domingo, 20 de julio de 2008

God, nuke'em


Piltrafillas, ¡me cago en los motoristas urbanos!. Sí amiguitos, desde siempre nos han contado como los motoristas, esa especie de modernos jinetes de metálicos jamelgos, son gente de bien, honorables y dados al socorro y auxilio de conductores con mala suerte o dueños de automóviles propensos al fallo mecánico. Y digo yo... ¡serán los de carretera!, porque los usuarios de motocicletas y de urbanitas scooters son un montón de guano. Así es amigos, porque sólo así se explica que, estando los carriles de las calles de la ciudad perfectamente delimitados por líneas discontinuas, esos memos motorizados crean que esas rayas blancas son su particular carril moto. O sea, que cuando los sufridos usuarios de vehículos a cuatro ruedas pretendemos cambiar de carril, nos encontramos como esa plaga, esas ratas del asfalto, esas chinches de la calzada, circulan a derecha e izquierda en fila india convirtiendo nuestro carril en una suerte de callejón del que es imposible salir.
Luego, cuando ni pisando la línea pueden avanzar, se cruzan ante nosotros y se cuelan a través de los espacios –por mínimos que estos sean- entre coche y coche, muchas veces llevándose por delante nuestros espejos retrovisores, esas piezas que esos mamarrachos deben suponer que se reparan sólo con que nos dediquen una miradita estúpida que expresa algo entre “lo siento” y “¡jódete!”. Es en esos casos cuando daría la mitad del tejido adiposo que rodea mi abdomen a cambio de un AK47.

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