Es un sábado de Diciembre, hace sol y el aire no es demasiado frío. Subo hasta lo más alto del Turó de la Rovira atraído por la estampa de las viejas baterías de defensa antiaérea del búnquer entre Can Baró y el Carmel, un lugar en teoría protegido por la Ley 16/1985 sobre el Patrimonio Histórico Español en el que -los días sin contaminación- la vista abarca desde el Maresme hasta el Garraf pero en el que la basura, los restos de botellas, los cascotes y los hierbajos rodean unas edificaciones en ruinas ocultas tras los graffiti. Se trata de un mirador privilegiado a pocos minutos del tráfico, una zona perdida en el tiempo en la que durante cuarenta años se asentaron las chabolas de la inmigración y que en la actualidad sigue afectada por el proyecto eternizado de los Tres Turons.
Así pues, este depauperado entorno que nadie desde los estamentos oficiales ha luchado por conservar dignamente aparece ante los ojos de aquellos que se aventuran a buscarlo –el acceso es complicado e inseguro- sucio y maloliente, negando a la ciudadanía de una parte de su historia. En la actualidad, los búnquers del Turó de la Rovira siguen a la espera de que Parques y Jardines y una nueva contrata del servicio de limpieza incluya el lugar en su ruta, de que el problema entre la administración y las asociaciones vecinales –incómodas ante el plan que pretende unir la Creueta del Coll, el Guinardó, el Turó de la Rovira, el Carmel y Park Güell y que pasa por la destrucción de hogares y realojo de habitantes- entre en vías de solución y de que el Museu d’Història de la Ciutat lleve a cabo su plan de museización del espacio. Demasiadas partes que deben ponerse de acuerdo y demasiado dinero necesario para todo ello.
Mientras tanto, algunos como yo seguirán pisando el lugar en el que mirando hacia el horizonte podrán imaginar los cañones Vickers apuntando a las escuadrillas fascistas en su vuelo desde Mallorca y en el que los restos de azulejos de diferentes tipos que aún pueden verse en algunas porciones de cemento dan testimonio de un pasado no tan lejano en el que familias que habían dejado atrás sus raíces decidieron establecerse en un lugar tan inhóspito como privilegiado.
Así pues, este depauperado entorno que nadie desde los estamentos oficiales ha luchado por conservar dignamente aparece ante los ojos de aquellos que se aventuran a buscarlo –el acceso es complicado e inseguro- sucio y maloliente, negando a la ciudadanía de una parte de su historia. En la actualidad, los búnquers del Turó de la Rovira siguen a la espera de que Parques y Jardines y una nueva contrata del servicio de limpieza incluya el lugar en su ruta, de que el problema entre la administración y las asociaciones vecinales –incómodas ante el plan que pretende unir la Creueta del Coll, el Guinardó, el Turó de la Rovira, el Carmel y Park Güell y que pasa por la destrucción de hogares y realojo de habitantes- entre en vías de solución y de que el Museu d’Història de la Ciutat lleve a cabo su plan de museización del espacio. Demasiadas partes que deben ponerse de acuerdo y demasiado dinero necesario para todo ello.
Mientras tanto, algunos como yo seguirán pisando el lugar en el que mirando hacia el horizonte podrán imaginar los cañones Vickers apuntando a las escuadrillas fascistas en su vuelo desde Mallorca y en el que los restos de azulejos de diferentes tipos que aún pueden verse en algunas porciones de cemento dan testimonio de un pasado no tan lejano en el que familias que habían dejado atrás sus raíces decidieron establecerse en un lugar tan inhóspito como privilegiado.
4 comentarios:
Muy bonito documento, le felicito. Por cierto me imagino que sabe que significan las Vans colgando.
Pues la verdad es que no. Obviando que se trata de una moda copiada de los Estados Unidos, he leído diversas interpretaciones de su significado por lo que ignoro la real. ¿Quiere ilustrarme usted?
Yo creo que es una guarrada, como lo de los candados!!!!
Buenas imágenes. Esta vez si. ¡Felicidades!
:-P
Publicar un comentario