domingo, 4 de diciembre de 2011

Cabezas de Hidra – Capítulo quinto (II)


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Su hogar era la Residencia de Estudiantes UAB, y vivía en un apartamento junto con Rosa, quien estaba matriculada en Ingeniería Informática. El espacio que compartía con su amiga en el primer piso del edificio constaba de una pequeña cocina, dotada de una encimera de tres fogones y un horno eléctrico, un pequeño microondas, un frigorífico, un fregadero y dos pequeños armarios de pared de puertas acristaladas. La cocina se comunicaba con el salón comedor mediante una arcada sin puerta y un pequeño mostrador.
El salón, que hacía las veces de sala de estar y de estudio, tenía tres puertas. Por una se accedía al cuarto de aseo, con lavabo, bidé, plato de ducha y taza de water. La segunda era la de entrada al apartamento, y daba a un pasillo extrañamente silencioso y poco concurrido. Y la otra correspondía al dormitorio. Éste podía decorarse al gusto de sus ocupantes, pero estaba dotado de un mobiliario común a todas las habitaciones de la residencia, y que consistía en dos camas, un armario empotrado, de puerta de doble hoja, y dos mesillas de noche con dos cajones cada una. Tanto el salón como el dormitorio recibían del exterior una gran cantidad de luz, gracias a sendas ventanas de guillotina. El suelo, excepto el de la cocina, que era de cintasol, estaba cubierto por una fina moqueta de color melocotón, que a Rosa le recordaba los atardeceres en la Costa Brava.

Gemma y ella habían entablado desde el primer día una estrecha relación afectiva. Cuando coincidían, y no era fácil pues a Rosa le gustaba pasar sus horas libres en la biblioteca, mantenían animadas conversaciones sobre los más variados temas, incluso de índole personal. Eso sí, casi todos los viernes, al finalizar la última clase, las dos amigas se separaban y Rosa se dirigía hacia la estación de ferrocarril para desplazarse a su hogar en Figueres. Por ello, la inmensa mayoría de fines de semana, Gemma se quedaba sola en su piso. La situación, lejos de importunarla, le resultaba reconfortante. Otra cosa muy distinta era el grado de aceptación con el que sus padres habían acatado su deseo de independencia. Gemma únicamente regresaba al hogar paterno cuando llegaban las vacaciones estivales. Había mantenido un regular contacto telefónico con su madre, pero no había podido impedir que ésta pasase horas sumida en el llanto sin alcanzar a comprender el comportamiento de su hija. Sin embargo, después de discutirlo ampliamente, el matrimonio había decidido no intervenir en las decisiones de su hija y aceptar que debían respetar su voluntad con resignación. Si su hija no quería su compañía, no podían hacer nada para hacerle cambiar de idea. No obstante, a Gemma los meses de estío se le antojaban eternos y producían en ella un acusado bajón emocional y una apatía de los que no se recuperaba hasta no reiniciar un nuevo curso.

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El martes 4 de Diciembre, un día que no se había distinguido por ser especialmente distinto a los anteriores, Gemma y Rosa, que un año más volvían a compartir piso, recibieron una curiosa invitación para asistir a una fiesta el siguiente fin de semana. El sobre que alguien había deslizado bajo la puerta del apartamento, era de tamaño americano, estaba confeccionado con papel reciclado y no tenía remitente. En su interior, un sencillo folio doblado en tríptico, contenía, repartida por la superficie blanca, la palabra "fiesta" escrita en diferentes tipos y tamaños de letra. Al pie de la hoja había una dirección y la fecha del 14 de Diciembre. Tanto Gemma como Rosa no acostumbraban a perderse ninguna celebración de las que se organizaban en la universidad.
Cualquier excusa era buena para montar una fiesta; fiesta de la semana antes de los exámenes, fiesta de la semana de publicación de notas, fiesta del invierno, etcétera. Por eso, las dos amigas decidieron no desaprovechar la ocasión y asistir a una que, a priori y aunque solo fuese por la mínima información de que disponían, parecía más excitante que las otras en las que acostumbraban a hacer acto de presencia.

El día 14 llegó, y la casa ubicada en la dirección de referencia resultó ser una vivienda adosada, unifamiliar, de fachada rojiza con acabados de obra vista, formada por dos pisos con buhardilla y un tejado a dos aguas de pizarra, situada en una exclusiva urbanización a las afueras de Sant Cugat del Vallés, bastante cercana al Campus de Bellaterra. El extenso jardín que la rodeaba había sido engalanado con guirnaldas y farolillos de papel de vivos colores. La fiesta había comenzado cuando las dos amigas llegaron. Después de un primer contacto visual, Gemma se dio cuenta de que, exceptuando a Rosa, no conocía a ninguno de los invitados que reían o conversaban animadamente mientras se movían al ritmo de la música que emitían pequeños altavoces distribuidos estratégicamente por el jardín. La mezcla de indumentarias no podía ser más ecléctica y una cosa era segura, ninguno de los allí presentes tenía pinta de estudiante. Así pues, las dos, entre excitadas por la novedad y divertidas por el ambiente que se respiraba, se dispusieron a disfrutar del evento sin preguntarse el motivo de su presencia allí. Gemma bailó y bailó, alternando distendidas conversaciones con todo aquel que se mostró dispuesto a escucharla, mientras abusaba de combinados alcohólicos que acabaron provocando en ella la sensación de verse transportada sobre una nube de semiinconsciencia. En un momento dado, como era de suponer, Gemma dio con sus huesos en el mullido suelo. Estaba flotando, completamente feliz, desinhibida y ligera como una mariposa.
Mientras, totalmente ebria, movía sus brazos desnudos acariciando el césped húmedo y giraba su cabeza a un lado y a otro siguiendo el ritmo de la música, advirtió a duras penas que alguien la incorporaba y era introducida en la casa. Aunque era invierno, el día había sido extraordinariamente caluroso para la época, razón por la que Gemma se había despojado hacía un rato de su amplia blusa de punto y tenía ahora el torso protegido únicamente por un top estampado de lycra de finos tirantes. Sintió frío. El interior de la casa parecía más fresco que el exterior y el contraste de temperatura hizo que sus sentidos recobrasen momentáneamente parte de la funcionalidad perdida. Pero había bebido demasiado. Su cuerpo no respondía correctamente las órdenes cerebrales que recibía y una repentina sensación de miedo le sobrevino justo antes de perder el conocimiento por completo.

6

Cuando la consciencia regresó a su ser paulatinamente y la opresión en el cráneo comenzó a disiparse, una imagen, borrosa al principio, fue tomando forma y consistencia ante sus ojos. Se trataba de una cara, una cara de hombre, sudorosa y enrojecida. Podía notarla a pocos centímetros de la suya debido al calor que emanaba. Tenía la boca abierta en una extraña mueca y la nariz manchada de un polvillo blanco. Sentía aquel aliento desagradable e hiriente, mezcla de tabaco, alcohol y restos de alimento, que el desconocido exhalaba acompasadamente. Cuando Gemma dejó de escrutar la faz de aquel hombre y comenzó a ser consciente de su situación, reconoció su cuerpo desnudo tumbado sobre algo mullido, una cama con toda seguridad. No podía creerlo. Aquel tipo la estaba violando. La penetraba mientras manoseaba sus pechos y caderas sin ningún atisbo de delicadeza. Gemma, que debido al peso de aquel cuerpo, no podía moverse, fijó la mirada en aquellos ojos empañados y sintió nauseas. Sin embargo, fue incapaz de librarse de aquella masa de carne grasienta y repugnante. Asqueada y aterrorizada, esperó. En un momento dado, el hombre se incorporó y, antes de dejarse caer, vació su esperma sobre el vientre de Gemma mientras de su garganta escapaba un aullido ronco. El desconocido continuó apresándola con su cuerpo y dejó que transcurriesen unos segundos hasta que su respiración entrecortada se normalizó. Luego, se levantó y se vistió someramente con sus calzoncillos. Con el resto de la ropa en una mano y con los zapatos, unos mocasines inmaculados, en la otra, abandonó la habitación sin dirigirle ni una palabra, ni tan siquiera una furtiva mirada de soslayo, a la inmóvil e indefensa Gemma, quien incrédula aún, continuó tendida boca arriba por unos instantes mirando absorta y desconcertada unas pequeñas grietas que se dibujaban en el techo.
Pasado un corto espacio de tiempo, en el cual su cuerpo se vio atacado por un ligero temblor nervioso, se irguió. A la derecha de la puerta a través de la cual aquel cerdo había desaparecido, junto a un galán en el que descansaba su ropa perfectamente doblada, había otra puerta. No estaba cerrada del todo, por lo que Gemma pudo ver que se trataba de un cuarto de baño. Respiró hondo y decidió ducharse antes de averiguar qué le había llevado a esa situación.



Estuvo casi media hora bajo el chorro de agua caliente pensando en lo ocurrido. Recordaba que se había presentado en una fiesta junto con su amiga Rosa. Recordaba el jardín, la música y poca cosa más. El resto de las imágenes que acudían a su memoria eran confusas. No sabía como había acabado en esa habitación. Quizás el hombre que la había violado no había sido el único. Gemma intentó no pensar en otra posibilidad; ¿ Y si no la hubiese forzado nadie ?, ¿ Y si, totalmente alienada por la bebida, hubiese dado ella misma su consentimiento ?

Dándole vueltas a la cabeza, salió del baño envuelta en una toalla. Se secó, cogió la ropa del galán y se vistió en silencio. Mientras lo hacía, echó un vistazo a la habitación. Carecía de ventanas y el galán, la cama y una pequeña mesilla de noche eran los únicos elementos que la integraban. No había libros, ni cuadros, ni, por supuesto, un teléfono desde el que poder solicitar auxilio. Entonces, un escalofrío le recorrió la espalda. Advirtió que era incapaz de precisar si habían pasado horas o días desde que había franqueado la entrada a la casa con Rosa. De hecho, no estaba segura de si se encontraba en el mismo lugar.

Desechando sus temores, abrió la puerta lentamente y con cautela, intentando hacer el menor ruido posible. Un pasillo corto, iluminado débilmente por la claridad que provenía de un amplio salón, apareció ante ella. No se oía ni un murmullo. Atravesó el pasillo y, cuando llegó al salón, por la luz que se filtraba a través de las cortinas, dedujo que debía ser mediodía. Asustada aún, dirigió una inquisitiva mirada alrededor y abrió la puerta que parecía conducir al exterior. Gemma se tranquilizó un poco al reconocer el jardín que se extendía a sus pies, bajo el entarimado del porche. De un salto, salvó los dos escalones y pisó el césped. Entonces vio a Rosa. Su amiga estaba sentada en el suelo de la acera, dormida, apoyada en la pequeña cancela de hierro forjado que separaba la calle del jardín. Gemma suspiró aliviada. Al fin conseguía establecer contacto con alguien próximo. Pero cuando se dirigió hacia ella, oyó una voz tras de sí que la sobresaltó.

- Perdone señorita.
Una mujer, de unos cuarenta y tantos años de edad, de aspecto serio, vestida con una falda y una blusa negras, mandil blanco con bordes de blonda y tocada por una cofia del mismo color, le hablaba en un tono de voz neutro que no dejaba translucir ni simpatía ni animadversión.
- Ésto es para usted.

Gemma cogió sin dudarlo, algo que a ella misma le sorprendió, el sobre que aquella criada le tendía. Casi de inmediato, y sin despedirse de la mujer de uniforme que desapareció en el interior de la casa, lo abrió para examinar su contenido. Mientras rasgaba la solapa con la uña de su pulgar, Gemma desvió su mirada hacia Rosa. Su compañera de apartamento seguía allí, pero ya había despertado y la observaba con cara de sueño y con los ojos a punto de estallar en lágrimas. El sobre contenía setenta mil pesetas. Gemma extrajo los billetes, siete de diez mil, y los guardó en el bolsillo derecho de sus vaqueros mientras echaba a andar hacia la verja. Sin dirigirse ni una sola palabra, las dos amigas emprendieron camino de regreso a la estación de tren. Ya en el vagón, Gemma sintió una punzada de hambre. No se había equivocado en su cálculo horario, eran poco más de las doce del mediodía. La fiesta a la que había sido invitada junto con Rosa hacía más de diez horas que era agua pasada.

5 comentarios:

Lai dijo...

18. … “empotrado, de puerta de doble hoja”…
Es más fácil decir: empotrado de puertas correderas o de dos puertas corredera…! Hijo mío lo que le tengo que enseñar por Dios!

…”El suelo, excepto el de la cocina, que era de cintasol,”…
Será sintasol. Me interesa saber si se utiliza como Vd. lo ha escrito por aquellos pagos, es un modismo o una simple errata.

Otro personaje: “Rosa”. ¡Excesivo para mí! ¡Quiero acción! ¡chicha!

…”de fachada rojiza con acabados de obra vista, formada por dos pisos con buhardilla y un tejado a dos aguas de pizarra”…
Un tanto escabrosa la descripción.

Bueno, la acción ha llegado y de manera brutal, la violación está bastante bien descrita y denota lectura por su parte.
El desarrollo posterior me deja un tanto frio.
Espero más…

King Piltrafilla dijo...

No se corte, ¡a degüello!

Qué mal le sienta que le recuerde lo de su colesterol ja ja ja ja...

Lai dijo...

Recuerdo:
cintasol
Preciso aclaración.
>:]

King Piltrafilla dijo...

No hay nada que aclarar y lo sabe. Quería decir sintasol, me equivoqué ¿vale?
Y aunque mal de muchos consuelo de tontos, me consta que es un error bastante extendido.

Lai dijo...

¡Vale, vale, Valeriano!
Yo solo quería saber :(

¡UFFFFFFFF!¡Que caracter