domingo, 7 de febrero de 2010

Videodrome






Comienzo las reseñas cinematográficas del fin de semana con Videodrome, una de esas propuestas alucinógenas típicas del canadiense David Cronenberg, a quien siempre agradeceré que rodase Inseparables y le diese el papel/papeles principal a Jeremy Irons convirtiendo a esa peliculilla en una de las que guardo mejor recuerdo de mis años de espectador adolescente. Pero la que he visto estos días ha sido Videodrome y lo que mejor puedo hacer ahora es hablaros de esta cinta de estética televisiva, no sólo por el tema que trata sino por el resultado final, el de una película de serie B ochentera que poder encontrar en el vídeoclub a precio reducido. La historia que se nos cuenta es la de Max Renn, el dueño de un canal de televisión por cable que ofrece erotismo y violencia a sus espectadores justificándose en que así les da una vía de escape para hacer realidad sin peligro sus fantasías. Un día uno de los técnicos del canal capta la señal por satélite de lo que parece el rodaje de una escena de tortura. Obsesionado por lo que ha visto y espoleado por mantener los índices de audiencia del canal, habla con la mujer que le consigue el material gráfico habitual para que averigüe quien puede estar detrás de aquel programa con la idea de comprarle los derechos. Pero al poco tiempo, la mujer le cuenta que aquello que ha visto no es una ficción sino un rodaje real y que lo mejor que puede hacer es alejarse de ello. Si le sumáis al argumento la relación que Max inicia con una locutora radiofónica que se excita autoinfligiéndose dolor, el personaje de Brian O’Blivion, un sociólogo que da sus conferencias en vídeo –nunca presencialmente- y cuya hija regenta una fundación para homeless que lleva el nombre de la Misión del Rayo Catódico y las alucinaciones del protagonista entre las que destaca la aparición de una cicatriz en su vientre con innegable parecido con una enorme vulva, os haréis una ligera idea de lo rara que es Videodrome.




A Videodrome nos la podemos tomar de dos maneras. Una es intentando buscarle tres pies al gato, analizándola con ojos de erudito de la comunicación y leyendo entre líneas algo que al final os dejará sin respuestas. Así tenemos un tema que sigue vigente –no olvidéis que la película tiene casi treinta años- y que pone de manifiesto que el medio no ha evolucionado tanto como parece en todo este tiempo. La técnica es muy superior, por supuesto, pero los contenidos y la clase de basura que los espectadores demandan y están dispuestos a tragarse son los mismos que en los 80, así como el potencial que como instrumento de sugestión de masas y lavado de cerebro tiene el canal televisivo.
La otra manera de verlo piltrafillas es que os toméis a Videodrome como un delirante ejemplo de cinta de terror –no le llamaría exactamente así pero no he encontrado ahora otra manera de calificarla- con argumento pretendidamente enrevesado y efectos especiales que hoy en día son entre simpáticos y patéticos, que deja que cada cual le de la interpretación que quiera a la historia de Max y sus visiones. En fin amiguitos, recomendada como documento histórico para disfrutar con amigos y unos gintonics.

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