sábado, 5 de febrero de 2011

Richardus UNO (I)

A mi padre, que no conoció a Fructuoso.


“Las religiones, como las luciérnagas, necesitan de la oscuridad para poder brillar”.
Arthur Schopenhauer




Uno


Octubre 1962

- ¿Qué hora es? -preguntó uno de los dos hombres, el que vestía de manera más elegante, a la vez que se frotaba las manos atenazado por un creciente e incontrolable nerviosismo del que, sin embargo, apenas era consciente.
- Son, déjame ver, las siete menos cuarto –contestó el otro después de consultar por tercera vez en pocos minutos su viejo Ebel de pulsera, una antigualla heredada de su padre, que tenía la corona surcada por mil y un arañazos pero que, no obstante, seguía funcionando como el primer día.

Enrico Mattei, que en realidad no había prestado demasiada atención a la respuesta, se mordió el labio inferior, asintió y echó una fugaz mirada a las nubes que se agolpaban en el exterior semejando algodones azucarados de feria.
- Ya hace más de una hora que hemos despegado de Catania –aseguró sin poder disimular su creciente desasosiego-, ¿cómo es que aún no hemos tomado tierra?

William McHale, el joven director de la oficina en Roma de la revista Time, se encogió de hombros. Al periodista no se le escapaba que la angustia que parecía sentir su poderoso amigo no se debía únicamente al solo grave en apariencia retraso que sufrían. Hacía semanas que Mattei acusaba cierta desconfianza hacia todo el que le rodeaba. Eso le incluía a él por lo que, aún conociendo aquella cita de nosequién que dice que aunque seas paranoico, eso no significa que no vayan a por ti, intentó sosegarle.
- Venga Enrico, relájate un poco. Sabes mucho mejor que yo que en ocasiones el viento juega en contra de los viajeros con demasiada prisa.
El norteamericano abatió entonces un pequeño panel situado ante su cómodo asiento, dejando al descubierto un portabotellas. Dudó por unos instantes qué bebida escoger y, finalmente, se sirvió una generosa copa de Otard. Media Italia seguía durmiendo, pero ello no parecía ser un impedimento para que el pelirrojo hombretón comenzase su ingesta diaria de alcohol.
Mattei, que continuaba intranquilo, pulsó un botoncito carmesí que sobresalía levemente de debajo de la base del reposabrazos de su butaca. Luego levantó ligeramente el mentón antes de hablarle al aire elevando su tono de voz.
- ¡Irnerio! –llamó-, ¿cuanto falta para Milán?
El intercomunicador camuflado en lo alto de la bóveda del pasillo de cabina captó sus palabras y pocos segundos después, del altavoz brotó un pequeño chasquido seguido por la respuesta del piloto del MS760 acompañada de un molesto zumbido provocado por la electricidad estática.
- Muy poco, Señor. De hecho, estaba a punto de comunicar nuestra posición a la torre de control de Linate.
- Bien -respondió Mattei, al que parecieron reconfortar las palabras de su piloto–, avíseme si ocurre algo.

McHale, que había estado atento a la breve conversación y hojeaba un ejemplar de Playboy del mes de Marzo, se preguntaba qué era lo que agobiaba a Enrico. Sin embargo, intentó quitar hierro a la situación.
- ¡Dios del cielo!, ¿has visto que par de melones? –le espetó a su amigo mientras desplegaba el póster central y giraba la revista para mostrárselo-. Pamela Anne Gordon, pone aquí que se llama. ¿No se te pone dura sólo con verla?
Pero McHale sólo obtuvo de Mattei una extraña mueca que, en realidad, había querido ser una sonrisa de compromiso. Evidentemente, no era el momento para comentarios de ese tipo así que el periodista volvió a clavar sus ojos en los inmensos pechos de la playmate. Enrico no se había sentido turbado en absoluto por la visión de aquel cuerpo, sin embargo el empresario no estaba enfadado. Al contrario. Había advertido las intenciones de McHale y su intento por animarle, por lo que se liberó del cinturón y se levantó de su asiento para acercarse al de su amigo.
- ¿Qué estás bebiendo? –preguntó algo distraído y sin esperar realmente una respuesta.
- Coñac. Venga, siéntate a mi lado y deja que te sirva uno.
Mattei aceptó con desgana y se dejó caer cabizbajo junto a McHale.
- ¿Te ocurre algo Enrico? –le preguntó mientras le tendía una copa-, ¿algo que quieras contarme?. La verdad es que nunca te había visto así. Demónios –añadió-, no es la primera vez que haces este trayecto.
- No, eso es cierto –contestó el presidente del ENI, siglas de Ente Nazionale de Idrocarburi, el monopolio estatal italiano del petróleo-, pero algo aquí dentro –dijo después de apurar su Otard de un solo trago y mientras se golpeaba el pecho con su índice izquierdo- me dice que el vuelo de hoy va a ser diferente.



- Atención SNAM1 –crujió el altavoz de cabina-, aquí control de Milán Linate, confirme su posición.
- Al habla el Mayor Bertuzzi –respondió el piloto con la tranquilidad que proporciona la experiencia y el haber repetido decenas de veces las mismas palabras-, nos encontramos a unos dieciséis mil pies ejecutando maniobra de aproximación. ¿Qué visibilidad tenemos hoy?
- Poco más de un kilómetro a pie de pista, Mayor –contestó una voz anónima desde la torre de Linate con el mismo tono de cotidianeidad basado en la rutina.
Mattei, que había asistido atentamente, y ralentizando su respiración, a las palabras que salían del altavoz, se arrellanó en su asiento.

Un par de minutos después, mientras los dos únicos pasajeros del birreactor miraban en silencio a través de los ventanucos del aparato y McHale creía identificar en unas esponjosas nubes a su derecha a las enormes tetas de Pamela Anne Gordon, el Mayor contactó de nuevo con su desconocido interlocutor en la torre.
- Atención Linate, bajamos hasta dos mil pies. Tiempo previsto para tomar tierra –Bertuzzi caviló durante unos segundos- de minuto a minuto y medio. Cierro.

3 comentarios:

klimtbalan dijo...

A las foras que zon, bejor be aguesto y bañana guelbo

King Piltrafilla dijo...

No hay prisa, ya ve que la propuesta no ha obtenido el eco deseado. Ya lo dice el Ministerio, en este país no se lee, ja ja ja.

Lai dijo...

- ¡Señora por Dios! ¿Que horas son estas? creo que ve Vd. doble letra debido a que no lleva lentes...