Cuando la noticia apareció en la prensa, me llamó la atención como es natural. Me refiero a la desaparición de la niña de nacionalidad británica Maddie McCann en el sur de Portugal. Cuando era un adolescente, bueno, no es que fuese insensible pero la –supongo- irresponsabilidad propia de la edad hacía que este tipo de noticias me resultasen cuanto menos irrelevantes, eran nuevos ejemplos del mundo violento e imperfecto en el que vivimos. Sin embargo, desde que soy padre, este tipo de acontecimientos me afecta mucho más. Pues eso piltrafillas, que el día que la pequeña Madeleine desapareció me interesé y entristecí por la noticia. Luego –como nos acostumbra a pasar a los humanos- incorporé el suceso a mi vida y pasó a ser una noticia más de la que los telediarios me hablaban día a día, como los atentados en Bagdad o los inmigrantes que pierden la vida ahogados al intentar desembarcar ilegalmente en las costas de Canarias o Andalucía. Y entonces, un buen día, tras desayunar, comer y cenar varios días con el rostro de Maddie en mi televisor, comencé a sentirme hastiado. Que si pósters, que si manifestaciones, que si David Beckham haciendo un llamamiento ante las cámaras, que si pulseritas de goma, que si ruedas de prensa del matrimonio McCann –recepción con el Papa Benedicto incluida-, que si páginas web......, tenía a Maddie hasta en la sopa y aunque parezca insensible por mi parte empezaba a estar hasta las narices. ¿Es que no había más noticias en el mundo? Además, y por desgracia, ¿es que Maddie ha sido la primera niña en desaparecer?
Un día, la prensa lusitana insinuó que quizás los padres tenían algo que ver con la desaparición de la niña. Las mentes bienpensantes –entre ellas la de mi madre, que como tal se solidarizaba con la pobre Kate McCann- se escandalizaron. ¿Cómo nadie en su sano juicio podía acusar a una madre de tal barbaridad?, si hasta habían visitado el Vaticano para hablar con Su Santidad.
Más tarde, de pronto, el panorama cambió. Ya no era sólo la prensa, sino las autoridades portuguesas, quienes aseguraban que Kate y Gerry McCann eran sospechosos del crimen y que existían varias pruebas que abonaban esa teoría. Y, de pronto la opinión pública se vio sacudida por la duda y comenzó a pensar que la imagen de madre extenuada a la que no le quedaban lágrimas de Kate McCann era, en realidad, la imagen de una mujer fría y calculadora.
Yo creo que la verdad es que había quien tenía miedo de haber sido estafado. Gentes de buen corazón que habían hecho aportaciones desinteresadas para ayudar a un matrimonio hundido comenzaron a pensar que quizás se habían aprovechado de ellas. Y esa duda fue suficiente para que, rápidamente –algo que también pone de manifiesto lo pronto que el ser humano es capaz de traicionar una idea- algunos pasaran de defensores a acusadores, aunque –insisto- existían objetivamente las mismas pruebas de la culpabilidad que de la inocencia de los McCann.
Otro aspecto a señalar es que hubo quien se preguntó si todo este circo –con el que algunos periódicos vendieron muchísimos ejemplares y muchos programas de televisión captaron audiencia y, por tanto, patrocinadores- se hubiese dado en el caso de que Maddie no hubiese sido una preciosa niñita rubia, hija de un matrimonio blanco y católico de clase media acomodada. Y a lo mejor frases como esta no tienen fundamento, pero lo malo es que suposiciones de este tipo no parecen tan descabelladas.
Un buen día se suprimió de la web del Vaticano la referencia a la recepción del Papa a los McCann, algo que dice mucho del espíritu solidario Vaticano, de la idea que tienen del concepto de presunción de inocencia y de lo poco que este hecho tiene relación con aquel concepto tan católico del perdón de los pecados.
Ahora parece que todo ha terminado. Excepto para los McCann -abogo por la presunción de inocencia-, ni la policía ni la prensa ni la opinión pública parecen ya interesados en el caso. Ya veremos si algún día conocemos la verdad sobre la desaparición de una niña a la que -no lo olvidemos- unos padres dicen que dejaron sóla mientras se iban a cenar a un local a varias decenas de metros de su vivienda.
Un día, la prensa lusitana insinuó que quizás los padres tenían algo que ver con la desaparición de la niña. Las mentes bienpensantes –entre ellas la de mi madre, que como tal se solidarizaba con la pobre Kate McCann- se escandalizaron. ¿Cómo nadie en su sano juicio podía acusar a una madre de tal barbaridad?, si hasta habían visitado el Vaticano para hablar con Su Santidad.
Más tarde, de pronto, el panorama cambió. Ya no era sólo la prensa, sino las autoridades portuguesas, quienes aseguraban que Kate y Gerry McCann eran sospechosos del crimen y que existían varias pruebas que abonaban esa teoría. Y, de pronto la opinión pública se vio sacudida por la duda y comenzó a pensar que la imagen de madre extenuada a la que no le quedaban lágrimas de Kate McCann era, en realidad, la imagen de una mujer fría y calculadora.
Yo creo que la verdad es que había quien tenía miedo de haber sido estafado. Gentes de buen corazón que habían hecho aportaciones desinteresadas para ayudar a un matrimonio hundido comenzaron a pensar que quizás se habían aprovechado de ellas. Y esa duda fue suficiente para que, rápidamente –algo que también pone de manifiesto lo pronto que el ser humano es capaz de traicionar una idea- algunos pasaran de defensores a acusadores, aunque –insisto- existían objetivamente las mismas pruebas de la culpabilidad que de la inocencia de los McCann.
Otro aspecto a señalar es que hubo quien se preguntó si todo este circo –con el que algunos periódicos vendieron muchísimos ejemplares y muchos programas de televisión captaron audiencia y, por tanto, patrocinadores- se hubiese dado en el caso de que Maddie no hubiese sido una preciosa niñita rubia, hija de un matrimonio blanco y católico de clase media acomodada. Y a lo mejor frases como esta no tienen fundamento, pero lo malo es que suposiciones de este tipo no parecen tan descabelladas.
Un buen día se suprimió de la web del Vaticano la referencia a la recepción del Papa a los McCann, algo que dice mucho del espíritu solidario Vaticano, de la idea que tienen del concepto de presunción de inocencia y de lo poco que este hecho tiene relación con aquel concepto tan católico del perdón de los pecados.
Ahora parece que todo ha terminado. Excepto para los McCann -abogo por la presunción de inocencia-, ni la policía ni la prensa ni la opinión pública parecen ya interesados en el caso. Ya veremos si algún día conocemos la verdad sobre la desaparición de una niña a la que -no lo olvidemos- unos padres dicen que dejaron sóla mientras se iban a cenar a un local a varias decenas de metros de su vivienda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario