domingo, 3 de agosto de 2014

Andrew Blake


Piltrafillas, no hace mucho uno de vosotros –you know who you are- me comentó vía mensaje privado en Twitter lo interesantes, excepcionales y poco menos que imprescindibles que eran las obras de Andrew Blake, un multipremiado y respetado realizador norteamericano de cine para adultos –vamos, lo que toda la vida se había llamado porno- que inició su carrera trabajando para Playboy y con los años se ha convertido en el exponente de lo que él mismo denomina erotic fashion. Así que me he hecho con dos de sus trabajos, Night Trip y Les Femmes Erotiques para poder opinar sobre él. Lo cierto es que quizás sea una selección demasiado escasa para que me pueda hacer una idea de la trayectoria general de este hombre, pero –tratándose de lo que se trata- supongo que mi impresión no variaría demasiado si ampliase el número de cintas. Así, mi impresión es que sus obras son bastante sofisticadas en lo que a escenografía se refiere, rezuman glamour, tienen una estética muy cuidada y su visión del sexo tiende más a la sensualidad de alto voltaje más que xplícita que al puro ayuntamiento carnal lascivo. Todo eso es cierto, sí... pero no deja de ser porno, material visual encaminado a la autosatisfacción. 


Y ¿qué queréis que os diga?, para este viaje no hacían falta alforjas. Si vamos a exigir un mínimo de valores cinematográficos –no sólo meramente estéticos- sigo prefiriendo cintas en las que exista argumento, una trama consistente por si misma en la que –incluso si es con cierto humor o de forma autoparódica- se incluyan desnudos softcore a lo Sidaris o Meyer, o incluso sexo explícito en el marco de obras casposas low cost como muchas a las que el gran Jesús Franco nos tenía acostumbrados. Es más, me atrevería a añadir en la lista de preferencias a esos subproductos de eurotrash con dobles o triples versiones en los que se insertaban –la mayoría de casos con actores que ni eran los que aparecían en la película original- escenas de pornografía sin tapujos. Todos esos ejemplos son, pese a la innegable menor calidad estética, mucho más divertidos y –hasta cierto punto- sinceros que los trabajos de Blake y muchos otros como él en los que se usa como pretexto el atractivo elegante de lo accesorio cuando el meollo es el mismo de siempre. Y es que un bistec, aunque te lo envuelvan en seda, sigue siendo un trozo de carne para consumir.

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