Amiguitos, me hago eco en este momento de algo que no se puede negar, un hecho que está ahí, mostrándose en su monstruosa magnitud sin que, al parecer, exista una solución inmediata al problema. Yo mismo lo siento en mis carnes y me convierto en una víctima más de esta obsesión que me obnubila al igual que a gran parte de la sociedad masculina de Occidente. Os hablo avergonzado por esta malsana fijación que siento por... ¡los culos y las tetas! Sí piltrafillas, lo reconozco, me gustan los culos femeninos redondos, prietos, tentadores..., y las tetas de tamaño mediano tirando a grande. Pero, ¿por qué me pasa esto?, ¿qué es lo que no funciona en mi cerebro?
Dicen que la llamada de la teta es una reminiscencia de nuestra más tierna infancia, cuando el seno materno era la fuente de la leche alimenticia que nos daba la energía. Lo que pasa es que a algunos –como este que os escribe- nos criaron con biberón y, creedme, no siento nada especial ante un botellín de plástico con tetina incorporada. Entonces, ¿por qué me gustan los pechos?
Y no soy el único -aunque eso no me ayude porque, ya se sabe, “mal de muchos, consuelo de tontos”-, pero el refranero popular está lleno de frases que reflejan esta obsesión. Tenemos el clásico “tiran más dos tetas que dos carretas”, el comodín “teta grande, ande o no ande” –y digo comodín porque se puede sustituir la teta por cualquier otra zona del cuerpo-, el menos conocido “tetas de mujer tienen mucho poder” o dichos de aquellos que denotan cierta pertenencia a un grupo. Es el caso de los amantes del pecho pequeño y discreto, “teta que la mano no cubre no es teta, es ubre”, o el de los fanáticos de los senos potentes –entre los que me incluyo-, con su “teta que baila en la mano no es teta, es grano”.
Dicen que la llamada de la teta es una reminiscencia de nuestra más tierna infancia, cuando el seno materno era la fuente de la leche alimenticia que nos daba la energía. Lo que pasa es que a algunos –como este que os escribe- nos criaron con biberón y, creedme, no siento nada especial ante un botellín de plástico con tetina incorporada. Entonces, ¿por qué me gustan los pechos?
Y no soy el único -aunque eso no me ayude porque, ya se sabe, “mal de muchos, consuelo de tontos”-, pero el refranero popular está lleno de frases que reflejan esta obsesión. Tenemos el clásico “tiran más dos tetas que dos carretas”, el comodín “teta grande, ande o no ande” –y digo comodín porque se puede sustituir la teta por cualquier otra zona del cuerpo-, el menos conocido “tetas de mujer tienen mucho poder” o dichos de aquellos que denotan cierta pertenencia a un grupo. Es el caso de los amantes del pecho pequeño y discreto, “teta que la mano no cubre no es teta, es ubre”, o el de los fanáticos de los senos potentes –entre los que me incluyo-, con su “teta que baila en la mano no es teta, es grano”.
Por otro lado está el culo, esas nalgas que parecen cada una de las mitades de una jugosa manzana. ¿Es que al observar unas nalgas inconscientemente imaginamos lo que se encuentra escondido al final de la hendidura que se nos muestra? En esta obsesión algunos psicólogos también han aventurado teorías al respecto, algunas tan peregrinas –desde mi punto de vista- como que se trata de una herencia animal, de cuando caminábamos a cuatro patas y tomábamos a las hembras desde atrás. En fin, no lo sé amiguitos. Porque, vamos a ver, un coño –con perdón- es un coño, todos sabemos a lo que vamos allí. Pero los pechos o el culo..., ¿qué es lo que vemos –veo- en ellos? ¿por qué me obsesionan de esa forma? Amiguitos, no tengo ahora una respuesta que me saque de este agobio.
Lo único que puedo aseguraros es que al final –y ya que estamos con refranes utilizaré uno- “la mujer y el vino hacen del hombre un pollino”, aunque como dicen los Stones, ...but I like it!
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