viernes, 11 de mayo de 2012

Cabezas de Hidra – Capítulo decimoctavo (II)


3

Cuando la mujer despertó, Shinichiro se le dirigió en voz baja, procurando no asustarla.
- Tranquila. Mi nombre es Shinichiro, y no le haré daño. ¿ Se encuentra usted bien ?
Gemma le miró sin demostrar emoción alguna.

- Le he traído su ropa -dijo él mientras le tendía la blusa-. Pronto refrescará. Debe ponerse esto, ... y esto.
Shinichiro se ruborizó cuando le entregó la braguita del biquini.
Gemma cogió la ropa y se abrazó a Shinichiro prorrumpiendo en un llanto desconsolado y amargo. Él la apretó contra su cuerpo y acarició sus cabellos sucios.
- Está bien -dijo-, desahóguese.

Cuando Gemma recobró algo de su serenidad perdida, le explicó al sorprendido Shinichiro, y sin ahorrar detalle, las razones que la habían llevado en compañía de Philippe a ese lugar, y lo que había ocurrido en la explanada.

Tras escuchar aquel relato lleno de buenos propósitos, Shinichiro se sintió enseguida identificado con Gemma. Comprendía perfectamente las ansias de aquella mujer por escapar de su pasado. Él tambien llevaba varios años con la acuciante necesidad de huir carcomiéndole el alma. Era cierto que nunca le había faltado nada, a excepción, claro está, de su familia, pero odiaba tener que sentirse agradecido de por vida a Zatoichi. Éste, sin duda, se había ocupado siempre de él y le había tratado como a un nieto, pero era un criminal al fin y al cabo.

Otro sentimiento que deseaba dejar atrás con todas sus fuerzas era la culpabilidad que arrastraba desde aquella fatídica tarde en la que asesinaron a su tía. Él solo era un crío, ¿ qué podía haber hecho en realidad ?. Sin embargo, aunque en ocasiones se había intentado convencer de lo contrario, no podía sustraerse a la idea de que, si en lugar de esconderse hubiese intentado hacer algo, quizá hoy su tía estaría con vida.

Absorto en sus pensamientos, Shinichiro observó como Gemma cubría su desnudez y se dio cuenta de que aquella ligera indumentaria era indicada para ir a la playa o para pasar un día en el campo, pero no estaba indicada para protegerla de la bajada de temperatura que con el ocaso iba a cernirse sobre aquellas montañas. Echó un vistazo alrededor y reparó en una pequeña cabaña de ladrillo situada entre los árboles, a poca distancia de donde se encontraban.

- Vas a coger frío -dijo, sin darse cuenta de que empezaba a tutear a la desconocida-. Vamos hacia aquella cabaña. A lo mejor encontramos alguna cosa útil.
Gemma miró el cuerpo del joven moreno.

- ¿ Le has matado tu ? -preguntó con cierto temor.
Se acababa de dar cuenta de que no conocía de nada a aquel joven de rasgos orientales que, de momento, se estaba comportando tan amablemente.
- No -respondió Shinichiro tomando aliento y disponiéndose a agarrar el cadáver por las piernas para arrastralo hasta la cabaña-, no soy ningún asesino.
Gemma asintió y le dedicó una sonrisa, aunque no pudo evitar pensar que, de ser un asesino, tampoco lo hubiese reconocido abiertamente.
- En realidad -prosiguió Shinichiro-, puede decirse que has sido tu la causante de su muerte.
Y le explicó las circunstancias en las que aquel pobre diablo había fallecido. Gemma no pudo reprimir un mohín de asco.

En pocos minutos, la pareja se encontró ante una rudimentaria vivienda. Si aquel había sido el hogar del difunto, éste no había disfrutado precisamente de una existencia lujosa. Dejaron el cuerpo delante de la cabaña y entraron atravesando el umbral, que carecía de puerta. Una bombilla desnuda pendía del techo de madera. Sobre una mesita de fórmica descansaba un viejo y destartalado aparato de radio Vanguard.



En un rincón de la única estancia que conformaban aquellas cuatro paredes había un catre, sobre el que descansaba un colchón sucio y casi podrido a causa de la humedad. Una pequeña cortina de plástico escondía el retrete. Shinichiro se preguntó para qué quería una cortina alguien que vivía solo y tan apartado de la civilización que no se había preocupado ni de dotar de puerta a su hogar. En el rincón opuesto al retrete se ubicaba la cocina y, sobre ésta, una solitaria estantería auxiliar encima de la que se amontonaban tres platos, dos vasos y dos cazos de acero inoxidable. En el fregadero, aun por limpiar, había otro vaso y una navaja.

Shinichiro volvió al exterior. En la parte trasera de la cabaña, bajo un rudimentario cobertizo con la techumbre de uralita, se apilaba una ingente cantidad de latas de conserva variadas. Semiescondida tras un montoncito de maderos, había una lata de gasolina aun por desprecintar. A su lado había un generador. Gemma cogió un taburete y salió también de la cabaña. Se acomodó frente a un enorme pino y dejó que la brisa la reconfortase.

- ¿ Has encontrado algo interesante ? -le preguntó a Shinichiro, que ya había regresado de la parte de atrás.
- No, pero es que tampoco buscaba nada en concreto. ¿ Te gusta la casa ?
- ¿ Qué dices ?, es horrible, y dentro el aire es sofocante.
- Voy a echar otra ojeada. Y no te quedes quieta, que cogerás frío.

Shinichiro entró de nuevo en la cabaña.
Junto a la mesita de la radio había un pequeño armario que, entre otras cosas, contenía una carpeta con documentos, recortes de periódico y fotocopias diversas. Shinichiro regresó afuera y se sentó en el suelo, junto a Gemma. Separó los diferentes papeles de aquel extraño dossier y comenzó a leer.
Al parecer, aquel desgraciado se llamaba Francisco Heredia Campos. Tenía veintinueve años, dos más que él, y no había tenido padre.

- ¿ Como dices ? -Gemma no entendió lo que Shinichiro, que iba anunciando en voz alta sus descubrimientos, había querido decir.
- Me refiero a un padre legal -dijo-. Aquí está la partida de nacimiento y el espacio de puntos que debía ocupar el nombre del progenitor está en blanco.

Al niño le habían sido impuestos los dos apellidos de la madre, el nombre de la cual apareció más tarde enmarcado en una esquela cuidadosamente recortada. Así pues, el desdichado no tenía parientes. Era, por lo tanto, un verdadero misterio saber quien le cuidaba proveyéndole de conservas y combustible. Por otra parte, la cocina era a gas, había agua corriente y la bombilla, aunque de poca potencia, daba luz. Entonces, ¿ quien pagaba los recibos ?. Quizás alguien del pueblo se ocupaba de Francisco.

Shinichiro estaba intrigado, pero no podía imaginar de ninguna manera la historia que se escondía detrás de aquel enigma.

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