Último día completo en Helsinki y otra mañana que dedicamos a visitar una
isla, la de Seurasaari. Más a tomar por culo que el monumento a Sibelius, esta
vez sí decidimos desplazarnos en transporte público, concretamente con el autobús
24. Con edificaciones antiguas típicas de toda Finlandia a modo de museo al aire
libre, además cuenta con preciosas y acogedoras playas y en sus frondosos
bosques residen numerosas ardillas y aves. Como cosa curiosa –al menos para un
tipo de ciudad como yo–, vi tantos pajarillos revoloteando y cantando
alegremente que me puse con los brazos en cruz e imité su sonido. Para mi
sorpresa, numerosos gorriones se posaron sobre los dedos de mis manos sin el más
mínimo temor. Una tontería, pero en esos instantes me sentí muy feliz y
relajado, qué queréis que os diga.
Después de comer un buen solomillo y hacer un poco de siesta, tocó paseo por Kamppi y los alrededores de la Esplanadi dedicados a visitar la Biblioteca Central de la Universidad de Helsinki –yo no entré ya que me parecía una pérdida de tiempo aunque sea la mayor de todo el país o arquitectónicamente tenga una bonita distribución– y a caminar hasta la isla de Tervasaari para dar cuenta de una cerveza de despedida al atardecer antes de emprender regreso a la Plaza de la Estación para cenar y poner el punto final a nuestra estancia en la capital finlandesa. Por cierto, el tranvía blanco es un pub sobre raíles pagado por la marca de cerveza Koff.
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