- Sí, lo sé.
- ¿Y estás de acuerdo con la decisión?
- Si hubiese hablado con las autoridades, ahora Rabin estaría vivo.
Richardus meneó la cabeza en señal de desaprobación.
- ¿Y las teorías de Barry Chamish, las conoces?
- ¿Ese periodista?, no, no sé de qué me hablas –mintió Ben Hadad a la vez que echaba un buen puñado de pétalos de rosa en poco más de medio litro de agua hirviendo.
Al parecer el periodista estaba a punto de editar un libro –una copia de los borradores del cual ya habían pasado por las manos del Shin-Bet, que había decidido finalmente que era mejor dejar que aflorasen a la luz pública las reflexiones que en él se vertían antes que matar a Chamish- que no compartía la idea de la culpabilidad de Amir. Lo que sorprendía a Ben Hadad es que Richardus también conociese su existencia.
- Son muy interesantes –prosiguió-. Cuentan que nada de lo que se explicó a la opinión pública sobre el suceso fue real. Los informes forenses, la supuesta filmación fortuita del atentado, todo era mentira, parte de un complot muy bien urdido.
- ¿Y por quien, si puede saberse?
- Hay quien dice que por la izquierda, que de manera maquiavélica decidió involucrar a la derecha en un intento de asesinato del Primer Ministro Rabin. Así pues, reclutaron a un chalado, una especie de Lee Harvey Oswald particular, un fanático ultraortodoxo con pocas luces y fácil de manipular llamado Yigal Amir, a quien engatusaron. Se le explicó al joven que tenía que matar a Yitzak Rabin porque su política pacifista y de hermandad con Egipto eran una afrenta al pueblo de Israel, y se le proporcionó un arma y munición de fogueo. Evidentemente, Rabin debía salir indemne del atentado, pero claramente reforzado en su posición conciliadora y con suficientes argumentos para silenciar a los combativos halcones de la derecha reaccionaria. Sin embargo, el plan tenía grietas. La información, de alguna manera, se filtró a los adversarios políticos de Rabin y alguien, muy enfadado, no perdió demasiado tiempo en sacar beneficio de la situación.
El día del atentado, después de que se oyesen las detonaciones, Yitzak Rabin fue introducido en su coche totalmente ileso. Según las tesis defendidas por Chamish, existen diversos testimonios que aseguran que, además del conductor y el guardaespaldas, un cuarto hombre subió al automóvil. Cuando el vehículo llegó al hospital para, en teoría, dar mayor credibilidad a la mascarada, el Primer Ministro estaba herido de muerte.
- Bueno, bueno. Todo eso no son más que habladurías –dijo Ben Hadad, sacando los pétalos del agua y echando en ésta medio kilo de azúcar-, simples conjeturas, una ficción novelada que no tiene base ninguna, amigo mío.
- Por el amor de Dios –le interrumpió Richardus levantando la voz-, le estás preparando la comida a ese cuarto hombre.
Ben Hadad tuvo que hacer un esfuerzo para no desviar la mirada de los fogones.
Richardus dejó la botella de Kölsch vacía sobre uno de los mármoles. Se sentía mareado.
- Así he acabado Ben –dijo con un nudo en la garganta-, matando a los nuestros. Nada nos diferencia de los del otro bando. Por supuesto, dos meses más tarde el Mossad decidió contratarme –sin informaros a los del Shin-Bet- para asesinar en Bethlaya al dirigente de Hamas Yehie Ayashm ¿recuerdas?, le volé la cara con un teléfono bomba, y así tuve la oportunidad de sentirme redimido en parte. Pero ya no aguanto más. He llegado a la conclusión de que esta escalada de muertes sin sentido no nos va a llevar a ninguna parte, y este tren de destrucción y dolor que conducen de la mano la ira y la venganza no lo va a poder detener nadie. Hoy –mi hermano- he venido a pedirte, a suplicarte, que me ayudes a bajarme de él.
Su mentor no contestó. Inexpresivo, se limitó a esperar que el azúcar se disolviese y le añadió al jarabe los pétalos macerados en limón. Claro que estaba al tanto de los escritos de Chamish, y también había asistido a infinidad de reuniones para asesorar a sus colegas del Shin-Bet que durante meses habían investigado noche y día para dar con ese hipotético cuarto hombre. Al final, desde muy arriba, se había ordenado dar carpetazo a esa vía de investigación. Nunca supo el porqué, y ahora le duele en el alma conocer la verdad. ¿Como alguien que había participado a las órdenes de Golda Meir en las operaciones secretas de venganza por los asesinatos de la villa olímpica de Munich podía haber acabado haciendo algo así?
- Bien –dijo, como si la confesión de su amigo no hubiese tenido lugar-, quince minutos a fuego suave, luego otros quince a fuego fuerte vigilando que el jarabe espese pero no se queme, y ya tendremos preparado un delicioso dulce de rosas.
- ¿Me has escuchado, Ben Hadad Waitzmann?
- Sí, te he escuchado –contestó de inmediato, clavando sus ojos en los de Richardus.
- ¿Y...?
Ben Hadad le dio un golpe al mármol con el puño cerrado. Yitzak Rabin y su familia habían sido amigos personales suyos desde que llegó a Israel con sus padres. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora?. Una vez más, la naturaleza infame y cruel del mundo en el que discurría su existencia, ese universo de intereses políticos y económicos que poco tenía que ver con sus ideales de juventud, le estallaba en la cara. Respiró hondo y levantó la tapa de la cazuela grande para remover el pollo un poco más. El aroma a jengibre les inundó a los dos.
En una leyenda judía muy antigua se habla del Golem, un ser de barro al que se da vida por medio de un encantamiento, un hechizo. De ese personaje podemos encontrar referencias tanto en la Biblia como en el Talmud. El principal objetivo de esa criatura es la protección de la población hebrea, pero un día se vuelve contra su creador. Ahora, Ben Hadad, aquel que moldeó a Richardus, asiste a la rebelión de su particular Golem.
- Te ayudaré –dijo al fin-, pero ahora necesito que me dejes solo durante un rato. Tómate otra cerveza si quieres.
Cuando horas más tarde, bien entrada la noche, los dos amigos se despidieron con el estómago lleno, quedaron en reencontrarse dos semanas después.
Hoy, esas dos semanas había pasado y Richardus se presentaba puntualmente en la casita de la calle Yehuda Hayamit. Ben Hadad mantuvo las distancias, mostrándose amable pero evitando el contacto físico cuando acompañó a Richardus hasta su despacho.
- Siéntate –le dijo cordialmente, pero con un punto de distanciamiento.
- ¿Qué ocurre?, ¿hoy no me vas a ofrecer una cerveza?
Ben Hadad le miró con ojos tristes.
- Que torpe soy –exclamó con una sonrisa forzada-, a lo mejor es que interpreté el otro día que la cerveza ya no te sentaba bien.
Ben Hadad desapareció en dirección a la cocina. Richardus levantó la voz para hacerse oír por el anciano.
- Te equivocas, me sentó de perilla. Lo que no me sentó tan bien –añadió irónicamente- fue tanta nuez moscada en el pollo.
Ben Hadad hizo oídos sordos al comentario. ¿Quien era ese español engreído para criticar su plato?
Cuando regresó al despacho traía dos Ch’Tl y una gruesa carpeta que tendió a su antiguo katsa antes de tomar asiento junto a él.
- ¿Sabes? –dijo-, durante todos estos años he podido conocer como trabajas y, créeme, te has ganado con creces tu reputación. Muchacho, es como si hubieses nacido para esto. Y tu dedicación, profesionalidad, discreción y porcentaje de éxitos han sido la única razón por la que el Mossad te ha permitido alquilar tus servicios a otros, llamémosles clientes, fuera de Israel. Y en alguna ocasión, hace tiempo, me hablaste de tus pretendidos orígenes judíos, nunca probados, pero dados como auténticos. Pero, en el fondo, siempre he tenido curiosidad por saber como alguien de tus características, con una familia que te amaba y una vida feliz lejos de los peligros y preocupaciones de nuestra particular guerra, acabaste dedicándote a esto.
- ¿Has visto “Casablanca”? –preguntó Richardus.
Ben Hadad sonrió y se ruborizó ligeramente.
- No, y aunque no te lo creas tampoco he visto “Lo que el viento se llevó”.
- Pues resulta que en una escena, el personaje interpretado por Claude Rains le pregunta a Humphrey Bogart cómo es que ha ido a parar allí. Y Bogart, o mejor dicho Rick, le contesta que por problemas de salud, que ha ido a Casablanca a tomar las aguas. Rains, sorprendido, le dice ‘¿Las aguas?, si esto es un desierto’, a lo que el protagonista responde impávido, ‘Me informaron mal’. Pues eso es lo que me pasó, Ben Hadad. Puede decirse que a mi también me informaron mal.
- Si tú lo dices. Por cierto, debo comentarte que los de arriba se han enterado de tu deseo de romper la baraja.
Richardus miró fijamente a su amigo y asintió. La noticia no le sorprendió en absoluto.
- Que cosa más extraña, ¿no? –dijo mientras comenzaba a apartar las gomas elásticas que cerraban en dossier que Ben Hadad le había puesto delante.
- Alguien del ministerio –prosiguió el israelí- se ha ido de la lengua, y tus intenciones han trascendido. Para resumir. Hay quienes opinan que tu marcha supone un riesgo. Yo he intercedido por ti, dando mi palabra de que no hay nada que temer, pero no sé hasta que punto he logrado convencer a esas voces críticas. Sea como sea, mis antiguos contactos me han asegurado que, de momento, la orden de neutralizarte se mantiene en suspenso con carácter indefinido. Eso sí, antes de desaparecer deberás ocuparte de algo. No lo discutas, se trata de una condición sine qua non. Toda la información preliminar la tienes en la carpeta que estás abriendo. Aunque no te lo creas, yo no he querido leerla. Solo sé que es algo extremadamente delicado en lo que varios gobiernos pueden verse implicados. Es por eso que necesitan de alguien de probada eficiencia, pero al margen de cualquier organización estatal, que pueda ocuparse de organizar y coordinar la operación. Más adelante te entregarán el resto de las órdenes.
Richardus hojeó los recortes y memorandos del dossier. No parecía contener mucha información.
- Un cabeza de turco, vamos –exclamó resignado, pues sabía que poco podía hacer por eludir aquella velada orden si es que quería seguir con vida-. Por Dios, Ben, ya soy viejo. Incluso Clint Eastwood dejó de encarnar a Harry El Sucio cuando comenzó a hacerse mayor para el personaje. Y ya que estamos a punto de comenzar el último acto de esta comedia –añadió-, no me vengas con que tú solo me estás traspasando lo que te han contado. Tú no eres un simple agente, viejo y retirado del servicio, no lo has sido nunca ¿no es así?. ¿A cuantas bandas has estado jugando durante todos estos años?
Ben Hadad sonrió.
Miembro de Haganah en los orígenes del Estado hebreo, uno de los fundadores del Mossad, empleado en el Ministerio del Interior y agente de alto rango del Shin-Bet. Richardus tenía razón, ni era ni lo había sido nunca un simple funcionario. Pero era mejor dejar las cosas tal como estaban.
- A veces descubrimos ciertas cosas –y ahora no le hablaba a su amigo, sino al cuarto hombre del coche de Rabin-, aspectos de nuestros amigos que desconocíamos. Pero eso no significa necesariamente que nos hayan traicionado. Todo forma parte de este mundo de engaños en el que nos movemos.
- Ya veo –Richardus apuró su Ch’Tl-. Está bien, acepto el encargo. Lo cierto es que no tengo otra opción ¿verdad?. No sé muy bien de qué va la operación, pero te doy mi palabra de que haré lo que se espera de mi. En cuanto a mi nueva identidad...
- En realidad te he puesto en el dossier muy pocos datos de la misión, apenas unos detalles de lo que serán tus pasos iniciales –le interrumpió Ben Hadad-. El resto de la información te la darán en otra parte. Lo que tú deseas saber ocupa la mayor parte de lo que te he dado. ¿Ves ese sobre anaranjado?
Richardus lo sacó de la carpeta y extrajo con cuidado su contenido.
- Partida de nacimiento, pasaporte, permiso de conducir y tarjeta sanitaria. Te llamas Viktor Willis y naciste en Hannover. Los folios grapados contienen un resumen de lo que ha sido tu vida hasta hoy, convertido en un reputado cirujano plástico. Estúdialo todo con detenimiento.
- ¿Cirujano?, si no tengo ni idea de medicina.
- No importa. Hace cuatro años, una lesión en tu mano derecha te apartó del ejercicio de tu profesión por lo que te jubilaste anticipadamente gracias a un cuantioso seguro que cubría esa incidencia.
- No sé yo si...
- Confía en mi.
- Oye ¿y Viktor Willis? –preguntó Richardus arqueando las cejas.
- ¿No te gusta?, era un anciano que nos ayudó a mi y a mis padres cuando abandonamos Polonia huyendo de los nazis. Se trata de una especie de homenaje póstumo a su memoria.
Ben Hadad mentía. En realidad, Victor –con C- Willis era el nombre del vocalista negro que a finales de la década de los 70 había hecho el papel de policía de tráfico en el grupo musical de estética gay “Village People”. A Ben Hadad le encantaban esa clase de chistes, y lo que más le gustaba era guardárselos para él.
- Vaya, me siento honrado –dijo Richardus encogiéndose de hombros.
- Sabía que te gustaría, y más al conocer su origen.
Ben Hadad reía para sus adentros.
- Hay algo más que aún no te he contado –dijo Richardus al guardar el sobre en la carpeta con los detalles de la que tenía que ser su última operación.
Ben Hadad se mantuvo a la expectativa.
- Quiero que localices a mi hijo. En todos estos años no me he preocupado de saber si él o su madre seguían con vida. Es decir, sé que con cargo a los fondos reservados de alguna de las oscuras y numerosas partidas secretas del Pentágono, se sigue abonando mi nómina de Jefe de Ventas de Westinghouse a una cuenta corriente a nombre de Mariona Bas, mi mujer. Pero desconozco cualquier detalle sobre lo que ha sido de ellos.
- ¿Tan difícil era averiguarlo?
- No, lo sé, y quizás me equivoqué pero preferí no mantener vivo ese vínculo. Ahora, sin embargo, lo echo de menos aunque, por supuesto, sé que no sería justo irrumpir de nuevo en sus vidas.
- Bueno, en parte te entiendo pero ¿qué quieres que haga yo?
- Lo que quieras, sé que te encantan este tipo de retos. Yo no voy a salir a buscarles. Quiero desaparecer de verdad, no remover el pasado y vivir con cierta tranquilidad lo que me reste de vida. Pero, aunque quizás no lo merezca, me gustaría que mi hijo no me guardase rencor.
- ¿Y yo qué hago cuando le encuentre?, ¿le digo ‘perdona a tu padre chaval, pero te abandonó por una razón muy poderosa. Tenía que asesinar a terroristas y Primeros Ministros’?
- Nada de eso. Mi hijo nunca debe saber en qué he ocupado mi vida. Solo necesito que me cuentes si es feliz y que le hagas saber –y dejo a tu libre elección la manera en que lo hagas, aunque sea inventándote una de tus historias- que no tuve otra opción que marcharme de casa. Que entienda que ni él ni su madre tuvieron la culpa, pero que sintiéndolo mucho ese fue el único camino que pude tomar.
A Ben Hadad le había sorprendido esa especie de última voluntad de Richardus, pero éste tenía razón. Esa clase de retos le apasionaban.
- Pierde cuidado, ya pensaré en algo.
Los dos amigos se miraron en silencio durante un largo e intenso minuto en el que solo hablaron sus ojos.
- Este es el final, ¿no? –preguntó el mercenario.
Ben Hadad asintió.
- Ha sido un honor disfrutar de tu amistad, Benjamín.
- Siempre te tuve por un hermano, Jorge, un hermano de la lejana Sefarad, y tienes que saber que lamento y me alegro de tu marcha por igual.
- Lo sé. Seguro que de aquí a un tiempo, cuando todo se haya calmado, encontrarás la manera e localizarme y ponerte en contacto conmigo.
- Antes, mi buen amigo, dejaremos que los ecos de tu nombre dejen de resonar en Oriente próximo.
Se despidieron en medio de una profunda tristeza y, aunque ambos lo deseaban, no se abrazaron.
- Por cierto –preguntó Richardus antes de salir por la puerta-, cuando informaste a tus superiores de mi intención de abandonar el servicio, ¿no les dirías nada de lo de Rabin?
Ben Hadad le guiñó un ojo.
- Deja de beber cerveza –le dijo-, estás echando barriga.
A cincuenta metros, desde el interior de su Toyota Corolla de color gris marengo, el novato que este mes informaba de las idas y venidas de Waitzmann y sus visitantes, tomó la última fotografía de Richardus en suelo israelí.
3 comentarios:
Se despidieron en medio de una profunda tristeza y, aunque ambos lo deseaban, no se abrazaron.
·¡Mire Vd. que los machos somos "asin" de capullos!
Ja ja ja, hombre, sacado así de contexto, parece una novela de Corín Tellado para gays, ja ja ja.
JAJAJAJAJAJAJA!
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