Bueno bueno amiguitos, será el calor o que sé yo, pero acaba de venir a mi memoria un concepto: las misiones cristianas del Domund.
El Domund amiguitos... ¿podéis creerlo? Recuerdo cuando era pequeño, en el comedor de mi abuelita, sentado en un sillón de orejas de principios del siglo pasado. En el revistero no habían más publicaciones que las hojas parroquiales y la revista del Domund, con fotos de negritos y monjas. En fin, que me pregunto yo ahora, con los 41 cumplidos, si a los niños de la India o de Etiopía les importa un comino el catolicismo o el budismo. ¿No será que lo que ansían es que alguien, sea quien sea, les haga más llevaderas sus tristes –en general- vidas? ¿Nos gustaría que viniesen a nuestras pueblos y barrios más necesitados unos musulmanes cargados de dinero que sacasen de la pobreza a la gente mientras intentan, no evangelizarles sino “coranizarles”?, ¿lo aceptaríamos? Así pues, ¿no sería mejor abogar por las misiones laicas y dejarnos del Domund y demás organizaciones católicas?
Luego vemos que existe una alarmante –para quien se preocupa de ello- falta de vocaciones religiosas dentro de la Iglesia Católica, y gente como el Arzobispo de Sevilla –el Cardenal Amigo Vallejo- dice que, harto de no encontrar la respuesta a ello, se le debería preguntar directamente a Cristo. Eso sí, no nos da su número de móvil o apartado de Correos por lo que veo difícil seguir sus indicaciones.
El Cardenal asegura que solo alguien entusiasmado y embelesado por el Señor –embelesado es el adjetivo que utiliza, que ya hay que ser cursilón-, podrá transmitir a los jóvenes la vida y el amor de Cristo, a lo que Monseñor añade “con el testimonio de su propia vida”. Eso –pienso yo-, predicando con el ejemplo, como se hace desde la COPE, emisora de rádio propiedad de la Conferencia Episcopal española. Sí señor. Hay que ser hipócrita.
El Domund amiguitos... ¿podéis creerlo? Recuerdo cuando era pequeño, en el comedor de mi abuelita, sentado en un sillón de orejas de principios del siglo pasado. En el revistero no habían más publicaciones que las hojas parroquiales y la revista del Domund, con fotos de negritos y monjas. En fin, que me pregunto yo ahora, con los 41 cumplidos, si a los niños de la India o de Etiopía les importa un comino el catolicismo o el budismo. ¿No será que lo que ansían es que alguien, sea quien sea, les haga más llevaderas sus tristes –en general- vidas? ¿Nos gustaría que viniesen a nuestras pueblos y barrios más necesitados unos musulmanes cargados de dinero que sacasen de la pobreza a la gente mientras intentan, no evangelizarles sino “coranizarles”?, ¿lo aceptaríamos? Así pues, ¿no sería mejor abogar por las misiones laicas y dejarnos del Domund y demás organizaciones católicas?
Luego vemos que existe una alarmante –para quien se preocupa de ello- falta de vocaciones religiosas dentro de la Iglesia Católica, y gente como el Arzobispo de Sevilla –el Cardenal Amigo Vallejo- dice que, harto de no encontrar la respuesta a ello, se le debería preguntar directamente a Cristo. Eso sí, no nos da su número de móvil o apartado de Correos por lo que veo difícil seguir sus indicaciones.
El Cardenal asegura que solo alguien entusiasmado y embelesado por el Señor –embelesado es el adjetivo que utiliza, que ya hay que ser cursilón-, podrá transmitir a los jóvenes la vida y el amor de Cristo, a lo que Monseñor añade “con el testimonio de su propia vida”. Eso –pienso yo-, predicando con el ejemplo, como se hace desde la COPE, emisora de rádio propiedad de la Conferencia Episcopal española. Sí señor. Hay que ser hipócrita.
El otro día pasé junto a la iglesia de la Parroquia de la Purísima Concepción y, al ver que el claustro estaba abierto, decidí entrar. En el vestíbulo había un tablón de anuncios en el que, bien grande, se explicaba que cada minuto se gastaban 2 euros para pagar luz, agua, sueldos del mantenimiento y asumir las labores parroquiales. Se pedía al feligrés –por supuesto- que, teniendo eso en cuenta, hiciese lo que su conciencia le dictase –o sea, dar dinero- ya que “las limosnas eran el único sustento económico de la parroquia”. Y yo pensé, 2 euros al minuto son 120 euros a la hora, lo que –en un día- ya supone más del doble de mi sueldo neto. Y eso me enerva amiguitos. Ahora resulta que a la Iglesia la tiene que ayudar y sostener económicamente el feligrés de a pie. ¿No tienen suficiente con lo que el Estado –laico y aconfesional en teoría- les da? ¿no tienen suficiente con la inmensa riqueza que gestionan los jerifaltes de Roma? Vaya asco de gestores. Que hagan lo que tengan que hacer con el dinero del que disponen, y si el negocio no les va bien, ¡que cierren la empresa!, o que se vendan un par de retablos, cruces de oro o cálices de plata, que el Vaticano está lleno de eso y mucho más.
Total, que yo tampoco tengo la respuesta a la falta de vocaciones –aunque, viendo lo mal que lleva la Iglesia lo de predicar con el ejemplo, me hago una idea- pero haré como el Arzobispo de Sevilla y propondré, no que le preguntemos a Cristo –que creo que anda ocupado o fuera de cobertura- sino que se contrate una buena empresa de publicidad que en lugar de carteles con niños de la India o sonrientes negritos llene las ciudades de monjitas de la nueva era, figuras a las que una buena parte de nuestra juventud seguiría con los ojos cerrados. Yo propongo algo así.
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