Este Domingo de Resurrección os quiero comentar una peliculilla que se aleje de las típicas de la época, como Ben-Hur, El evangelio según San Mateo o La túnica sagrada. Para ello, he escogido la coproducción italo-germana El placer de Venus, conocida también como Venere in pelliccia. Dirigida por el milanés Massimo Dallamano, conocido principalmente por haber sido director de fotografía de Sergio Leone, se basa en la novela La Venus de las pieles, de Leopold von Sacher-Masoch. Interpretada por Laura Antonelli, Regis Vallée, Loren Ewing o Renate Kasché, entre otros, se estrenó en 1969 en Alemania pero no pasó la censura italiana. A principios de los años 70 se intentó presentar una nueva versión, pero tampoco obtuvo el permiso de distribución. Finalmente se estrenó en Italia en 1975 con el título de La malizie di Venere, totalmente mutilada y con un argumento y montaje radicalmente diferentes a la original. En relación a ello, creo que la copia que he visto es una versión censurada de la película original porque el argumento cuadra, pero las escenas eróticas son tan infantiles que me extraña que la censura fuese tan férrea con ella durante seis años.
Sea como sea, El placer de Venus nos cuenta como Severin, un joven adinerado que pasa sus vacaciones a orillas del lago Lemán, cae enamorado de Wanda de Dunaleff, una modelo que llega a su mismo complejo hotelero de bungalows. Vemos como Severin la espía a través de un agujero en la pared de su habitación mientras la joven se dedica al fornicio con un empleado del resort y nos enteramos de que ya de pequeño había espiado a una de sus criadas disfrutando del sexo con el chófer de la familia. La mujer, al darse cuenta, le había pegado pero luego enternecida, le había abrazado para aplacar su llanto. Así, en la mente infantil de Severin, el dolor del castigo había quedado unido para siempre con el placer. Total, que Severin aborda a Wanda y le declara su amor, explicándole que este siempre es cosa de amos y esclavos, un juego de dominantes y un sumisos. La pareja inicia entonces una relación en la que Severin pide ser castigado y humillado, actuando como un sirviente o presenciando incluso como Wanda tiene sexo con otros hombres en su presencia. La situación llega a su límite cuando se instalan en una villa en la Costa Brava junto a dos sirvientas lesbianas y un día llevan a casa a un motorista que se instala en la casa sometiendo sexualmente, incluso con violencia, tanto a Wanda como a las criadas.
La verdad es que, vista en la actualidad, tanto la historia como la puesta en escena resultan de lo más pueril. Relaciones tóxicas y erotismo ya no escandalizan en absoluto. Por otra parte, la interpretación de Vallée y Antonelli tampoco es que sea para tirar cohetes. Así pues, la cinta queda relegada al cajón de esas obras de culto que hay que ver por las vicisitudes que pasaron en el momento de su creación más que por el valor final de las mismas. Entretenida y poco más.
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