lunes, 14 de mayo de 2012

Cabezas de Hidra – Capítulo decimoctavo (III)


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Anders Olausson era un próspero y rico industrial noruego que había ayudado económicamente al régimen dictatorial del General Franco en los primeros años después de la contienda civil en España. Nacido en Oslo, gustaba de decir que su ciudad natal era Kristianía, el nombre de la capital hasta 1924, no se sabe si para despistar sobre su origen o para demostrarse conocedor de un dato que la gente, por lo general, no sabía.

Durante la ocupación nacionalsocialista de Noruega, la postura oficial de las autoridades del país en cuanto a mantener neutral a la nación, fue considerada por muchos como un simple encubrimiento de un colaboracionismo mal disimulado. Así, con intereses en la minería de plata, hierro y zinc, Olausson hizo una considerable fortuna como proveedor del III Reich. Luego, al finalizar la segunda Guerra Mundial, se vio abocado al exilio por lo que, tras un corto periplo por Europa, recaló en España al amparo de Francisco Franco. Éste, que no había olvidado el apoyo monetario de Anders al finalizar la guerra civil, le asignó una pensión vitalicia y le regaló una montaña situada en el término municipal de Sant Blai de Mar. La población estaba bien comunicada con Barcelona, pero suficientemente alejada para que la tranquilidad del noruego no pudiese ser turbada con facilidad. En lo alto de su, en realidad, pequeño monte, Olausson mandó construir una mansión de estilo inglés y se instaló en ella, rodeado de bosques y junto a su esposa y un reducido número de sirvientes.

A los tres años de su llegada a Sant Blai, la señora Olausson enfermó de pulmonía y acabó falleciendo después de varias semanas de sufrimiento. El servicio, que albergaba una especial aversión hacia su jefe, se despidió de la noche a la mañana dejando a Anders en la soledad de su mansión. En cuanto su hermana, soltera aun, se enteró del hecho, decidió acudir en ayuda de Anders y establecerse en España. De esa manera, una nueva etapa comenzó para la reducida familia formada por Anders , Frida Olausson, y una joven empleada que ésta última no tardó en contratar. Entre los ahorros que Frida había conseguido sacar de su país y la pensión que recibían del Estado español, los Olausson vivían con cierto desahogo y disfrutando de la más absoluta de las libertades.
Sin embargo, el carácter agrio de Anders, que se acrecentaba con la edad, provocaba cada cierto tiempo la renovación de la empleada de turno. Cierto día, la desgracia llamó de nuevo al hogar de los Olausson.

Anders, ya maduro, se obsesionó con la nueva sirvienta, una joven natural de Murcia llamada Pilar, que tenía novio en Sant Blai. Hasta el momento, la chica había conseguido capear el acoso al que la sometía su patrón, pero cada vez se sentía más incómoda. Pilar era algo bajita, con los pómulos sonrosados, de complexión delgada pero dotada de unas nalgas prietas y redondas. Olausson estaba preso de una irremediable fijación. Nunca había llegado más allá de algún pellizco, o de alguna furtiva palmada en el trasero, pero aquella noche, tras la ingestión de una excesiva cantidad de bourbon, Anders se abalanzó sobre su criada. Y, aunque se manejaba con torpeza por culpa del alcohol, era un hombre robusto, por lo que consiguió dominarla sin esfuerzo y violarla.


Cuando Frida se enteró de lo ocurrido, montó en cólera. Desaprobaba sobremanera el infame acto cometido por su indómito hermano, pero tampoco podía permitir que aquella fechoría llegase a oídos de las gentes de Sant Blai. Así pues, difundió el rumor de que Pilar les había abandonado como tantas otras empleadas y que no sabían cual era su nuevo paradero. Tal noticia sumió en la tristeza al novio de Pilar, quien inexplicablemente se creyó la mentira. En realidad, los Olausson confinaron a Pilar en una habitación del segundo piso de la casa. Poco después, por si a Frida le quedaba alguna duda sobre la conveniencia de lo que había decidido, se enteró de que Pilar estaba embarazada. La joven, devota católica, no pensó ni por asomo en abortar a la criatura y Frida no tuvo fuerzas para obligarla a ello.

Por consiguiente, nueve meses más tarde, en un parto asistido por la misma Frida, Pilar dio a luz a un niño. Sin embargo, poco después del alumbramiento, Pilar sufrió de unas abundantes hemorragias. Frida, en un principio, se apiadó de la joven e intentó solicitar la ayuda de un médico. Pero Anders no se lo permitió. Pilar murió, y sus restos fueron enterrados de noche en el jardín. Dos meses más tarde, Anders también perdió la vida, al ahogarse en el lago artificial que había construido en los aledaños de la mansión. Desde la muerte de Pilar había acusado un fuerte deterioro físico.
Aunque no lo había demostrado precisamente, lo cierto era que Anders se había enamorado de su empleada. Horas antes de fallecer, había estado bebiendo vodka y, al intentar darse un baño para despejar su embotada cabeza, después de resbalar con el musgo de la orilla, no había conseguido enderezar su cuerpo a tiempo y se había golpeado el cráneo con una piedra. Lo último que sintió antes de perder la consciencia para siempre fue el sabor del agua mezclada con su propia sangre, y un dolor punzante e insoportable que taladraba su frente.

A partir de ese instante, Frida decidió dedicar su vida al cuidado de aquel niño inocente, fruto de los abusos de su difunto hermano. Eso sí, lo continuó teniendo oculto, encerrado y a salvo de miradas extrañas y curiosas. Con la ayuda de un magistrado con el que Anders había mantenido una excelente amistad, falsificó una partida de nacimiento y le puso al niño los apellidos de su madre.

Pero los años pasaron, y Frida acumuló edad y cansancio, notando en su interior una fuerza invisible que la acuciaba para regresar a su Noruega natal. Así pues. cerró la mansión, no sin antes construir en las proximidades una pequeña cabaña para el chico, quien por desgracia no había disfrutado de un desarrollo psíquico correcto. Francisco era un borderline, alguien con una personalidad entre la normalidad más básica y la idiotez.

Reinstalada en Oslo, Frida, no obstante, se desplazaba a la mansión de Sant Blai un par o tres veces al año para llevar ropa y provisiones a Francisco, quien se acostumbró rápido a una vida más cercana a la de una alimaña que a la de un ser humano. Por otro lado, los gastos de electricidad, agua y gas se pagaban con cargo a la cuenta corriente en la que, contra toda lógica y después de tantos años de democracia, se seguía ingresando la pensión que Franco había dispuesto para Anders Olausson.

Ahora, mientras Shinichiro seguía estudiando los recortes de prensa sin imaginar la verdadera historia que se escondía tras ellos, Frida Olausson agonizaba en el hospital público de Oslo, en el número 40 de la calle Stor, un establecimiento menos exclusivo pero más barato que el resto de hospitales de la capital. No le quedaba mucho tiempo de vida. Su corazón, física y emocionalmente, estaba demasiado maltrecho

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