioscos de prensa aún no habían abierto. Gerard y Anna se sentaron en un banco y se abrazaron fuertemente. Las maravillosas vacaciones que habían disfrutado tocaban a su fin.

Después de su regreso a Barcelona, continuaron viéndose con regularidad y, finalmente, tras ocho meses de preparativos, Anna y Gerard contrajeron matrimonio.”
: Me rindo… no puedo más… es Vd. un tierno…

King Piltrafilla dijo...

Tierno,no sé... pero mierdascritor, un puñao. Lo admito y reconozco, pero bueno, ya le dije que esta había sido mi primera incursión literaria y he preferido no retocar nada y dejarlo como lo parí en su día, hace años ya. Lo siento.
Y no se crea, aún quedan muchas páginas, ya verá, ya...