Hoy hace diez años amiguitos. Estos días me acuerdo de que durante mi adolescencia me extrañaba que muchas de las personas de la generación de mis padres declarasen recordar perfectamente lo que estaban haciendo cuando asesinaron a Kennedy. Ahora puedo comprenderlos cuando afirmo que la mayoría de los de mi generación nos acordamos de lo que hacíamos cuando se produjo el atentado contra las torres gemelas del World Trade Center neoyorquino en 2001. Personalmente regresaba en coche de pasar tres días en el apartamento de mis padres en la Costa Brava cuando por la radio escuché en las noticias que una avioneta se había estrellado sobre una de las torres. Más tarde la avioneta se convirtió en un avión de pasajeros y poco después –cuando los locutores aún dudaban si se había tratado de un accidente o de algo peor- la noticia del impacto de un segundo aeroplano me dejó helado. Cuando llegué a casa no había nadie por la calle, era la hora de comer y los pocos que me encontraba se encaminaban a sus casas o a algún bar cercano con la cara desencajada por la noticia. Me acuerdo de subir a casa, encender la televisión y quedarme embobado ante ella dejando las maletas sin deshacer en medio del comedor. Diez años después siguen sin conocerse todas las claves de los tres ataques –las torres, el Pentágono y el vuelo 93 de United Airlines-, lo que a fecha de hoy sigue alimentando teorías conspirativas de todo tipo. Sea como sea, lo único cierto es que más de 3.000 personas perdieron la vida de manera horrible una mañana soleada de finales de verano de 2001 en nombre de la locura humana.
domingo, 11 de septiembre de 2011
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