Y si ayer vi una cinta dedicada a tramas policíacas de la norteamérica de los 40, esta tarde –como extensión de la exposición “Quinquis de los 80: cine, prensa y calle” que hasta principios de septiembre tendrá lugar en el CCCB de Barcelona- he decidido ver Perros callejeros, una cinta de José Antonio De la Loma de finales de los 70 que dio inicio a un tipo de cine que en teoría pasaba por mostrar la problemática de los quinquis – jóvenes delincuentes que vivían en barrios marginales de las grandes ciudades, que en aquella época popularmente también se conocían como navajeros- pero que tendía peligrosamente a exaltar sus figuras dándoles una falsa pátina de romanticismo. A De la Loma le obsesionaba la vida del Vaquilla, un crío del barrio de La Mina –limítrofe a Barcelona, en el término municipal de Sant Adrià del Besòs, ante lo que hoy es el moderno barrio del Fòrum- quien a sus 13 años ya había pasado por infinidad de reformatorios y se había escapado de todos ellos. Lo que el realizador pretendía para dar credibilidad a la cinta que tenía en mente es que fuesen los mismos chavales de la barriada los que se interpretasen a sí mismos. Sin embargo, el Vaquilla era una verdadera nulidad ante las cámaras por lo que se optó por coger a un colega de aquel –Ángel Fernández, el trompetilla- y cambiarle un poco el nombre. Así nació el Torete.
Parece mentira piltrafillas, pero Perros callejeros se convirtió –con su retrato mezcla de denuncia y mitificación- en un enorme éxito de taquilla. No olvidéis que estábamos en 1977, pues bien, la película recaudó casi 168 millones de pesetas y sus protagonistas adquirieron una fama –el Torete llegó a aparecer en la portada de Fotogramas- que les hizo más mal que bien. Sin embargo, había quien no veía con buenos ojos ese estrellato. Vale que el entorno en el que se habían criado esos chicos –y muchos otros que no se dedicaron a delinquir, no lo olvidemos- no era precisamente envidiable pero pensemos que hubieron incluso muertes entre agentes de la ley y ciudadanos inocentes por culpa de las correrías de esos chicos, así que imaginad la poca gracia que les haría a sus amigos y familiares ver a los culpables regocijándose de ello en saraos y prensa. Yo mismo sufrí varios atracos de chicos de estos que en el mejor de los casos te abordaban preguntándote "¿Tienes cinco duritos?", lo que suponía que en pocos segundos ibas a tener que darles la cartera y el reloj.
El argumento de Perros callejeros era simple: mostrar el día a día de jóvenes delincuentes y de sus fechorías con el trasfondo de la droga y el sexo. Amiguitos, puro cine de serie B sensacionalista pasado por el turmix con algo de cinéma vérité y un lenguaje políticamente incorrecto, es decir, un producto destinado –en contra de la opinión de la crítica de la época- a convertirse en un referente para la sociedad del momento, que temía y se sentía ensimismada a partes iguales por las vidas sin freno de aqueños cachorros de clase baja, bajísima, que luchaban sin ética o moral alguna por las migajas de la vecina Barcelona que comenzaba su transición al bienestar tras años de dictadura. Lo dicho, que el tal Ángel Fernández alcanzó la fama y protagonizó varias películas más alternando su trabajo de actor con los atracos. En alguna ocasión De la Loma ha expresado su frustración por no conseguir que aquellos chicos dejasen la violencia. Según él, les llevaba a fiestas para que se codeasen con actores y viesen que podían aspirar a otra profesión –en realidad eran pésimos actores, no nos engañemos- pero el Torete y compañía preferían dar fiestas y gastar el dinero en droga y fiestas para sus amigos y amigas mientras seguían robando coches y comercios. Ángel Fernández Franco falleció a los 31 años enfermo de SIDA, enfermedad que se había contagiado por compartir jeringuillas al inyectarse heroína, a la que era adicto.
Total, que esta tarde me he preparado mi copita de brandy y le he dado al play para disfrutar una vez más de Perros callejeros. La historia comienza con el Torete y su panda robando un coche para utilizarlo en sus tirones de bolsos. Luego lo de siempre, tiroteos y persecuciones. Eso sí, al llegar a casa, el dinero del botín es para la madre, una especie de ma Barker nacional que lejos de censurar las actividades de su hijo las alenta.
Pero el golpe no le ha salido tan bien al Torete por lo que acaban deteniéndole y tras algunas muestras de brutalidad policial –no olvidéis que estamos aún a finales de los 70- da con sus huesos en un reformatorio. Cuando sale se va al barrio y prosigue sus andanzas participando en robos, atracos, intentos de violación y más persecuciones. Y así va avanzando la película alternando detenciones, fugas del reformatorio y atracos con la peligrosa relación del Torete con Isabel -la chica de la que está enamorado pero que ya es novia de otro gitano- como telón de fondo de su vida en La Mina. Será precisamente su historia de amor con esta chica la que le acarreará más problemas y casi le causará la muerte.
En definitiva, que lo queramos o no –sobre todo los de mi generación- muchos estamos tan marcados por estas películas como por Heidi, Marco, Mazinger Z o Starsky & Hutch. ¿O es que ninguno de vosotros ha subido a un coche y le ha dicho al conductor aquello de “¡dále caña Torete!”? Yo sí. Recomendada 100% como fiel retrato de una época, aunque –como pasa con Pretty Woman- dudo que aún quede alguien en este país que no la haya visto.
Parece mentira piltrafillas, pero Perros callejeros se convirtió –con su retrato mezcla de denuncia y mitificación- en un enorme éxito de taquilla. No olvidéis que estábamos en 1977, pues bien, la película recaudó casi 168 millones de pesetas y sus protagonistas adquirieron una fama –el Torete llegó a aparecer en la portada de Fotogramas- que les hizo más mal que bien. Sin embargo, había quien no veía con buenos ojos ese estrellato. Vale que el entorno en el que se habían criado esos chicos –y muchos otros que no se dedicaron a delinquir, no lo olvidemos- no era precisamente envidiable pero pensemos que hubieron incluso muertes entre agentes de la ley y ciudadanos inocentes por culpa de las correrías de esos chicos, así que imaginad la poca gracia que les haría a sus amigos y familiares ver a los culpables regocijándose de ello en saraos y prensa. Yo mismo sufrí varios atracos de chicos de estos que en el mejor de los casos te abordaban preguntándote "¿Tienes cinco duritos?", lo que suponía que en pocos segundos ibas a tener que darles la cartera y el reloj.
El argumento de Perros callejeros era simple: mostrar el día a día de jóvenes delincuentes y de sus fechorías con el trasfondo de la droga y el sexo. Amiguitos, puro cine de serie B sensacionalista pasado por el turmix con algo de cinéma vérité y un lenguaje políticamente incorrecto, es decir, un producto destinado –en contra de la opinión de la crítica de la época- a convertirse en un referente para la sociedad del momento, que temía y se sentía ensimismada a partes iguales por las vidas sin freno de aqueños cachorros de clase baja, bajísima, que luchaban sin ética o moral alguna por las migajas de la vecina Barcelona que comenzaba su transición al bienestar tras años de dictadura. Lo dicho, que el tal Ángel Fernández alcanzó la fama y protagonizó varias películas más alternando su trabajo de actor con los atracos. En alguna ocasión De la Loma ha expresado su frustración por no conseguir que aquellos chicos dejasen la violencia. Según él, les llevaba a fiestas para que se codeasen con actores y viesen que podían aspirar a otra profesión –en realidad eran pésimos actores, no nos engañemos- pero el Torete y compañía preferían dar fiestas y gastar el dinero en droga y fiestas para sus amigos y amigas mientras seguían robando coches y comercios. Ángel Fernández Franco falleció a los 31 años enfermo de SIDA, enfermedad que se había contagiado por compartir jeringuillas al inyectarse heroína, a la que era adicto.
Total, que esta tarde me he preparado mi copita de brandy y le he dado al play para disfrutar una vez más de Perros callejeros. La historia comienza con el Torete y su panda robando un coche para utilizarlo en sus tirones de bolsos. Luego lo de siempre, tiroteos y persecuciones. Eso sí, al llegar a casa, el dinero del botín es para la madre, una especie de ma Barker nacional que lejos de censurar las actividades de su hijo las alenta.
Pero el golpe no le ha salido tan bien al Torete por lo que acaban deteniéndole y tras algunas muestras de brutalidad policial –no olvidéis que estamos aún a finales de los 70- da con sus huesos en un reformatorio. Cuando sale se va al barrio y prosigue sus andanzas participando en robos, atracos, intentos de violación y más persecuciones. Y así va avanzando la película alternando detenciones, fugas del reformatorio y atracos con la peligrosa relación del Torete con Isabel -la chica de la que está enamorado pero que ya es novia de otro gitano- como telón de fondo de su vida en La Mina. Será precisamente su historia de amor con esta chica la que le acarreará más problemas y casi le causará la muerte.
En definitiva, que lo queramos o no –sobre todo los de mi generación- muchos estamos tan marcados por estas películas como por Heidi, Marco, Mazinger Z o Starsky & Hutch. ¿O es que ninguno de vosotros ha subido a un coche y le ha dicho al conductor aquello de “¡dále caña Torete!”? Yo sí. Recomendada 100% como fiel retrato de una época, aunque –como pasa con Pretty Woman- dudo que aún quede alguien en este país que no la haya visto.
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