Piltrafillas, tener que regresar al aeropuerto tras casi una hora de vuelo por habernos quedado sin radar meteorológico, volar en círculos una hora más para gastar combustible, emprender viaje de nuevo y llegar pasadas las 0:00 h a una ciudad fría, vacía y con todo cerrado no es la mejor manera de comenzar unas vacaciones. Sin embargo, una semana antes de decidirnos por hacer este viaje no sabíamos si este verano tendríamos que conformarnos con pasarlas al abrigo del aire acondicionado y visitando ciudades virtualmente con el canal Viajar. Así que, una vez en Helsinki, era cuestión de encarar con positividad y alegría la semana que estábamos a punto de pasar en familia desconectando del estrés y la ansiedad.
Por si alguno de vosotros se anima, lo primero que hay que tener claro es que en Helsinki no hay nada que ver. Eso sí –pese a ser un arma de doble filo ya que tiene un clima cambiante y anárquico–, lo bueno es que aunque se visite en agosto no se pasa calor. Otra cosa es el bochorno que la alta humedad a veces provoca. O sea, que sí, que tiene cosas bonitas y nos lo pasamos muy bien, pero si hay capitales con barrios interesantes, monumentos y rincones por ver que a veces necesitas más de una semana para abarcar, definitivamente la capital de Finlandia no es una de ellas. En dos días –y nosotros estuvimos tres– hay tiempo de sobra para ver todo lo interesante, evidentemente sin entrar en museos que es donde se invierten horas.
En esta primera entrada tenéis algunas imágenes de edificios de Helsinki, el parque Esplanadi o la Catedral, icónica en su aspecto exterior pero sin ningún interés en el apartado de decoración interna, un rasgo del luteranismo. Tambíen hay vistas de la Plaza del Mercado, el puerto y de la imponente catedral ortodoxa Uspenski, de ladrillo rojo, en lo alto de la isla de Katajanokka.
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