miércoles, 16 de marzo de 2011

Richardus SIETE (II)

- Pues eso es lo que ocurrió en Palestina –continuó-, lo que sirvió para demonizar a los musulmanes, proporcionando una imagen de estos que aún perdura. Además, prosiguiendo con el ejemplo de tu padre, cuando el tipo fuerte le ve pelarse con los numerosos miembros de la otra familia, no se le ocurre otra cosa que coger las llaves de la casa, vuestra casa, no lo olvides, y dárselas a otro grupo de hombres altos y poderosos, diciéndoles, lloriqueando, que se ve incapaz de solucionar tal follón, que la situación se le ha escapado de las manos y que él se marcha de allí.

Aquellos nuevos amos del inmueble palestino fueron las Naciones Unidas, organización que al finalizar la segunda Guerra Mundial decide no devolver las cosas a su situación de origen, proponiendo una solución al conflicto de lo más peregrina, cuyos fritos seguimos recogiendo estos días “y lo que te rondaré morena”. Ni más ni menos acuerdan dividir Palestina en dos países independientes y convertir a la ciudad Santa de Jerusalén en una ciudad internacional. O sea, que ya tenemos al Imperio Británico y a la ONU como principales culpables de la catástrofe. Lo cierto es que no fueron los únicos. Todo esto fue posible, en parte, gracias a la pasividad de naciones como Francia, que bastantes problemas tenía en esos momentos con afrontar su particular conflicto contra el viet-minh. Por supuesto, el mundo árabe salió en defensa de Palestina y expresó su rechazo ante tal división territorial. Pero las Naciones Unidas, desoyendo las voces críticas, señalaron el 15 de Mayo de 1948 como el día de la entrada en vigor del acuerdo de entrega de la zona a los hebreos. Éstos, con las ideas muy claras sobre sus verdaderas aspiraciones territoriales, se avanzaron a todos un día antes y proclaman unilateralmente el 14 de Mayo la fundación del Estado de Israel. Es entonces, mi querido Jorge, cuando se arma la de Dios.
Como puedes imaginarte, la respuesta fue inmediata. El resto de los países árabes invadió Palestina. A consecuencia de ello, después de una victoria judía por goleada, un sangriento año más tarde Israel ya ocupaba una extensión mayor que la asignada en un principio por la ONU.

El jamón se había acabado y el sol comenzaba a ocultarse tras los tejados de la calle Nápoles. Jorge comenzaba a notar que la visión romántica de su pretendido judaísmo y de la existencia de una tierra prometida a la que los moros negaban la paz se había tornado en un extraño sentimiento de culpa. No obstante, seguía pensando que el pueblo hebreo no se merecía lo que le estaba pasando.
- Toma –le dijo Fructuoso-, acábate la gaseosa que vamos a recoger.
- Es decir, que si no te he entendido mal, toda la culpa de conflicto árabe-israelí es de los ingleses, ¿no?
- Ni más ni menos.
- Pero, ¿por qué los países árabes no se rebelaron en un principio contra ellos?, ¿por qué dejaron que los judíos se infiltrasen de tal manera en la sociedad palestina?
- Porque les mintieron, simple y llanamente. Los británicos históricamente se habían mostrado partidarios, llenándose la boca de promesas sin valor, de una nación árabe en Palestina. Por eso tuvieron el apoyo de la población al principio. Pero en 1917, un pájaro de mucho cuidado, un tal Lord Balfour, faltó a la palabra dada y favoreció todo lo contrario, creándose en un plis plas bajo sus augurios la Agencia Nacional Judía. A partir de ahí todo vino rodado. Además, años más tarde, después del trato que el nazismo dispensó a los judíos, fue muy difícil detener esa rueda. Hebreos de toda Europa convirtieron en avalancha lo que en un principio era una mesurada inmigración hacia Palestina. Luego, organizaciones pro-sionistas como Haganah, Stern o Irgun Zvai Leumi se dedicaron a desestabilizar con violencia al mando británico hasta que, impotente, éste decide lavarse las manos como Poncio Pilatos y huir del lugar. Total, que un lugar en el que durante siglos habían convivido en armonía diferentes pueblos, se tornó en tierra asolada y dividida.


- Lo que no entiendo –inquirió Jorge,después de que se le escapara un sonoro eructo causado sin duda por la excesiva ingesta de gaseosa- es por qué estás a favor de los palestinos. ¿No me dijiste una vez que te uniste a la OAS para eliminar a todos los moros independentistas?

Fructuoso se irguió en su silla y, por un par de segundos, endureció el semblante antes de recapacitar y dirigir de nuevo sus palabras a Jorge, su amigo, un adolescente ávido de conocimientos que en ocasiones era asquerosamente sincero.
- Eso es diferente –contestó con cierta sequedad-, a Argelia la levantaron los franceses, que le dieron una prosperidad que nunca antes había soñado. Y ahora, esos muertos de hambre, esos haraganes desagradecidos reniegan de su pasado y muerden la mano que les ha dado de comer hasta hoy. ¡Y de eso nada! El caso de Israel, sin embargo, es todo lo contrario. Los británicos no estaban legitimados para disponer de Palestina sembrando el odio como hicieron, dando alas a los judíos, siempre llorando y haciéndose las víctimas.
- Pues yo sigo sin entenderte –replicó Jorge con toda tranquilidad. Mientras se levantaba y estiraba sus extremidades para desentumecerlas antes de ayudar a su amigo a recoger los restos de la merienda.

Fructuoso, consciente de que, en honor a la verdad, su sentimientos eran poco menos que contradictorios, añadió sin demasiada convicción.
-¡Y además me caen mal los jodidos ingleses, coño! Cuando seas adulto te darás cuenta de que no todo en la vida es blanco o negro.
Jorge sonrió y pareció darse por satisfecho. Eso sí, ni por asomo se le ocurrió contarle a Fructuoso lo que imaginaba de sus orígenes.
- Gracias por tus explicaciones, me han servido de mucho. Ah, y por el jamón –añadió-, estaba realmente sabroso.
Fructuoso le devolvió la sonrisa.
- Recuerda –insistió-, comen víboras.

Cuando abandonaron la azotea y bajaron las escaleras, Fructuoso agarró del hombro a Jorge con suavidad.
- Oye –le dijo-, ¿no le habrás contado a tus padres nada de la OAS?
- Claro que no, pierde cuidado.
- Por cierto –añadió bajando la voz-, ¿sigues empeñado en participar conmigo en alguna operación?
- Por supuesto –a Jorge se le iluminaron los ojos-. Estoy hasta las narices de ir de casa al taller y del taller a casa. Mi vida es de lo más aburrido. Desde que te conozco que quiero conocer mundo, como tú, y sentir esas emociones de las que me hablas. Quiero vivir, aunque eso suponga correr el riesgo de sufrir algún percance o, incluso, de perder la vida.

Fructuoso, debatiéndose entre el orgullo y la tristeza, asintió y dejó a su joven vecino ante la puerta de su casa. Aquel mozalbete que se estaba convirtiendo en un hombre fuerte e inteligente, que durante años había asistido ensimismado a sus historias sobre nazis o escaramuzas en África con los moros, no podía imaginar que no iba a tardar mucho en cruzar la siempre delgada y quebradiza línea que separa el espectáculo del espectador.

No hay comentarios: