Hoy se celebra en Madrid el desfile del Gay Pride de este año, así que yo, una vez más, me sumo al carro de la polémica para expresar de nuevo mi opinión –a ver si así consigo que los que leéis este blog de manera anónima hagáis algún comentario- como si le importase a alguien o no la hubiese manifestado ya en anteriores ocasiones. Y es que en esto de la homosexualidad, como en casi todo en estos últimos tiempos, parece que no puede expresarse uno libremente por temor a ser tildado de intolerante, reaccionario o no se sabe muy bien qué. Es como cuando los seguidores del Barça no expresan su alegría por los triunfos de la selección española de fútbol –aún estando alineados en el equipo buena parte de los jugadores del F.C. Barcelona- por miedo a que se les acuse de españolistas anti-catalanes, como si el sentir patrio tuviese en realidad algo que ver con darle patadas a un balón. Total, que me estoy desviando del tema –y eso que a mi el fúngol me la trae al pairo- porque de lo que de verdad os quiero hablar hoy es de eso a lo que llaman el Orgullo. Y me pregunto yo, orgullo... ¿de qué?
Es cierto que durante años los homosexuales fueron perseguidos, pero también los masones, los republicanos, los comunistas... y los heavies. Sí amiguitos, a mi en el colegio me marginaban y me llamaban melenudo, pero no por ello me subo a un carromato, pintado como una mona y enseñando el paquete. Ahora resulta que lo que durante tanto tiempo ha perseguido la comunidad de homosexuales y lesbianas, la igualdad, ya no es lo que se pretende. No piltrafillas, hoy en día ya hay hoteles para gays, barrios para gays, prensa para gays, canales de televisión para gays y discotecas, bares y restaurantes para gays. En poco tiempo ya tendremos automóviles para gays –por supuesto ecológicos y eléctricos- y alimentos que –al modo de la etiqueta hebrea kosher- tendrán un adhesivo que los certificará como gayer. Porque sí queridos lectores, hemos pasado de la búsqueda de la normalidad a la afirmación de la diferencia –no lo olvidéis, ellos son los diferentes- con un punto macarra y orgulloso, ese pride al que hace referencia la comunidad homosexual en sus desfiles (¿para cuando una heterosexual pride parade?
Y es que yo puedo ser obeso, miope y tener híperhidrosis y sentirme muy feliz conmigo mismo y tener el deseo y el derecho de que la sociedad me trate igual que a mi vecino, que ve de puta madre, es un fideo y tiene un master de ESADE. Pero de ahí a que esté orgulloso de sudar como un cerdo cuando llegan los calores o a no ver tres en un burro sin mis gafas va un trecho. Y de subirme a una carroza en calzoncillos ya ni hablamos.
En fin piltrafillas míos, que si lo del fúngol me la traía floja, imaginaos saber quién es o quién no es homosexual. No es cuestión de que quiera que se esconda nadie, pero dejemos ya de montar el numerito y vivamos con normalidad y cotidianeidad nuestra condición sexual ¿no creéis? Ah, y todo lo dicho sin entrar en valoraciones sobre si fisiológicamente, psicológicamente o incluso etológicamente la homosexualidad es una tara, una anormalidad, una enfermedad, una desviación o el camino verdadero –alabado sea su nombre- a una sexualidad plena.
Pues nada, ya está, esto es lo que pasa cuando en una tarde de verano en la que me da por escribir y estoy buscando inspiración veo a un tipo en la pantalla del televisor maquillado como Barbara Cartland en su última época y enseñando el culo. Y vosotros, ¿qué opinión tenéis?
1 comentario:
Yo opino que en realidad es el Día del Orgullo Elfo, y que Legolas debe estar fardando de ciruelo en algun carromato de Madripfff. :-P
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