Ahora le toca el turno a un nuevo ejemplo de arte aplicado a algo tan cotidiano como son los automóviles. En esta ocasión se trata del reconocimiento a la labor de otro de esos ingenieros que, más que crear un automóvil, alumbraron bellas esculturas sobre ruedas. Os hablaré hoy de Wilfredo Ricart, un nombre ligado a la marca del caballo alado, Pegaso.
Cuando en 1946 el INI decide crear una empresa (ENASA) para fabricar camiones en Barajas, se contrata a un ingeniero que ha tenido que abandonar su puesto en Alfa Romeo a causa del inicio de la contienda mundial. Lo primero que hace este hombre es poner de manifiesto que en Barajas no hay ni instalaciones ni mano de obra especializada -¿a quien narices se le ocurrió pues crear allí una empresa de estas características?- y recomendar la compra en Barcelona de la antigua factoría de Hispano Suiza.
Es en esa ubicación en la que ENASA produce un camión diseñado y desarrollado por Ricart que resulta ser todo un éxito y al que llaman Pegaso (aunque sus usuarios pronto le apodarían “mofletes” por la forma de su cabina). Sin embargo, el nombre del caballo alado gustó tanto que acabó denominando a toda la producción de ENASA. Pero Ricart venía del mundo automovilístico, y no paró hasta que las autoridades le permitieron comenzar a desarrollar un automóvil de altas prestaciones.
En resumen, que a principios de los 50 los modelos de Pegaso acudían ya a los más prestigiosos salones, concursos de elegancia y competiciones –en donde llegó a batir a Mercedes o Jaguar- a nivel internacional. No sé lo que pensaréis vosotros, pero a mi me parecen preciosos.
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