Hoy es el Día Mundial de la lucha contra el SIDA. Afortunadamente ya no es cómo a principios de los 80, cuando ese nombre era sinónimo de muerte. La medicina ha avanzado muchísimo en la lucha contra esta enfermedad, pero aún falta bastante para llegar a la cura definitiva. Y –tal como la fantástica campaña publicitaria que acompaño expone-, el SIDA no es algo que les pase a los demás. Por suerte, aquel convencimiento erróneo de que se trataba de una efermedad de junkies y maricones pasó a la historia. Sí, es cierto, debido a las características de la propagación del virus, homosexuales promiscuos y drogadictos con hábitos de higiene deficiente han sido históricamente un tipo de población con alto factor de riesgo, pero también somos potenciales enfermos aquellos que necesitemos trasplantes o transfusiones, personal médico, los hijos de madres infectadas, las parejas heterosexuales de personas infectadas... cualquiera de nosotros puede un buen día –por accidente o por no contemplar las más elementales normas de profilaxis- contagiarse de esta enfermedad. El SIDA nos hace a todos igualmente vulnerables y por ello debemos –por una parte- apoyar la investigación que de una vez por todas consiga el remedio que lo pueda curar y –por otra- protegernos en lo posible ante el peligro del contagio. Amiguitos, sabéis que desde este púlpito virtual acostumbro a reírme de todo. Sin embargo, a veces es necesario ponerse serios.
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