sábado, 17 de diciembre de 2011

Cabezas de Hidra – Capítulo sexto (II)



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Después de leer el Mainichi News, periódico en inglés editado especialmente para los turistas, y de tomarse un café y un delicioso pastelito de mermelada, Gerard se preparó para recorrer el trayecto entre el hotel y la Estación Central de Tokio. En unos días debería dirigirse hacia allí, ya que ese era el lugar desde el que partían los shinkansen hacia Kyoto. Y como la sola visión del plano del Metro ya ponía los pelos de punta, Gerard quería asegurarse de que el día indicado se sabría el camino.

Salió a la calle. El cielo estaba despejado, pero el aire era frío. Entró en el subterráneo de la estación de Shinjuku y se dispuso a iniciar su periplo. Aunque la profusión de ideogramas kanji en los letreros por doquier, y la muchedumbre que se movía incesantemente por los pasillos, eran factores que provocaban un gran desconcierto a los occidentales como él, Gerard se fijó en que la mayoría de los indicadores de importancia también se expresaban en alfabeto romano. Así pues, respiró hondo y se puso manos a la obra. Su primer objetivo fue encontrar las máquinas expendedoras de billetes y, posteriormente, encontrar el camino correcto para llegar al andén de la línea indicada. Lo cierto es que no tuvo ningún problema en, finalmente, llegar a la Estación Central. Memorizó cuantos pasos había dado y salió al exterior. Era domingo, y las calles aún estaban desiertas a primera hora de la mañana. A pocos metros pudo ver la masa verde de los árboles del Palacio Imperial. En su foso, los cisnes se aseaban parsimoniosamente ignorando a las carpas multicolor que nadaban bajo ellos. Tras observarlos por unos instantes, Gerard se desvió hacia el sur, y puso rumbo hacia la Tokyo Tower, la cual se divisaba ya en el horizonte. Lo primero que hizo, sin embargo, fue sentarse bajo una marquesina del parque Hibiya, al borde del estanque de unos jardines jalonados de vegetación. La brisa acarició su cara bañada por los rayos del sol que se filtraban entre los huecos de las copas de los árboles que mecían sus hojas, y Gerard pensó en Anna.

Poco después del breve descanso, llegó a los pies de la estructura de la torre, a la que incomprensiblemente se nombra, incluso en Tokio, en inglés. Era clavada a la Tour Eiffel. Gerard había leído que se trataba, efectivamente, de una copia a una escala algo menor que la original. Sin embargo, la altura de la copia, pintada totalmente de un color rojo chillón, superaba la del original, ya que la antena de comunicaciones que coronaba a la primera era superior a la de París. Así pues, Gerard subió a la torre, pero no pudo disfrutar de la visita. Debido a la polución reinante sobre la capital, la panorámica de 360º que se ofrecía desde el último piso distaba de ser, al menos ese domingo, lo espectacular que cabía imaginar.

Cuando Gerard abandonó la zona, fotografió a un grupo de niños que jugaban a béisbol en el parque Shiba, y a un grupo de policías antidisturbios que intentaban disolver una manifestación en Hibiya-dori, calle por la que echó a andar en dirección al distrito de Ginza. No tardó en llegar al, antaño, barrio más chic de Tokio, que ahora perdía parte de su encanto ante la creciente popularidad que entre los jóvenes estaba adquiriendo Shibuya. Se colocó sus walkman y escuchó la voz chillona de Brian Johnson mientras se sentaba en un banco y observaba a la gente pasar ante él. "Let me put my love into you, babe, let me cut your cake with my knife".



La multitud hormigueaba entre elegantes comercios ese día cerrados, pomposos y recargados escaparates, salas de arte y restaurantes de postín. En esa zona, había leído, se concentraba la mayor cantidad de Porsches y Ferraris de la ciudad.
Un par de canciones mas tarde, Gerard decidió que ya era hora de partir de nuevo por lo que, siguiendo el trazado de Showa-dori y atravesando Akihibara, el barrio de los bazares de electrónica, se dirigió, siempre a pie, hacia Ueno. Las extremidades inferiores de Gerard comenzaban a acusar el cansancio. Y era normal. Después de dedicarse todo el año a trabajar en su oficina, sentado en su mesa y levantándose casi exclusivamente para hacer fotocopias de tanto en tanto, ahora se dedicaba a patearse a paso ligero una ciudad tan desmesurada como Tokio. Durante su trayecto hacia Ueno, cuando cruzó el río Kanda bajo el nivel elevado de la Autovía número 1, llegó incluso a darse ánimos y hablar solo. Cuando, por fin, llegó a su destino, descansó bajo la sombra de los cerezos del enorme parque, sede de museos y un zoo. Mientras tragaba con avidez algo parecido a una empanada de atún que acababa de comprar en un dispensador automático, se dedicó a observar como familias enteras disfrutaban del sol. Sació su sed con un refresco de pomelo y consultó su revista del Japan Travel Bureau. Decidió no castigar más a sus pobres pies y, tras un largo rato en el que disfrutó de la brisa y del bucólico canto de los pájaros, y fue el objeto de las miradas de algunos niños, regresó a Shinjuku utilizando el Metro.

Cuando llegó a su habitación, repitió la rutina del día anterior; baño de agua casi hirviendo, cerveza fría, cena adquirida en los establecimientos del nivel inferior del hotel, y un rato de zapping ante el televisor antes de dormirse profundamente.

4

Por la mañana, temprano, le sorprendió el estridente timbre del teléfono. Gerard, aturdido, cogió el auricular y acercó la oreja, pero no entendió absolutamente nada de lo que la operadora le dijo al otro extremo de la línea. Se tranquilizó cuando identificó la voz de Anna.

- ¿ Gerard ?.
- Anna, ¿ eres tú ?
- Sí, perdona, ¿ que estabas dormido ?
- No, que va -mintió-, por lo del cambio horario ya hace un buen rato que estoy despierto. ¿ Que pasa ?.
- Bueno -dijo ella-, hoy no tengo nada que hacer hasta bien entrada la tarde y me preguntaba si te gustaría que diésemos una vuelta por la ciudad los dos juntos.
- Pues claro -respondió Gerard con rapidez-, ¿ donde quedamos ?
- Espérame en la puerta de tu hotel -dijo Anna, visiblemente emocionada-, estaré ahí en diez minutos.
- Que sean veinte -dijo él-, necesito afeitarme.
- Está bien. Hasta ahora entonces.
- Adiós -contestó Gerard, pero Anna ya había colgado.

El hotel en el que se hospedaba Anna, el Century Hyatt, estaba bastante cerca del Keio Plaza, y ambos se situaban junto al Parque Central de Shinjuku, que se extendía en los terrenos a los pies del rascacielos del Ayuntamiento. Cuando Gerard salió del ascensor y cruzó el vestíbulo hacia la calle, Anna ya hacía cuatro minutos que le aguardaba. Se saludaron y comenzaron su paseo, el cual, de mutuo acuerdo, fue por el parque. Luego, mientras caminaban relajadamente por los senderos jalonados de verde, Anna tomó las riendas de una conversación que, hasta ese instante, se había dedicado a hablar de cosas intrascendentes como el tiempo.

- Al final -dijo mientras jugueteaba con una ramita que acababa de recoger del suelo-, resulta que casi no tengo trabajo. La primera noche, mis anfitriones me invitaron a una reunión de toma de contacto que tuvo lugar en una sala del hotel, y ayer estuve casi todo el día con un funcionario de la embajada que, durante la mayor parte del tiempo, me estuvo explicando cosas que no tenían nada que ver con el tema por el que he venido.
Anna miró a los ojos de un embelesado Gerard y prosiguió con su monólogo.
- Además, en un momento dado, me contó que su departamento estaba elaborando para mí un dossier completísimo sobre las corporaciones japonesas históricas, sus múltiples ramificaciones y sus, en algunos casos, soterradas relaciones con el crimen y la política. Esta tarde tengo que ir a recogerlo.
Gerard no la escuchaba, pero la oía, eso sí. Oía su dulce y aterciopelada voz acariciándole los oídos. Pero tanto le daba lo que le estaba explicando. Y no era por desinterés, pero es que verse paseando junto a Anna le tenía en el interior de una burbuja.

- Total -continuó ella, ajena al estado semi hipnótico de Gerard-, que esta noche ya habrá terminado mi trabajo aquí.
La burbuja explotó súbitamente.
- ¿ Que quieres decir ? -preguntó Gerard.
- Está claro, ¿ no ?
- Te marchas ya, ¿ es eso ?
Anna aguardó unos segundos antes de responder. La noche anterior, pensando en este momento, había dudado de cual sería la reacción de Gerard ante sus palabras. Ahora, al ver la angustia y la decepción pintadas en su rostro, se sintió feliz y satisfecha de la decisión que había tomado.
- No señor -dijo sonriendo-. Anoche llamé a mi jefe para comentarle la situación y le pedí que me concediese unos días de vacaciones. Y me dijo que sí.

Entonces, las manos de la pareja se buscaron para entrelazarse antes de que sus cuerpos se fundiesen en un cálido abrazo y sus labios, húmedos y temblorosos, se juntasen en un beso prolongado y apasionado.

2 comentarios:

Lai dijo...

Tokio invita a paseos interminables, a la reflexión, claro que si eres capaz de alejarte del ajetreo que la condena como a cualquier gran ciudad, dispuesta para ser disfrutada y penada a ser ignorada por sus habitantes…
…“pero no pudo disfrutar se la visita” será: “de la visita” digo yo… Lo malo de la polución aparte de matarnos es que no jipiamos naita na.

"Let me put my love into you, babe, let me cut your cake with my knife" Pelín lujurioso diría yo, eso de cortar tu paste con mi cuchillo…
…/…
Entonces, las manos de la pareja se buscaron para entrelazarse antes de que sus cuerpos se fundiesen en un cálido abrazo y sus labios, húmedos y temblorosos, se juntasen en un beso prolongado y apasionado. ¡ Júreme que no ha leído a Corín Tellado!

King Piltrafilla dijo...

Lo primero está corregido.
A lo segundo, no me diga nada a mi, se lo dice a los AC/DC.
De lo tercero no tengo nada que decir. Acepto todas las críticas... y más cuando son inapelables, ja ja ja. Pelín pasteloso me quedó, sí.