domingo, 24 de agosto de 2014

Judex


Comienzo el apartado cinematográfico dominical con la estupenda Judex de Georges Franju. Estrenada en 1963, fue un encargo de Jacques Champreux a su idolatrado Franju para llevar a la pantalla de nuevo al personaje de Judex, creado por el abuelo del primero –el realizador Louis Feuillade- y Arthur Bernède. Al parecer, en un principio Franju no estuvo mucho por la labor. Admirador de Feuillade – director de cine autor de numerosos largometrajes folletinescos que también había llevado a la pantalla en varias ocasiones a Fantômas-, estaba mucho más interesado en la revisión de dicho personaje creado por Marcel Allain y Pierre Souvestre que en el poco atractivo Judex. Sin embargo, la unión de la historia del personaje original con la visión de Franju y Marcel Fradetal –su habitual director de fotografía- dieron como resultado una más que notable película que, si bien no será recordada como la mejor de la filmografía del francés, contiene varios elementos que la hacen mítica e inolvidable. 


La historia que la cinta nos cuenta es la de Favraux, un banquero osuro y vengativo sin el más mínimo escrúpulo que al negarse a ceder a los requerimientos de un tal Judex -quien le exige que devuelva su fortuna a los legítimos propietarios de la misma- es secuestrado por el mismo después de que todos sus allegados crean que ha fallecido. A partir de ese instante, la hija de Favraux se convertirá en la nueva propietaria del banco aunque su buen corazón propiciará que Judex caiga enamorado de ella, involucrándose en una trama en la que aparecerán unos hermanos misteriosos y un detective inepto. En resumen piltrafillas, Judex es un compendio de argumento novelesco, trampas de guión inverosímiles, amor, muertes trágicas, un humor que en ocasiones no era buscado, futurismo –esa guarida ¡con circuito cerrado de televisión!-, imágenes de gran fortaleza visual como la de la monja tirada en la carretera con esa cruz que evoca la daga que utiliza –puro fetichismo-, la pelea entre el bien y el mal en el tejado –uno de blanco y otro de negro- y algunas escenas inolvidables como la del baile de máscaras plumíferas. Ah, amiguitos, y música del gran Maurice Jarre. No os la podéis perder.

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