domingo, 18 de octubre de 2015

MAD MAX SAGA


Amiguitos, uno de los estrenos más aclamados de este 2015 que ya encara su recta final ha sido Mad Max: Fury Road, de George Miller. De la cinta ya os di buena cuenta aquí, pero hoy quiero rendir un merecido –o no– homenaje a la trilogía original. Y resulta que esta tiene su origen en 1979, con el debut en el mundo del largometraje del mencionado Miller, un por entonces amante del séptimo arte treintañero que llevó a la pantalla la historia del joven agente de policía Max Rockatansky. Ésta –con música de Brian May– estaba ambientada en un futuro cercano distópico y violento, en el seno de una caótica sociedad en crisis caracterizada por la violencia y la escasez de combustible en la que pandillas de motoristas campaban a sus anchas por las carreteras australianas sembrando el terror. Y fue para luchar contra estos grupos de criminales motorizados que se crearon las patrullas de la MFP, cuerpo policial en el que el joven agente Rockatansky trabajaba de manera ejemplar. 


Cuando el delincuente conocido como Nightrider escapa de la policía en un V8 robado, el cuerpo de la MFP se moviliza para darle caza. Y así es como da comienzo esta Mad Max de manera trepidante, con patrulleros nerviosos y bravucones persiguiendo en sus interceptores Ford Falcon a un tipo desquiciado que se lleva por delante a todo el que se cruza en su camino. Nadie puede con él, hasta que el solitario, calmado y frío Max entra en escena y provoca la muerte de Nightrider. Entonces vemos como la banda de Toecutter –típica pandilla de motoristas que, en esta ocasión, montan Hondas y Kawasakis en lugar de Harley-Davidsons– se presentan en Jerusalem, un pueblecito perdido en medio del desierto, con el fin de recoger el féretro de Nightrider y jurar que vengarán su muerte. Por cierto, piltrafillas, el intérprete del papel de Toecutter no es otro que Hugh Keays-Byrne, quien más de treinta años después repetirá con Miller, llevando a la pantalla a Inmortan Joe. Total, que la banda de Toecutter la lía parda, violando, peleando y destruyendo la propiedad, sin detenerse hasta quemar vivo a Jim Goose, motorista de la MFP y gran amigo de Max. El joven agente, que sólo desea vivir feliz junto a su esposa y su bebé, es obligado a tomarse un descanso antes de decidir si regresa al trabajo o abandona para siempre la policía. Pero Toecutter y los suyos sólo le dejaran una salida. 


En fin, amiguitos, que estamos ante un clásico que –por muchas veces que hayamos visto la película y sepamos su argumento– no podemos cansarnos de disfrutar. Mad Max es una cinta low cost, no lo olvidemos, que contra todo pronóstico se convirtió en una obra de culto que encumbró a su protagonista –Mel Gibson– y, tal y como pasaría con el DeLorean de Back to the future, convertiría al Interceptor de Max (un Ford Falcon XB GT351 tuneado) en un icono del cine de finales del siglo XX. Acompaño algunas imágenes que también incluyen otro mítico automóvil australiano con cierto proragonismo en la película, el Holden Sandman V8 5.0 de Max, un vehículo típicamente surfero que se basaba en el modelo Monaro de la marca. 


El éxito de la primera cinta fue tal que dos años más tarde, el mismo Miller estrenó Mad Max 2: The road warrior. La secuela, que también contó con banda sonora de Brian May, se ambientaba unos años después de los sucesos de la primera parte, después de un holocausto nuclear que había eliminado todo rastro de civilización y había convertido el combustible en un bien escaso por el que matar o morir. En esta entrega, Max se nos muestra como un tipo violento, solitario –en realidad le acompaña un perro– y egoísta que como cualquier otro, es capaz de luchar por unos litros de gasolina. Tras enfrentarse con un motorista llamado Wez, encuentra un autogiro cuyo piloto le explica que conoce el lugar en el que hay una refinería en la que se podrá abastecer de combustible para su viejo Interceptor. Pero cuando llega al lugar, se encuentra con que el mismo está rodeado por un grupo de hombres violentos comandados por un tal Humungus, entre los que se encuentra Wez, que están intentando sin éxito acceder al interior de la refinería. 


Cuando los seguidores de Humungus dan una paliza a unos expedicionarios pertenecientes a la comunidad que defiende la refinería, Max ve en ello una oportunidad para conseguir gasolina y acuerda con el pobre desgraciado que le pondrá a salvo conduciéndolo hasta su hogar a cambio de gasolina. Así es como Max logrará acceder al recinto. Sin embargo, el hombre morirá y el resto del grupo decidirá echar a nuestro amigo del lugar. Pero lo cierto es que la comunidad de la refinería está cansada de permanecer allí sitiada por Humungus y sus huestes, defendiendo un combustible que no puede llevar con ella. Entonces, el inteligente Max se ofrece a burlar el asedio e ir a buscar un camión con el que remolcar un enorme tanque de combustible lejos de ese lugar, hacia un nuevo asentamiento en el que la comunidad ahora cautiva pueda iniciar una nueva vida. 


Total, que consigue salir del recinto y regresar con el camión, aunque a punto está de perder la vida. Por ello acepta unirse a los guerreros de la comunidad en su última batalla por la libertad. Pero Max no es ningún héroe. En realidad no siente la menor empatía por nadie y sólo ayuda al grupo por su propio beneficio en primera instancia y por venganza en segundo lugar. Y es que en esta entrega, Miller nos presenta a un Max que pasa de ser una víctima a una bestia como el mismo Humungus. La diferencia es que su talante solitario y autodestructivo no le permite unirse a grupo alguno. En fin piltrafillas, que Mad Max 2 es otra recomendable muestra de cine de acción con persecuciones espectaculares, olor a gasolina quemada y unos personajes que parecen sacados del mundo del cómic que, sin ser tan buena como la primera, resulta un entretenimiento más palomitero. 


Piltrafillas, al igual que pasó en El Padrino, Terminator o Alien, la primera cinta de las mencionadas sagas es mítica, pero sus secuelas inmediatas fueron mejores. En el caso de Mad Max no lo tengo tan claro, aunque en esta ocasión creo que me decanto por la primera. Sin embargo, una cosa tenglo clara y es que en aquellas y esta coincido en opinar que la tercera entrega es la peor de todas ellas. Y es que Mad Max beyond Thunderdome tiene un tufillo a producto de compromiso que tira de espaldas. Para empezar, es la única en la que se acreditan dos directores –el mismo Miller y Terry Hayes, que había firmado el guión de la anterior entrega junto al realizador–, se cambió a Brian May por Maurice Jarre a la hora de componer la banda sonora original y repite inexplicablemente a un mismo actor en un personaje diferente –Bruce Spence como Jedediah, cuando ya había interpretado en la segunda parte a Captain Gyro– aunque de características algo similares. Por otro lado encontramos como co-protagonista a una cantante de la talla de Tina Turner, que también canta el tema de los títulos de crédito, y de secundario a Gary Angry Anderson, el vocalista de la carismática banda australiana Rose Tattoo, en horas bajas cuando se estrenó la cinta. 


Aquí, varios años después del holocausto nuclear que precedía los hechos de la segunda parte, Max llega a Bartertown –una ciudad que genera su energía a partir del metano de purines porcinos, dirigida por una implacable mujer a la que llaman Aunty Entity– en busca del ladrón que le atacó en medio del desierto y le robó su carroza y sus camellos. La mujer le promete a Max gasolina, animales y transporte a cambio de que elimine a un hombre que amenaza la seguridad de su dominio. Sin embargo, por causas que no os desvelaré por si aún no habéis visto la película –¿en serio?–, Max no cumple su parte del trato por lo que es abandonado a su suerte en medio del desierto. In extremis, escapa de una muerte casi segura y se encuentra con unos crios, mezcla de los chicos perdidos de Neverland y la tribu del Coronel Kurtz


Amiguitos, en Mad Max beyond Thunderdome no hay casi persecuciones, ni los pocos vehículos que aparecen son amenazadores –si hasta sale uno forrado en piel de vaca–, ni hay acción trepidante. Esta parte de la saga tiene toda la pinta ser el último intento de exprimir una gallina que había resultado sorprendentemente rentable y que sólo sirvió para promocionar la carrera musical de Turner mientras que Gibson ya se preparaba para ponerse en la piel de Martin Riggs, un policía destinado a convertirse en co-protagonista de otra saga icónica de los 80 y los 90, Lethal Weapon. Sin lugar a dudas, se trata de la prescindible de esta trilogía.



Como bonus os acompaño One of the living, tema compuesto por Holly Knight y cantado por Tina Turner al principio de la película, aunque menos conocido que We don’t need another hero. Y ya que estoy –aprovechando que su vocalista interpreta a Ironbar, uno de los acólitos de Aunty Entity–, añado el Southern stars de Rose Tattoo, extraído del álbum homónimo producido por Vanda & Young.

2 comentarios:

ÁNGEL dijo...

Por casa tenemos triada esta trilogía (comprada original, para que luego digan) y evidentemente la tercera entrega es la más floja, y la mejor es la de esos salvajes de la autopista cuyos diálogos a veces repetimos en casa cuando estamos aburridos. Auténtica por esa pizca de surrealismo que destila. Solo para los que creen en los mundo de Yupi es una distopía. Es un sueño, jajaja, habitado encima por un superhéroe. Y más cosas... pero paso de enrollarme again.

King Piltrafilla dijo...

A mi me gusta más la primera como película en general y la segunda como espectáculo palomitero. En ese aspecto, el nuevo reboot es más una exageración de la segunda entrega que otra cosa. Eso sí, la de la Turner es totalmente prescindible.