jueves, 9 de junio de 2011

Richardus VEINTICUATRO (I)

Veinticuatro


Junio de 2005

Estoy tumbado sobre la cama, leyendo el Stadt-Anzeiger en calzoncillos, cuando oigo el timbre de la puerta.
Hoy nos ha despertado Angus. Hay que ver lo que cuesta levantar a este crío los días de entre semana y conseguir que se asee y vista con cierta rapidez para llevarle al colegio, y lo poco que duerme los fines de semana. Total, que aún no eran las nueve y Hanna y yo lo teníamos en la cama, entre los dos, como a él le gusta. Por experiencia sé que, llegado ese momento, ya me puedo despedir de volver a conciliar el sueño por lo que he optado por vestirme y salir a la calle a buscar el periódico y algo para desayunar.
Cuando he regresado a casa, Hanna y mi hijo ya se habían levantado. Para ser exacto, Angus estaba sentado a la mesa mirando dibujos animados en televisión.
- Hace dos minutos que se ha quejado de que tenía hambre y estabas tardando demasiado- me cuenta Hanna.
- ¿Ah sí? –le pregunto fingiendo enfado. Pero está demasiado atento a las aventuras de las tortugas ninja mutantes como para seguirme el juego.
- Pues venga –le digo a Hanna mientras la beso-, siéntate tú también que ahora os traigo el desayuno.

Poco después estamos los tres tomando el primer bocado del día. Un par de rebanadas de pan moreno con margarina y mermelada acompañadas de un café con leche en el caso de Hanna, una caótica mezcla de croissant, mantequilla de cacahuete, queso para untar, mermelada de fresas y zumo de manzana para Angus, y un bocadillo de sardinas en conserva con rodajas de tomate para mi. Ah, y una Kölsch fresquita. Debo decir en mi descargo que Hanna me ha puesto a régimen y el sábado es el único día que me permito estos excesos.
Después de desayunar me he puesto cómodo –lo que para mi significa andar por casa en ropa interior- y he fregado los platos. Luego, mientras adecentaba un poco la cocina y las habitaciones, Hanna ha quitado el polvo de los muebles del comedor y ha fregado el cuarto de baño. Mientras, ajeno por supuesto a nuestras actividades, Angus ha seguido pegado al televisor. Y eso ha durado hasta que su madre le ha hecho vestir para ir a visitar a su abuela y comer con ella. Hanna me comentó ayer sus intenciones y me preguntó si tenía ganas de ir –a lo que le contesté que ni pizca-, y si tenía inconveniente en que se llevara a Angus. Evidentemente le respondí que podía hacer lo que quisiera. Y como tenía la idea de pasarse más tarde por el Köln-Arkaden para comprarle a nuestro hijo algo de ropa, a mi se me ocurrió que podía telefonear a Jörg para invitarle a comer y aprovecharme de su inteligencia.
Ya había pasado un mes desde nuestra excursión familiar al Brocken, y yo llevaba demasiado tiempo ya evitando afrontar la secreta información que por correspondencia me había enviado aquel anónimo ser que desde hacía años se dirigía a mi con intenciones poco diáfanas. Jörg, como es natural, no tuvo ningún problema en aceptar mi invitación. Y yo encantado de ello. Lo cierto es que bastantes problemas tiene Hanna con su trabajo y con soportar mis continuos cambios de humor como para que, además, la haga partícipe de todo lo que pasa por mi cabeza en relación a este tema. Sin embargo, mi amigo siempre ha estado ahí, ejerciendo de perfecto y resignado apoyo.
Cuando abro la puerta, Jörg está al otro lado, sonriendo y levantando –a modo de saludo- su mano derecha con los dedos índice y meñique haciendo el símbolo del diablo.

- ¿Como va? –me pregunta a gritos desde el rellano de la escalera.
- Baja el tono de voz –le contesto, estirando de su antebrazo para hacerle entrar en casa.
- ¿Qué dices? –pregunta mientras se quita los auriculares de los oídos y apaga su reproductor mp3.
- ¿Qué decías? –repite, ahora en un volumen más acorde con lo que es normal entre dos personas que se encuentran próximas la una a la otra.
- Que no gritases, que los vecinos no tienen por qué saber que ya has llegado –le digo jocosamente.
- ¿Cómo que no?, así sabrán que tienes un amigo y dejarán de comentar que eres un escritor solitario y huraño que se pasa el día separado de su familia.
- Muy gracioso. Anda, siéntate.
- Gracias. Oye, ¿así que recibiste otra postal?
Ayer, al telefonearle, le comenté a Jörg que había recibido una postal relacionada con mi padre y que quería que me ayudase a encontrarle explicación a ésta, pero no entré en detalles.
- Fue el día en que regresamos del Brocken y, en realidad no es solo una postal, hay más cosas. Ahora te las traigo. ¿Quieres beber algo?
- No, aún no. Luego quizás.

Cuando le muestro a Jörg la postal y la copia del mapa, deja escapar un silbido.
- Vaya, vaya –me dice arqueando las cejas y examinando la ilustración-, este tipo es cada vez más críptico.
- ¿Y tú cómo sabes que es un hombre? –le digo, dándome cuenta de que es algo sobre lo que nunca hemos dudado y de lo que ahora soy repentinamente consciente de que, en verdad, no tenemos ninguna razón para no suponer lo contrario.
- Pues no sé –me contesta sin darle demasiada importancia a otra opción-, ¿importa mucho en realidad?
Sin contestarle, viendo que escudriña la postal, me dispongo a decirle que se trata de un cuadro de Rembrandt.

- Es “La resurrección...”
- “de Lázaro” –me corta-, lo sé. Y seguro que no se trata de una casualidad. El que sea esta obra y no otra tiene por fuerza que querer decir algo. ¿Y esto?
- Un mapa, aunque supongo que también te habrás dado cuenta.
- Ya veo –dice, sin que parezca advertir mi sarcasmo y sin despegar los ojos de aquel plano de calles, plazas y avenidas-, y tiene unos puntitos marcados.
- Los he visto. Son tres en total, y marcan la ubicación de la Catedral, una comisaría y un cementerio. ¿Se te ocurre que pueden querer significar?
- Pues no, al menos no ahora. A ver, tenemos un cementerio y la postal de la resurrección. Eso puede indicar que alguien que estaba enterrado ahí ha regresado a la vida, cosa poco probable, pero que echándole un poco de imaginación puede ser una referencia a tu padre. Yo diría que podría tratarse de la confirmación de que aún sigue vivo.
- Sí, yo también lo he pensado, ¿pero cual es el significado de la Catedral y la comisaría?
- Ni idea. Lo único que se me ocurre que tenga relación es tu novela, pero no veo cómo encaja en este enigma.
- Además –le aclaro-, solo Hanna y tú sabéis de la existencia de los borradores de mi novela, así que olvídalo. Si existe alguna relación entre el Dom y mi padre, no es mi libro. Por otro lado, ¿qué pinta la comisaría?. Estamos como al principio.


Jörg se queda pensativo un buen rato, con la vista clavada en el mapa, hasta que de pronto me mira y exclama:
- ¡Estoy muerto de hambre!
Me quedo mirándole por espacio de unos segundos, antes de hablarle simulando haberme enfadado.
- ¿Nadie te ha dicho nunca que eres un capullo?
- Cada día –me contesta con insolencia, dibujando círculos con el índice sobre su sien derecha- pero, ya sabes, son gente enferma, no hay que hacerles mucho caso.
- Comprendo. Está bien –le digo resignado-, voy a hacer la comida.
- Yo buscaré en el google, a ver si encuentro algo que tengan en común esos tres lugares.

Dejo a Jörg devanándose los sesos intentando averiguar que tipo de mensaje se oculta en aquella fotocopia del mapa de Colonia, preparo una picada con unos cuantos dientes de ajo y abundante perejil. Entonces, en un cazo al fuego, echo una botella de vino blanco y añado la picada. Cuando arranca el hervor, tiro unos langostinos y los dejo cocer a fuego suave. Mientras tanto, pongo pan de molde a tostar. Aparte, hago una mezcla con atún en conserva, rodajitas de pimientos jalapeños picantes, cebolla finamente picada y salsa mahonesa. Cuando las tostadas están en su punto, extiendo la pasta sobre ellas y tiro unas gotitas de tabasco por encima antes de disponer en lo alto una buena loncha de queso para fundir. Por último, pongo las tostadas –las cuatro que he preparado- a gratinar en el horno. Cuando las saco, es el momento de retirar también los langostinos del fuego.
En el comedor, Jörg continúa buscando en internet las claves del mensaje.

- Déjalo –le digo-, y vente a comer que esto hay que tomarlo caliente.
Jörg se levanta del ordenador y se acerca a la mesa.
- No he sido capaz de encontrar nada –me dice-. Oye, qué buena pinta tiene eso, ¿qué es?
Jalapeños melting tuna –le contesto-, un plato que unos norteamericanos que vi en un documental sobre inmigrantes que vivían en Alemania les preparaban a sus invitados. Y los langostinos son una creación de mi madre.
- Pues también tienen muy buena cara, sí señor. Bueno –prosigue sentándose a la mesa-, lo que te decía, nada de nada. Eso si exceptuamos que hace dos años un agente de la comisaría de Bismarck Strasse encontró a una prostituta muerta de sobredosis en el Melaten, y que hace tres meses, cuando aquellos estudiantes de Arquitectura se manifestaron ante la Catedral para protestar por el atentado estético que según ellos supone la Hauptbahnhof junto al Dom, las autoridades tuvieron que enviar patrullas de refuerzo a la zona, una de las cuales era precisamente de esa comisaría. Eso es todo lo que he podido encontrar, y creo que haremos bien en obviarlo, ¿no te parece?

Durante un buen rato, Jörg y yo disfrutamos de la comida y nos dedicamos a hablar de la proximidad de las vacaciones de verano. Él me cuenta que seguramente se trasladarán a Zandvoort, en Holanda. Yo, por mi parte, le cuento que iré a España, concretamente a un camping cercano a la población cántabra de Potes, en pleno valle de Liébana a los pies de los macizos montañosos de los Picos de Europa, y que le he pedido a mi madre que pase unos días con nosotros por lo que antes me detendré en Barcelona para recogerla. Y así, charlando distendidamente sobre estos y otros temas de carácter más prosaico, llegamos al final de la comida.
- Estaba todo delicioso –exclama Jörg a la vez que se propina unas palmaditas en el estómago-, como siempre que cocinas tú.
- Gracias –le digo satisfecho-. En realidad no tenía ninguna complicación, pero siempre es de agradecer que alaben las dotes culinarias de uno.
- Ya sabes que yo siempre lo hago.
- Lo sé.
- Oye, y siento no haberte sido de mucha ayuda.
- Todo lo contrario Jörg. Si no fuese por ti, que me apoyas en estos momentos en los que ando un poco perdido, creo que aún me sentiría peor.
- Hombre, yo creo que Hanna te ayuda mucho.
- Por supuesto, me ayuda muchísimo, no me entiendas mal. Pero precisamente por eso –le aclaro-, si no pudiese confiar en ti, me guardaría muchas cosas para no agobiarla más. Así que no te imaginas lo que agradezco tu ayuda en todo este lío.
- Bueno, bueno –dice, incómodo con los halagos-, tampoco es que haga gran cosa. ¿Ya has pensado en lo que harás tú a partir de ahora?
- No sé –respondo-, supongo que esperaré a que quien sea me envíe otra postal. Lo que voy a hacer antes que nada es tirar el puto mapa y dejar de mirarlo como si estuviera buscando el tesoro de los...
- ¿Cómo has dicho? –me interrumpe.
- ¿Qué he dicho de qué?
- Has dicho que buscabas un tesoro –exclama sonriendo, con un destello en los ojos que me indica que algo se ha encendido en el cerebro de mi amigo.
- Sí, iba a decir el tesoro de los Mayas.
Jörg se levanta apresuradamente y va a sentarse de nuevo ante el ordenador.

- Acabo de recordar algo que aprendí hace años. Mientras busco una cosa, tú trae un lápiz y una regla. Si no voy errado, podrás trazar una línea recta que una los tres puntos marcados en el mapa.
Intrigado, voy a la habitación de Angus y busco lo que Jörg me ha dicho. De regreso en el comedor, cojo el mapa y constato que –efectivamente- los tres puntos están alineados, algo que ahora resulta obvio a primera vista pero que no sé por qué se nos había pasado a los dos.
- Es cierto –le digo excitado-, puedo unir con una línea los tres puntos.
- Pues coge la regla y dibuja esa línea, prolongándola a lo largo del mapa. Ya casi tengo lo que buscaba.

3 comentarios:

Lai dijo...

...Durante un buen rato, Jörg y yo disfrutamos de la comida y nos dedicamos a hablar de la proximidad de las vacaciones de verano...
· No tengo ni putas de en que dirección moveré mi culo este año...

King Piltrafilla dijo...

Ni yo. Querría Londres, pero es demasiado caro. He mirado Lisboa, pero me pregunto qué coño hay allí pa ver. También he mirado Amsterdam, pero no sé, no sé. El resto de capitales o ya las he visto o también son caras.
Me parece que el problema es que no tengo posibles.

Lai dijo...

Pues semos unos cuantos...