lunes, 8 de febrero de 2016

Casa Batlló: Antoni Gaudí


Piltrafillas, no sé si a vosotros os pasa lo mismo o es cosa mía, pero la verdad es que me he dado cuenta de que en muchos aspectos, los foráneos conocen mucho mejor los monumentos de interés de la ciudad propia que uno mismo. Y no hablo de rincones que –como es natural– uno ya hace tiempo que ha descubierto y transita, me refiero a esos lugares de pago ante los que la imagen de turistas a docenas haciendo cola forma parte ya del paisaje urbano habitual. Quizás sea por ello que uno evita confundirse con los oriundos y convertirse en uno más de esos seres aborregados con mapa, botellín de agua y cámara de fotos que pululan por la ciudad. Total, eso ya lo hacemos cuando salimos al extranjero o visitamos localidades del resto del país. Esa es la razón por la que muchas veces, uno tiene menos información de su ciudad que los de fuera y esa es la explicación de que este que os escribe, con casi 49 años, aún no había visitado nunca la fantástica Casa Batlló. Ahí ha estado siempre, en el Passeig de Gràcia, como las farolas, las papeleras, la Casa Milà –otra que me espera– o los panots (*) que Gaudí diseñó precisamente para la Casa Batlló. Total, que el sábado por la tarde me dispuse a conocer de una vez por todas ese precioso edificio de Antonio Gaudí. La visita se inició ante unos mandriles elegantemente vestidos que declaraban su amor por mi y continuó al otro lado del paseo a través de las estancias de la casa, que –por cierto– fue construida sin plano alguno, con el arquitecto dando órdenes a los albañiles directamente, ayudándose de una maqueta de yeso modelada por él mismo que iba modificando conforme avanzaban los trabajos. Vamos, el sueño de cualquier jefe de obra. Y así, entre azulejos, motivos florales y marinos y maderas cálidas disfruté –como un turista más– de una agradable visita que he documentado para vosotros y tuvo su final degustando un estupendo Margarita, preludio de una romántica cena mexicana a la luz de las velas. 

(*) Por cierto, los panots son losetas de 20x20 cm que cubren cinco millones de metros cuadrados de Barcelona y de las que a principios del siglo XX se estandarizaron 5 modelos diferentes. Su utilización vino a remediar la anarquía que la pavimentación del ensanche barcelonés provocaba –cada vecino utilizaba el material que le daba la gana para cubrir los metros de delante de su portal– y los fangos que cubrían la ciudad, lo que dio como resultado una expresión que aún hoy en día emplean muchos catalanes de comarcas para referirse entre despectiva y humorísticamente a Barcelona: Can Fanga.

2 comentarios:

ÁNGEL dijo...

O sea, que uno ha estado una vez en Barcelona y ha visitado la Casa Milá y tú todavía sin pasar. Me pasmo. Lo que te (os) tira para atrás son los precios, qué coño, jajaja. Por cierto, de la casa Batlló hay una vista poco conocida desde el supermercado de la parte de atrás.

King Piltrafilla dijo...

¿Los precios?, que va. Piensa que a mi, por ser residente, me hacen precio especial. Los que os dejáis los euros extra sois los foráneos.